La representación de la alienación social actual a través de la ciencia ficción en “La tía Eulalia” de Mónica Marchesky*

Por Mariana Moreira

 

EL TÉRMINO “ALIENACIÓN” ha tenido a lo largo de la historia distintos significados, los cuales siempre han dependido del que los autores decidieran dotarlo según su conveniencia. Algunos lo han utilizado con una pluralidad de acepciones dentro de una misma obra, como lo es el caso de Hegel, haciendo de esta forma más difícil su comprensión. Por ello quiero dejar en claro que cuando hablo de “alienación” lo hago en relación al sentido del cual lo han dotado Marcuse, en su obra El hombre unidimensional y Ander-Egg, en el libro Formas de la alienación en la sociedad burguesa. Según este último: “Alienar o enajenar, en su sentido más simple, designa siempre una forma de deshumanización, de negación del hombre. Es un estado o situación que dificulta al hombre ser verdaderamente él mismo, que no se pertenece a sí mismo y que le impide ser plenamente lo que es.” (38).

Como se puede apreciar a partir de esta cita, el concepto aquí estará fuertemente ligado a la deshumanización del individuo y a las consecuencias sociales e individuales que ésta produce.

En segundo lugar, la tecnología a la que me referiré es la que nos presenta la escritora Mónica Marchesky a través de la ciencia ficción, género que últimamente ha estado teniendo más relevancia dentro del Uruguay; especialmente a partir de la aparición de las antologías de ciencia ficción llamadas Ruido blanco que Marchesky se ha encargado de editar, desde hace algunos años, junto a Álvaro Bonanata. El texto que aquí se abordará es el que ella publica en Ruido Blanco 4, el cual salió a la luz en 2016.

Teniendo presente estos elementos es que podremos observar cómo la tecnología presentada en la ficción, funciona como herramienta de alienación de los individuos y cómo, en lugar de ser ésta un beneficio para la humanidad, actúa en realidad como un elemento represor y reproductor de seres deshumanizados.

Como sabemos, toda obra literaria es, en cierta forma, producto del contexto social en el que surge y su interpretación siempre estará condicionada por la relación que los receptores puedan establecer entre ese contexto y el texto, así como también por las experiencias y el conocimiento que posean, los cuales les permitirán completar la obra y darle sentido. Al ser “La tía Eulalia” un texto sumamente reciente, no debería suponer una dificultad el observar su relación con el contexto histórico y social en el que aparece. Nos encontramos en un momento en el cual los conceptos de modernidad y posmodernidad ya han sido superados, según María Rodríguez Magda, por la idea de “transmodernidad”, la cual ya planteaba en su libro La sonrisa de Saturno (1989) como una fusión de la modernidad y la posmodernidad que a su vez supera a ambas. Para ella: “La transmodernidad no es un deseo o una meta, simplemente está como una situación estratégica, compleja y aleatoria no elegible; no es buena ni mala, benéfica o insoportable… y es todo eso juntamente… Es el abandono de la representación, es el reino de la simulación, del simulacro que se sabe real.(142)

Según podemos observar, nuestra realidad se ha vuelto mucho más avanzada en cuanto a lo tecnológico, lo cual ha ido transformando nuestra forma de ver e interpretar el mundo, así como también la forma en la que interactuamos con él y con otros seres humanos. Los avances propios de la era digital han cambiado progresivamente nuestro modo de relacionamiento a partir de la premisa “estar conectados”, convenciéndonos así de que los chats y los servicios de mensajería instantánea nos permiten estar más unidos con nuestros seres queridos, pero en realidad, sólo nos unen a pantallas. Esto se relaciona con el relato de Marchesky en la medida que los individuos que nos presenta se encuentran distanciados del resto, incluso de su propia familia, por vivir en la virtualidad, pues el texto, a pesar de desarrollarse un siglo después al nuestro, nos permite evidenciar algunas cosas que se dan en nuestra realidad y que son propias de esta era “transmoderna”, como señala Rodríguez Magda y, por lo tanto, nos permite reconocer la crítica social que se presenta en el cuento; como si éste nos hiciera un llamado a la reflexión sobre nuestro modo de vida.

La simulación cada día se vuelve más “real” y va ganando más adeptos.La realidad aumentada, que ha tenido un gran auge en estos últimos años, ha llevado a la integración de la virtualidad en la realidad, pero a costa de aumentar más la brecha que separa a los individuos de forma física y estableciendo conexiones más estrechas con los dispositivos tecnológicos. Dentro de esta era transmoderna podemos ver que: “Lo real y lo irreal ya no son opuestos al aparecer un nuevo concepto de realidad, aquella no ligada a lo material sin por ello convertirse en ficción. La realidad y la existencia ya no son sinónimas: hay una realidad que no deja de “ser” por el hecho de “no existir” y que no se conforma con el mero status de simulacro, es la verdadera realidad: lo virtual.” (Rodríguez Magda).

