Mataron al arquitecto
Un cuento, ¿o en realidad, una noticia? ¿Hasta dónde es ficción y hasta donde es realidad?
Hacía tiempo que me sentía mal y no sabía muy bien porque. Notaba que en la oficina vivíamos en un mundo paralelo, solo nos entendíamos entre nosotros y nadie parecía llevar una vida, al menos, algo normal fuera de la oficina. El día de hoy, mientras estaba con estos pensamientos, mis compañeros tenían una charla que iba haciendo que más gente se levantara de sus puestos de trabajo y se integrara al corillo:
—¿Sabes lo que le pasó al arquitecto?
—Lo acabo de leer, ¡no me lo puedo creer!
—Lo han mandado matar como en las películas. Un asesino a sueldo y un intermediario.
—¿Quién fue? —preguntó una tercera persona.
—Eso fue lo peor de todo: su mujer. Su esposa lo mando a matar… ¡al arquitecto! Era un informático freaky como todos en esta oficina pero, de ahí a matarlo por eso, por ser freaky —dijo una compañera. La que estaba más afectada de todos.
—Yo he estado investigado, que creerle a un solo periódico es estupidez, y he encontrado que pidieron por el asunto 30,000 euros.
—¡¿30,000 euros?! Eso es mucho dinero, pero… ¿por qué alguien habría de mandar a matar a un informático?
—Por eso, por ser informático… —dijo el listito del grupo—, leí en un blog que la profesión de informático se ha convertido, de un tiempo para acá, en una de las más peligrosas del mundo. No se ha podido demostrar pero hay una teoría social que dice que los que nos dedicamos por más de 5 años a trabajar con ordenadores, por más de 8 horas al día, sufrimos un extraño síndrome que nos hace que nos vayamos inadaptado a la sociedad, sino es que ya eras un inadaptado social desde antes.
—Tú y tus teorías conspiratorias López. Eso seguro es un mito urbano —dijo la chica nerviosa.
—¡Que no! Que es verdad, mira, un ejemplo en esta oficina: ¿cuántos de aquí tienen una vida social real?, peor aún, ¿cuántos de aquí, tienen vida fuera de las computadoras de mierda en las que trabajamos? —se la gente comenzó a hablar entre ellos—. Estamos infectados por este síndrome, ¿no lo ven? El único que tiene mujer es Anderson, y creo que no lo lleva tan bien. Los demás somos unos tarados, vemos una mujer y no sabemos cómo hablarle, y las que trabajan con nosotros, lo siento chicas, son como hombres, insensibles totales.
En ese momento me levanté de mi lugar para intervenir:
—No me creo lo que dices López, y no estoy mal con mi matrimonio.
Alguien de la sala nos calló a todos para leer en voz alta un extracto de la noticia que habían estado comentado: “El especialista de Criminalística que intervino ayer”, dijo, “en la cuarta sesión del juicio, dejó claro que el autor de los tres disparos que acabaron con la vida del informático le estaba esperando en un pequeño habitáculo del garaje desde el que se accede al ascensor. La víctima vio a su atacante y levantó la mano izquierda para intentar evitar el disparo. El balazo le atravesó la mano y le rozó el cuello. El informático, ya herido, salió huyendo hacia el garaje, pero recibió otro disparo por la espalda, que le alcanzó el hombro. Cuando cayó desfallecido en las escaleras de entrada al subterráneo, boca abajo, su asesino le asestó un tercer y mortal disparo a cañón tocante, según el especialista de la policía. Le entró por la región occipital derecha de la cabeza y le salió por la temporal izquierda. ‘De lo que no cabe duda es de que fue una ejecución’, dijo para enfatizar el asesinato de un indefenso, no definirlo como la muerte de un reo. ‘Porque encontramos que el tiro de la cabeza fue disparado cuando ya se había caído, como confirma una marca del proyectil en el suelo’, destacó el experto de Criminalística.
Un detalle que también quedó confirmado ayer fue que la noche anterior al crimen alguien rompió el cristal del portal. De esta forma el asesino se aseguraba el poder entrar en el edificio cuando su víctima regresara a su domicilio.” [1]
La gente hizo una expresión de sorpresa, angustia y temor. Uno de los programadores le quitó el periódico al otro y terminó de leer el artículo: Un asesinato que fue ‘una ejecución’. Así lo calificó la policía. La principal acusada es la ex esposa del fallecido, junto con su supuesto compinche e intermediario, apodado señor Smith.
