Apuntes de una Lisboa imaginada
Se ha dicho que es una ciudad de otro tiempo, anclada en un pasado de conquistas y gloria, con las huellas en su cuerpo de numerosas invasiones y desastres, pero Lisboa permanece firme como un faro en la niebla, atrayendo a numerosos viajeros. A lo largo de los siglos infinidad de escritores han hablado de ella, desde los cantos laudatorios de Camoes hasta la ciudad interior de Saramago, pasando por el enorme relato íntimo de Pessoa, todos ellos dejaron indicios de la Lisboa real sobre otra imaginada.
En pocas ciudades del mundo se ve que una ciudad reciba al viajero marítimo del mismo modo que Lisboa. No sólo la Plaza del Comercio, también la Torre de Belem, antaño de carácter defensivo, e incluso la imagen de Cristo Rey, son emisarios del recibimiento de la ciudad. Si se llega a ella por barco, se percibe urbanísticamente cómo la ciudad se adelanta hacia el visitante, sale a recibirlo como dicen que hacían los portugueses cuando los nobles descendían de sus barcos y subían las escaleras que se sumergen en la desembocadura del Tajo en la Plaza del Comercio.
Lisboa se transmuta desde el pasado, quedando en ella trazas de invasiones de los pueblos llamados bárbaros, de los árabes y de los españoles, hasta convertirse en el crisol de culturas que es hoy en día. Si quisiéramos comprender su realidad actual sin su historia, sería imposible. La ciudad y sus habitantes han sufrido tanto, que los intentos de arquitectura triunfalista como el Monumento al los Descubrimientos o la Plaza del Imperio son menos representativos de la ciudad que el elevador de Santa Justa, coronado por las bóvedas desnudas de la Iglesia de Carmo. Las huellas de los desastres pasados constituyen arrugas en el rostro milenario de la ciudad. Lisboa, que se ha hecho y rehecho a si misma infinidad de veces, tiene en los albores del siglo XXI el rostro lleno de dignidad, sabiduría y experiencia de un anciano.
Y junto a este rostro sobre el que el tiempo ha dejado su huella, está el rostro imaginado, la Lisboa literaria de los escritores, sobre los que destaca sobre todo la inmensa obra lírica de Fernando Pessoa. No sólo por su capacidad para desdoblarse en distintas personalidades literarias (sus «heterónimos») sino también porque cada uno de ellos tiene una visión propia e íntima del entorno. Unos más proclives al campo y otros más a la ciudad, unos más al pasado y otros al progreso, estas diversas miradas han enriquecido Lisboa hasta tal punto que hoy muchos se acercan a la ciudad esperando encontrar lo que él ha retratado en sus libros. Pero como ha dicho el propio escritor; y aunque llegó a escribir una guía de viajes [1], son su mirada íntima, sus sueños incluso, los que han creado esa Lisboa imaginada y el viaje cobra relevancia en su concepción de viaje interior. En palabras de su «heterónimo» Bernardo Soares:
¿La sensación de liberación que nace de los viajes? Puedo sentirla saliendo de Lisboa hacia Bemfica; y sentirla más intensamente que quien va de Lisboa a la China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte [2]
Sin embargo, es casi imposible dejar de asociar sus ensoñaciones a otra ciudad que Lisboa y a otra lengua que la portuguesa. («Mi patria es la lengua portuguesa», llegó a decir). Pessoa vivió, en tan sólo veinte años, en nada menos que quince casas diferentes en la capital lusa. Esta itinerancia por la ciudad –que se podría haber extendido a otras poblaciones pero no lo hizo- le llevó a la Rua de Gloria, a la Calzada de Estrella, al Largo de Carmo (de donde partió por cierto la Revolución de los Claveles) y también al barrio de Bemfica, como parece anunciar la cita anterior. [[3]] Toda esta presencia continua de la ciudad dejó su huella en sus escritos, como puerto del que partir para recorrer espacios de ensoñación.
