Esos locos incómodos
El autor hace un análisis de la incongruencia por parte de la sociedad.
«Sólo dañamos a los demás cuando somos incapaces de imaginarlos.»
—Carlos Fuentes
HACE ALGUNAS SEMANAS empezó a circular en internet (i.e., Twitter, Facebook, Youtube) un video con dos peculiaridades: 1) los destinatarios y 2) los protagonistas. Las imágenes —una síntesis ad hoc de la violencia, pobreza y corrupción en la sociedad mexicana— van dirigidas, según el mensaje final, a los cuatro candidatos (de las próximas elecciones en julio 2012) a la presidencia de México. Los intérpretes, portadores del mensaje, son todos niños; así, los locos bajitos, como diría Serrat (recordando a Miguel Gila), la hacen de ladrones, políticos corruptos, policías, manifestantes y granaderos, automovilistas, vecinos mirones, secuestrados y secuestradores, coyotes y migrantes, narcos y, al final de la historia (?), presos todos pues, reza su mensaje, «México ya tocó fondo».
El video es conocido como el de «los niños incómodos». Según la producción del video, éste resultó de una queja de ciudadanos apoyados por un grupo de empresas en México (principalmente GNP Seguros). Fue así parte de una iniciativa —y marca registrada— de nombre «Nuestro México del Futuro .Com .Mx» que buscó (valga el paréntesis para aclarar que el video ya no está en la página web de dicha iniciativa, pero sí en distintos canales de Youtube) llamar la atención, literalmente, a los candidatos presidenciales. La crítica, por su parte, no tardó en llegar y señalar tanto el uso de niños en este tipo de videos como el peculiar retrato de los temas escenificados en él.
Recientemente, el 18 de abril, la revista Letras Libres publicó en su blog Polifonía una entrevista de Gabriel Lara Villegas con Jimena Rodero, guionista del video. Ella nos explica la génesis del video y nos cuenta de algunos temas que quedaron fuera de la «historia» (sea por el tiempo disponible o por lo «fuerte» del asunto), por ejemplo, la pederastia y la prostitución infantil. Subrayo el final de la entrevista donde se llega a lo siguiente: «Incluíamos también una agresión homofóbica: una pareja gay caminando por las calles de Guanajuato, y un grupo de niños vándalos llegan y los golpean y los apedrean y los matan. ¿Y qué pasó con eso? [pregunta el entrevistador] Nada, ahí el problema más que con los productores y con la agencia, fue con los padres de familia: ninguno quiso prestar a su hijo para encarnar a un gay. Cada quién.»
Dicho de otro modo, los padres de los niños permitieron que sus hijos fueran ladrones, políticos corruptos, secuestradores, etcétera, pero no, atención, un gay. Un homosexual y sus problemas de violenta discriminación resultaron menos importantes que un asalto a mano armada en las calles de la ciudad. Los niños podrán encarnar a un criminal pero a un gay, dicen los padres organizados, no. No a una persona común y corriente con una, como todos, preferencia sexual. El estigma de unos sobre otros prevaleció y, ya se ve, más que por restricciones de tiempo o de presupuesto, fue por la estrechez de unos que tal denuncia tuvo sus limitaciones.
Un video que con su contenido pretende aleccionar a candidatos y público en general, en él se deja fuera a uno de los mayores problemas sociales que en sí no dependen de programas o intereses políticos, pero sí de nuestra manera de hacer, entre otras cosas, política (en las calles y hogares). La discriminación estuvo pues tras bambalinas en tal denuncia ciudadana. La acción política con cortapisas.
El cómo un grupo de adultos prestó a sus hijos bajo ciertas restricciones, es así como en buena medida puede explicarse la debilidad de estas maneras de hacer política: nuestra visión de sociedad es juez y parte del problema. Lo malo del país son los otros, nunca uno. Esos adultos detrás del video ven, sí, la violencia en las calles, la incapacidad de los legisladores, la corrupción de los políticos y autoridades públicas, el abuso de unos, en fin, ven a aquellos y sus grisuras, a los otros, a todos los de enfrente; así, que se personifiquen entonces con niños, que sean ellos los portavoces, que les duela a esos candidatos y su público verse robando con cara de niño (y acompasados de, faltaba más, «Una mañana» [Clare Fisher], balada bossa nova en voz del Príncipe de la Canción, José José), que ya tocamos fondo, concluyen. Que a ver si así aprenden.
Pero se toca fondo en lo superficial, pues así parece ser la acción política de los, ¡ay!, fastidiados ciudadanos y empresarios. Cuando se trata de personificar al de al lado, a ese que como ellos camina de la mano, enamorado acaso, por las calles de alguna ciudad mexicana y es atacado por ser como es —y no por exigir un aumento de sueldo o por llevar mucho dinero, o por querer cruzar la frontera— entonces ni hablar, ni qué decir, ni para dónde ver. Ni qué hacer. El préstamo tiene intereses.
La comodidad es lo primero en esta curiosa incomodidad. El hartazgo lo es con la incapacidad del otro quien no sabe o no quiere poner un alto a lo que contamina, violenta y perturba nuestro espacio. La queja es con el político. La acción es así una mera reacción: véanse en este espejo.
Sin embargo, detrás del espejo, de esa superficial imagen del, piensan los demandantes, fondo de los problemas, hay un gran pendiente: el adulto detrás y a un lado del niño. Padres y tíos, abuelos incluso, son quienes tienen la mayor tarea: verse a sí mismos. No como si fueran niños, no como locos bajitos, sino como lo que son, han sido y quisieran ser. Quizá es ahí donde más vale la encarnación, la interpretación: imaginarse el vecino, la divorciada, el gay, en fin, prestarse para cada cual y para cada quien. Sentirse cómodos en esa supuesta incomodidad con el de al lado, y entonces sí, reclamarle al de enfrente, sea con votos o hasta con videos, que de los niños, ya se sabe: a menudo se nos parecen.~
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