Mientras todos hablaban al mismo tiempo, el malestar que sentía hacía tiempo se aclaró en un segundo, reconocía en mí todos los síntomas que había descrito López, y en realidad mi vida privada estaba a punto de estallarme en la cara. Las cosas en casa no iban bien. Hacía tiempo que no tenia sexo con mi mujer, creía que tenía una aventura que no había podido ni averiguar ni echárselo en cara; y lo peor era que no tenía vida social fuera de los clicks que daba a los perfiles del Facebook de gente que no había visto en años. En ese momento me sentí mareado, me temblaban las piernas, tenía frió y me sudaban las manos. Intenté sentarme pero solo logré dejarme caer en una silla. Me dolía la cabeza, tenía un fuerte dolor de pecho y sentía escalofríos. Intenté pedir ayuda y lo único que salió de mi garganta fue un quejido.
—Exactamente Anderson, es un fastidio —dijo López—. Lo peor de todo, es que el arquitecto era muy bueno en lo que hacía. No sé cómo lo vamos a sustituir. Construyó él solo toda la red de la organización, hizo el algoritmo para la compra de derivados y fue eliminando todos los errores e incidencias del código de seguridad para proteger los datos contra los intrusos al sistema.
—No puedo creer que solo pienses en los sistemas, ¡que han mandado a matar al arquitecto! —gritó bastante alterada una de las programadoras.
Logré, como pude, recuperarme un poco. Comencé a respirar de forma más pausada. Me resistía creer que exista un síndrome que nos vaya volviendo imbéciles a todos en la oficina. Me levanté y me presenté ante la mesa del jefe:
—Me siento mal, si te parece me tomo el día, ya mañana lo recupero.
Asintió con un gruñido sin levantar la cabeza para después decirme:
—Tomate la pastilla azul Anderson, esa es la que funciona. Todo mundo sabe que si el doctor te da la pastilla roja es porque cree que le estás diciendo mentiras, es un placebo, tomate la azul. Mañana hablamos.
Salí corriendo de la oficina esquivando a mis compañeros que me lanzaban miradas entre confundidos y asustados, a la vez que preguntas como si fueran balas:
—¿A dónde vas corriendo?
—¿Vuelves?
—¿Te sientes bien?, ¿qué pasa?
Solo López sentenció en vez de preguntar:
—Llévate el teléfono para tener conexión, recuerda que es importante para tener alguna salida en caso de ataque o crisis.
Conduje hasta mi casa pensando en que le iba a decir a mi mujer. Tenía que recuperarla de alguna forma, comenzar a tener vida propia, salir de ese agujero negro que era la oficina y olvidar esa vida virtual que tenía en la red. Cuando llegué a casa encontré a mi mujer en la cocina, al verme hizo una mueca y preguntó bastante fría mientras cortaba zanahorias:
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en la oficina, trabajando.
—Pedí el día, quería pasarlo contigo —respondí.
—¿Estas tonto o qué? ¿No estarás enfermo? —contestó. Tenía un pantalón de cuero negro bastante ajustado. Hacía tiempo que no se lo veía puesto. Siempre le pedía que se lo pusiera, le decía que se veía muy bien. Mientras subía mi mirada de sus piernas a sus brazos observe sorprendido que tenía mucha destreza en el manejo del cuchillo como si toda su vida hubiera sido chef.
—¿Cuándo aprendiste a manejar el cuchillo así? —pregunté un tanto inquieto.
—Me leí un manual y me descargué un programa que tiene lecciones muy facilitas, ¿por qué?
—Por nada. Bueno, lo que te decía, me escapé para venir a almorzar contigo. Quiero recuperar lo nuestro. Sé que he estado ausente, que solo hablo del trabajo y que, cuando llego a casa, me pongo en la computadora para seguir trabajando o jugando en línea con mis compañeros. Pero quiero que sepas que se acabo, que si esto es una enfermedad o una pesadilla, voy a despertar. Prefiero la realidad a la red, aunque sea muy placentera. Trini, yo te quiero mucho…
En ese momento dejó de cortar las zanahorias, se giró y me miró a los ojos, y con una voz contenida, como si controlara la respiración, me contestó:
—He quedado a comer con un amigo.
—¿Con quién? —pregunté mientras me mirada con unos ojos fijos, inmóviles.
—Con mi amigo nuevo, el que te conté que conocí en el centro comercial.
—¡Ah, sí! Recuerdo que me contaste —dije—. No recuerdo como me dijiste que se llamaba.
—No te lo dije cariño —contestó mientras dejaba el cuchillo, se quitaba el delantal y se ponía unas gafas obscuras—. Se llama Smith. Pero las chicas le decimos de cariño señor Smith.~
Nota del autor:
Este cuento fue inspirado en una nota del diario El País, donde el extracto de la noticia leída por los programadores es textual, salvo el nombre del intermediario:
F. Javier Barroso (23 de noviembre de 201). «Un asesinato que fue “una ejecución”», El País Edición impresa, España. http://www.elpais.com/articulo/espana/asesinato/fue/ejecucion/elpepiesp/20111123elpepinac_20/Tes
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