El mismo poeta remite a otros autores como Cesário Verde[4] que también han elaborado una poética del espacio urbano. Como se ha señalado[5], Cesário Verde crea una visión de la ciudad configurada como reflejo de su alma atormentada. El mismo conflicto que experimenta entre lo positivo del progreso de la industrialización y el precio que supone al alejar al hombre de la Naturaleza y la vida sencilla es el que experimenta la propia ciudad. Como si hubiera quedado congelada en el tiempo esta tensión entre progreso y Naturaleza, Lisboa aún posee, para ser una ciudad occidental, un gran equilibrio entre los espacios de río y jardines y los barrios plenamente urbanizados, por no hablar de la ausencia de rascacielos modernos. El tranvía, medio por excelencia de una ciudad construida sobre desniveles, goza de un estilo cercano a la revolución industrial que no poseen otros medios de transporte más actuales. Cesário Verde supo ver esta tensión antes que nadie.
Y quizá el más reciente representante de esta corriente de escritores intimistas modernos sea José Saramago. El escritor ha elaborado todo un recorrido sobre Lisboa en sus novelas como Memorial del Convento o la titulada precisamente Historia del cerco de Lisboa. Pero el texto más representativo de Saramago dedicado a Lisboa es sin duda Palabras para una ciudad. [6] Pocos textos más lúcidos se han escrito sobre la interrelación entre el espacio exterior y el espacio íntimo:
Físicamente habitamos un espacio, pero, sentimentalmente, somos habitados por una memoria. Memoria de un espacio y de un tiempo, memoria en cuyo interior vivimos, como una isla entre dos mares: a uno le llamamos pasado, a otro le llamamos futuro. Podemos navegar en el mar del pasado próximo gracias a la memoria personal que retuvo el recuerdo de sus rutas, pero para navegar en el mar del pasado remoto tendremos que usar las memorias acumuladas en el tiempo, las memorias de un espacio continuamente en transformación, tan huidizo como el propio tiempo.
Si antes hemos hablado de la llegada del viajero a Lisboa por mar, podríamos cerrar nuestro recorrido contemplando a un visitante que llegue a ella por tierra. El viajero guiará sus pasos por subidas y bajadas en una ciudad construida sobre siete colinas y con nombres que remiten a sus diferentes alturas (Baixa, Barrio Alto, Elevador da Gloria…) pero sus pies le llevarán casi siempre inevitablemente a la desembocadura del Tajo y dentro de ella, de manera privilegiada, a la Plaza del Comercio. ¿Quién no notará en esta Plaza la presencia inequívoca del «mar del pasado remoto»? Pero quizá no sea lo más constituyente de esta experiencia la mirada nostálgica, sino sobre todo la íntima. El viajero se detendrá y contemplará sentado el horizonte. Parafraseando a Cardoso Pires, «la auténtica felicidad se alcanza de espaldas a la ciudad, mirando hacia el río, asistiendo al vuelo de las gaviotas, e imaginando que estamos comenzando un viaje interior, navegando hacia las profundidades de nuestra alma»[7].~
Referencias
[1] PESSOA, Fernando: Lisboa. Madrid, Envida, 2008
[2] PESSOA, Fernando: Libro del desasosiego. Barcelona, Seix Barral, 19972. pág 206
[3] FRATICELLI, Bárbara: La imagen de la ciudad de Lisboa, entre lo real y lo imaginario.Tesis Doctoral. Madrid, 2001, Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, págs 152-153
[4] “Si tuviese que escribir, en el sitio sin letras de la respuesta de un cuestionario, a qué influencias literarias estaba agradecida la formación de mi espíritu, abriría el espacio punteado con el nombre de Cesário Verde” PESSOA, Fernando. Ídem, pág 85
[5] FRATICELLI, Bárbara: Ídem, pág 342
[6] http://cuaderno.josesaramago.org/402.html
[7] FRATICELLI, Bárbara: Ídem, pág 144
Leave a Comment