Las consecuencias de estas nuevas formas de interacción se pueden apreciar en el deterioro de las relaciones interpersonales a partir de la alienación que sufren los individuos frente a las pantallas, así como también en la forma en la que les son creadas a éstos nuevas necesidades que satisfacer, las cuales los llevan a estar cada vez más ocupados, más alejados del resto y más deshumanizados, en tanto que la tecnología avanza rápidamente y los individuos necesitan “mantenerse actualizados” para satisfacer las necesidades generadas por la sociedad de consumo digital.

Dentro de este contexto es que aparece el cuento “La tía Eulalia”, el cual nos presenta un Uruguay futuro. Para ser más específicos, nos muestra un posible sigo XXII, en el cual los seres humanos han logrado grandes avances tecnológicos, pero el énfasis del cuento radica principalmente en el vacío de las relaciones humanas, así como en la dependencia que mantiene el hombre del futuro con la tecnología y las comodidades que ésta le proporciona.

El texto comienza de forma bastante abrupta y el título no logra aportarnos ninguna pista sobre el contenido del mismo. Ante un primer acercamiento, el relato no se presenta interesante, pero al adentrarnos en él nos va desentrañando una gran riqueza no sólo en cuanto al contenido, sino también en cuanto a su estructura.

Ya desde el inicio se pueden apreciar las dificultades de relacionamiento que tiene el narrador-personaje con su madre, que a primera vista no parecerían ser demasiado trascendentes, pues todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos tenido dificultades en las relaciones con nuestros progenitores; pero a medida que avanzamos en la lectura podemos darnos cuenta que esto adquiere un cariz particular. La madre, quien aparece nombrada a lo largo del cuento siempre desde su rol, va a ser una constante “presencia ausente”, que sólo conoceremos a través de los ojos del narrador y de los datos proporcionados por éste. En ella se encarnan los resultados obtenidos en los individuos que han sufrido una deshumanización producto de la tecnología y el bombardeo de las publicidades engañosas. El estilo de vida de esta mujer está basado en la obsesión por su cuerpo, por las “dietas mágicas”, que venden la falsa idea de que es posible verse bien sin verdadero esfuerzo; y por vivir encerrada en su hogar, el cual se ha transformado en un basurero que no es capaz de percibir gracias a la tecnología que logra simular que su casa está limpia y reluciente. Este comportamiento es el que lleva a que las relaciones con su familia se desgasten y se rompan: su marido la abandonó y ahora tiene una nueva vida con otra mujer con la que se encuentra de vacaciones; su hijo menor está junto a su padre; su hijo mayor ya tiene su propia vida y el narrador huyó de su hogar con la promesa de nunca regresar por no ser capaz de tolerar esa situación.

Lo que moviliza al narrador-personaje a salir de su casa y regresar a ese mundo es la llamada de su hermano mayor, quien le comunica que su madre ha entrado en un grave estado de depresión producto de la muerte de la tía Eulalia, lo cual no logra creer porque él entiende que no es posible que haya muerto, y menos basándose en el simple argumento de que su madre ha dejado de verla. Hasta este punto no logramos comprender realmente quién es ella o, más específicamente qué es, ya que el relato continúa con la narración del viaje del personaje hasta la casa de su madre. Durante este trayecto se nos describen algunos de los avances tecnológicos que han tenido lugar en la ciudad y en el campo, siendo estos últimos los que más llaman la atención por la reflexión final del narrador luego de contemplarlos:

A ambos lados de la ruta se deslizaban parques eléctricos de tres compañías distintas, luego que el monopolio estatal había dejado de existir, las otras dos compañías extranjeras habían desarrollado monstruos electrónicos para captar el viento y las tormentas, dando así una visión del campo, sumado a las burbujas y a las cuadrículas, un espacio ocupado por elementos futuristas. Para algo sirvió la tierra, después de todo, pensé.[1](145)

También dentro de esta parte de la narración tenemos un acercamiento al narrador-personaje, Humberto, quien, como se puede apreciar según lo que él mismo nos confiesa, es una persona a la que le desagrada salir de “la tranquilidad de su habitación” y es completamente dependiente de la tecnología, por lo que, para él, realizar este viaje supone un gran esfuerzo, más aún teniendo en cuenta la promesa que había hecho de no regresar. El siguiente pasaje nos revela cuán alienado está de la sociedad y cuán vacío se encuentra su mundo emocional, producto de “la nueva dolencia del siglo XXII”:

Más de una vez intenté cancelar la orden dada al coche y volver a la tranquilidad de mi piso, donde tenía todo lo que necesitaba sin moverme, desde donde trabajaba y tenía diversión y sexo si quería y estaba además al tanto de todo lo que pasaba en el mundo. La red transmitía de continuo en las pantallas, a través de la infinidad de cámaras y drones espías que recorrían las calles y husmeaban nuestras vidas. (…) Me había vuelto un MAR (ManAddictedRoom), la nueva dolencia del siglo XXII.(145)

Cerca de este punto es que el narrador vuelve a la importancia que tiene para él encontrar a la tía Eulalia, pues su madre “en los últimos años”, “se ha vuelto completamente dependiente de ella”.

