Neolengua
Sara Barberá muestra como los políticos y gobernantes han llegado a niveles de incomunicación ya imaginados por George Orwel en su obra.
DESDE HACE TIEMPO, venimos presenciando un curioso fenómeno: los políticos tienden a utilizar el lenguaje como un método de desinformación. El uso de eufemismos se ha ido extendiendo en política hasta alcanzar límites insospechados. Ya no se trata tan solo de no pronunciar las palabras prohibidas, como hizo Zapatero con su famosa «desaceleración», ahora el objetivo va más allá. Lo que se persigue no es evitar la alarma social ante determinados vocablos como «crisis», lo que realmente se busca es conseguir que algo tan negativo como una subida de impuestos parezca necesario e incluso apetecible.
Esta idea no es nueva. El uso del lenguaje como arma política tiene precedentes reales y literarios. George Orwell, que basó su “neolengua” en la propaganda totalitaria nazi, ya explicó en su novela “1984” cuál era la finalidad de esta práctica:
«¿No te das cuenta de que el objetivo último de la neolengua es reducir la capacidad de pensamiento? Al final lograremos que el crimental sea literalmente imposible, porque no habrá palabras con las que expresarlo. Cualquier concepto que alguna vez haya existido se expresará con sólo una palabra, con su significado rigurosamente definido y todas las acepciones secundarias eliminadas y olvidadas.»
Aunque el objetivo perseguido es el mismo, el método utilizado en nuestro país es muy diferente. Los políticos hacen uso de la riqueza de nuestro idioma para encontrar complicadas expresiones con las que bautizar a medidas cuyo nombre resulta contraproducente. Difícil de olvidar es aquel «recargo temporal de solidaridad» con el que Soraya Saénz de Santamaría nos anunciaba en Diciembre la subida del IRPF. Con este eufemismo, el Gobierno cumplía un doble objetivo: disfrazar una subida de impuestos de acto solidario y recalcar su temporalidad. Sin embargo, en ningún momento se establecía un plazo de vencimiento para dicha subida.
Cristóbal Montoro, por su parte, acuñó la expresión «medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas» para referirse a la amnistía fiscal que, a cambio de un 10% de lo defraudado, prometía perdón y anonimato a quienes se acogiesen a ella. Ante las críticas recibidas tras tomar esta medida, el propio Montoro afirmó: «no hay ninguna amnistía fiscal. En el proyecto de ley del Gobierno lo que hay es una regularización de rentas y de activos, que es una figura bien distinta, y además es una medida excepcional para un tiempo excepcional».
La reciente subida de IVA ha sido renombrada por Montoro, experto en la materia, como una «estrategia tributaria que se acomoda a las recomendaciones europeas». Todo vale con tal de no nombrar la palabra maldita, la misma por la que en 2010 emprendieron una cruzada bajo el lema de «No más IVA». Tras comprobar que la hemeroteca no perdona, al Gobierno no le quedó más remedio que reconocer que la subida del IVA era una imposición Europea. Pero ya era tarde, las palabras del propio Rajoy «La subida del IVA es un sablazo de mal gobernante» ya inundaban las redes sociales. El daño estaba hecho.
Similar situación se vivió con la bajada salarial de los funcionarios. Esta medida, que ya fue tomada previamente durante el mandato de Zapatero, rebajaba mediante la eliminación de una paga extra un 7% el salario de los empleados públicos. Conociendo las duras críticas que el Partido Popular, entonces en la oposición, realizó sobre la medida de PSOE de bajar un 5% el sueldo de los funcionarios, Montoro se ha visto en la obligación de modificar ligeramente la técnica empleada a fin de poder declarar: «No hay una bajada de las retribuciones, lo que hay es un retraimiento de la paga de diciembre que queda postergada a su inclusión en el fondo de pensiones».
En este caso, además, el ministro se sirve de la omisión de información para endulzar el doloroso recorte. Olvida mencionar que la devolución de la paga extra a modo de plan de pensiones queda supeditada al cumplimiento de los objetivos del déficit.
A estas expresiones se unen otras que han llegado a convertirse en muletilla recurrente para los partidos políticos. Son expresiones que, bajo su apariencia inocua, ocultan una mentira constante y descarada. Como se ha comentado antes, el pionero en utilizar este tipo de expresiones fue el ex presidente de Gobierno, Jose Luis Rodríguez Zapatero, con su obsesión de negar la crisis y evitar pronunciar esta palabra a toda costa. «Grave desaceleración económica» se convirtió en 2008 en su frase más repetida.
El Gobierno de Mariano Rajoy no se queda atrás. Desde que inició su candidatura no cesa de repetir el término «medidas necesarias» para referirse a los recortes o «crédito en condiciones favorables» para referirse al temido rescate. Esta última expresión nos costó el reproche de una Europa incapaz de entender que un el presidente de un país al borde de la intervención considere que un rescate es un triunfo y presuma de haberlo conseguido gracias a su programa de reformas y austeridad estricta. Otra palabra, austeridad, que no para de repetirse desde que comenzó la crisis.
Ya sea para no desanimar a la población o para proteger la reputación del partido, la neolengua comienza a extenderse. Difícil es saber qué es verdad y qué mentira en una época en la que nadie habla claro y recortes salvajes se disfrazan de medidas positivas y necesarias.
Como el propio Winston, protagonista de 1984, reflexionaba:
«Al fin, el Partido anunciaría que dos y dos eran cinco. Y habría que creerlo. Era inevitable que tarde o temprano lo pretendiese. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba tácitamente no sólo la validez de la experiencia, sino la propia existencia de la realidad. La mayor herejía era el sentido común. Y lo más terrible no era que te matasen por pensar de otro modo, sino que ellos podían tener razón.»~
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