TRIBUNA VISITANTE: Palermo Soho

Ciudad Autónoma de Buenos Aires

30 de enero de 2013

Estimados maleducados:

Les pido no me tomen como insulto la apertura de este espacio, no se trata de un intento por separarme en la intelectualidad, maleducados somos todos. Aunque luchamos diario por fingir lo contrario, la lamentable conclusión se hace aparente con los números y el día a día. Ayer, mientras procrastinaba en la red, le comenté a un amigo, Aramburu, un post que citaba con datos del Banco Mundial: “Pinches Chávez y Kirchner son el diablo, mientras en los gobiernos panistas [México] la tasa de cobertura de educación superior pasó del 20 al 28% de 2000 a 2010; en Venezuela fue del 28 al 78% y en Argentina, del 53 al 71%.” La activista de tablet se apoderó de mis falanges y comenté que sucede que a Cristi no debe creérsele mucho. No sólo porque Argentina tiene la peor calificación en cuanto a transparencia de datos en América Latina, sino que desde mi vitrina de expatriada momentánea, pareciera como si la señora de Kirchner manejara una realidad alterna en la que el cielo es verde y la tierra plana. En su respuesta, Aramburu me comentó cómo la corrupción en general es otro boleto, cómo idealmente “a mayor nivel de ingreso y educación, debería haber menor corrupción”, y cómo “nosotros estamos en la normalidad: ingreso mediocre, educación mediocre y corrupción mediocre”. Y ahí fue donde me cayó el veinte, en mexicano, o la ficha, en argentino…

En Argentina la educación superior es gratis y el servicio médico, también. Al igual que cualquier otra burocracia, la prestación depende de la oportunidad y el papeleo. Cuando llegué a Buenos Aires, pasé incontables veces frente a la Facultad de Derecho sobre Figueroa Alcorta, al número 2263. Además del delicioso acomodo de postal con la Floralis Genérica y sus enormes hojas cromadas sazonándole el derrière al edificio, la oferta de postgrado jala la vista de cualquiera. Con un anuncio que lee, entre otras, la Maestría en Traducción e Interpretación, su servidora sintió con fuerza el golpe de la pedrada académica.

De ahí  la cosa parecía sencilla: con los papeles en regla y con una tesis en traducción con un título lo suficientemente pretencioso como para entrar a la UBA, juré estar del otro lado. Hasta que intenté hablar con un ser humano. Por correo no hubo respuesta, por teléfono, tampoco. La oficina de postgrado se encuentra subiendo las escaleras al segundo piso del imponente edificio, una expresión del monumentalismo producto de la primera presidencia peronista. Dentro del espacio con un aire casi eclesiástico que albergó el estudio de 15 presidentes argentinos, las oficinas saltan a la vista como pequeños tumores con luces fosforescentes y fichas de turnos del Departamento de Salchichonería del supermercado, un clásico de los monumentos educativos. Cuando trabajé en la UNAM en el H. Departamento de Traducción e Interpretación del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras o DTI del CELE (sus acrónimos para ahorrar saliva) si necesitaba una copia de alguna hojita minúscula era necesario llenar otra copia de otra hoja todavía más pequeña con una enredadera de datos y firmas. Esto era si encontraba a alguno de los encargados del H. Departamento de Copias Fotostáticas en el sótano del Edificio B, quienes se iban a tomar mates, digo, a comer tortas de tamal a la Facultad de Diseño cada que les sonaba la tripa. La misma sensación de juego de escondidillas me pellizcó los nervios cuando vi la oficina fantasmal, con el mismo teléfono y correo sin respuesta pegados en la puerta de cristal. Un día sorpresa me llegó un Tweet de @posgradosderUBA en el que resolvían mi solicitud informándome que no se abriría el postgrado debido a la “falta de oferta académica”.

Reduciéndome la condición humana a ‘oferta académica’, recibí otro Tweet de una traductora argentina que mantengo anónima, mostrándome su inconformidad por la misma falta, quien me habló de firmar una carta-queja para luchar por la apertura del postgrado. Volviendo a la UNAM, en más de una ocasión los alumnos brincaron desde la tercera cuerda para hacer ejercer sus derechos, comúnmente eufemismos de intereses muy personales y, si tomamos en cuenta que en el ciclo escolar 2011-2012 el conteo fue de 324,413 alumnos, era un cuerno de la abundancia del conflicto latente. Tuvimos un caso penoso en el que un docente tuvo que dejar los flancos del DTI debido a una de esas cartas-queja que se salió de proporción. Me invadió la misma sensación de armarla de pedo a la de a huevo y decidí dejarlo por la paz y visitar el Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires para ver si por ahí encontraba otra veta formativa.

En el centro, el primer piso de la calle 25 de Mayo al número 217 es hogar de un muy destartalado Instituto de Lingüística. Al llegar, subí las escaleras chirriantes de madera para evitar el elevador, cosa que terminé haciendo, no había posibilidad humana de continuar, el edificio está en obra desde hace no sé cuánto tiempo. Una hoja impresa en Comic Sans en la puerta y una señora pegada a un cigarro me miraron con extrañeza casi fingiendo no hablar español con un esfuerzo nulo por iluminarme un sendero lleno de polvo. ‘Ve a la Facultad de Filosofía y Letras en Caballito, ahí te pueden informar’. Con orgullo e intelecto destrozados, sobre todo porque había llamado antes de ir, la zona práctica de mi cerebro concluyó que era mejor inversión mover la panza por un peso en la Plaza de Mayo, la UBA definitivamente no era para mí.

Mover la panza no fue necesario (qué bueno porque nunca lo aprendí  en los viajes a Acapulco) y un mejor postgrado se me presentó en una institución privada. La educación superior es un derecho, sí. Pero ¿a qué costo? ¿De qué sirven esos números ensalzadores de un país si la experiencia educativa lleva al alumno, corrijo, al candidato a sufrir cada uno de los pasos que da por gusto? Pocos estudian un postgrado con una pistola apuntada a la sien, no obstante, dan ganas de dispararse ante la maraña de complicaciones que se nos presentan en el proceso. Como extranjera, la educación pública argentina no me es gratuita y honestamente prefiero gastarme los dineros en una institución que corte la burocracia con depósitos en el banco. Y sí, qué poco progresivo y social de mi parte pero mejor me maleduco a mis expensas que a las de los sistemas públicos que, honestamente, ya no quieren a tantos alumnos, como que ya no saben qué hacer con ellos.

Besos,
La maleducada de Denisse.~