Al llegar Humberto a su destino, la primera impresión que nos ofrece es la del basural, seguida por la desoladora imagen de su madre, estática frente a su pantalla, cual reflejo del mundo transmoderno que nos define Rodríguez Magda, y sobre el cual dice lo siguiente: “El mundo transmoderno no es un mundo en progreso, ni fuera de la historia; es un mundo instantáneo, donde el tiempo adquiere la celeridad estática de un presente eternamente actualizado”, lo cual se puede ver claramente en la siguiente cita del cuento: “Entré apartando bultos irreconocibles de papeles y bolsas descartables. Mamá estaba sentada frente a su pantalla, como siempre, como desde la última vez que la había visto. En el respaldo del sillón apoyaba una cabeza blanquecina, despeinada. Dormía con la boca abierta, bandejas de “picadas” a sus pies y el control en sus manos. Me costó reconocerla.” (146).

A pesar de esta terrible imagen vemos cómo el narrador no se acerca a su madre e incluso evita hacer contacto con ella, quien está ahí cual “otro bulto” más, inmóvil, “dormida”, abstraída de lo que sucede a su alrededor, mientras su hijo comienza la búsqueda de la tía Eulalia. Recién a partir de aquí tenderemos más información sobre ella, pues finalmente descubrimos que este “ser” tan importante, que ha causado la depresión de la madre de Humberto y ha hecho que éste saliera de la tranquilidad de su habitación, no es ni más ni menos que un software; una virtualidad cuyo objetivo fue desde el inicio, cumplir la función de acompañante de esta mujer para que no se sintiera sola. He aquí lo terrible que presenta el texto: esta compañía virtual es la encargada de sustituir a la compañía real de un ser humano, y la preocupación más grande que tienen Humberto y su hermano es la de devolverle a su progenitora esta relación; pero en ningún momento hay interés por restaurar el vínculo fracturado entre madre e hijos. El objetivo de encontrar a Eulalia es restaurar “el orden” para que todos puedan volver a estar tranquilos en sus propios mundos, pero en ningún momento se aprecia una verdadera preocupación por el otro, como la que sí existe por ese software, al cual el mismo narrador califica como “algo tan importante” y, por lo tanto, debería haber estado instalado en un lugar más seguro y no en algo tan trivial como el sapo verde que funcionaba como veladora en el cuarto de estos hermanos cuando eran niños, y que ahora se ha transformado en el juguete del perro de la casa. Esto permite ver el valor superior que se le da a la tecnología dentro de ese futuro; la relación con la virtualidad que aquí se nos presenta es más importante que la relación que pueda existir entre humanos. Cuando Humberto se va de la casa luego de cumplir su misión, simplemente besa a su madre en la frente y le deposita en su mano una tarjeta con dinero electrónico, ante lo cual ella ni siquiera se despierta, como si nada hubiese pasado realmente para esa mujer, quien no se ha enterado de la presencia de su hijo; he ahí lo impactante del mundo posible que nos presenta Marchesky.

Finalmente, el texto se cierra con un breve diálogo telefónico entre los dos hermanos en donde se reafirma la idea del desinterés por el otro y la falta de comunicación “real” entre los seres humanos. Humberto intenta contarle en qué lugar se encontraba el software, pero a su interlocutor no le interesa y le responde lo siguiente: “-Ok, ok, Humberto… lo más importante es que mamá ya no va a estar más sola.” (149), y corta la llamada.

El temor a que la tecnología nos lleve a perder aquello que nos define como seres humanos no es algo nuevo en la literatura, pero tampoco es aleatorio que en este momento vuelva a manifestarse. Ya Bradbury, como ejemplo representativo de esta idea en la ciencia ficción, nos había planteado el mismo problema en el cuento “La pradera”, donde el vínculo con la tecnología sustituye el vínculo padres-hijos y los aliena de tal forma a estos últimos que prefieren vivir en la simulación que les ofrece el cuarto de juegos a tener que hacer las cosas por sí mismos y reconstruir la relación con sus padres.

En este sentido, el cuento de Marchesky no sólo se relaciona con esta idea de alienación que ya ha planteado anteriormente la literatura de ciencia ficción, sino que, dentro del contexto histórico actual, también dialoga con la problemática expuesta por el cine y la televisión de los últimos años en obras comoWall-E, o varios de los episodios pertenecientes a la serie Black Mirror, permitiendo ver que actualmente existe una preocupación sobre la forma en la que los avances tecnológicos pueden afectar negativamente al hombre al aislarlo de sus semejantes, haciéndolo perder de esta manera su condición de hombre pleno, deshumanizándolo y alienándolo en su mundo de pantallas y virtualidades.~

*Ponencia leída en el 2º. Encuentro Internacionalde Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción 2019, Chile.

  

Bibliografía:
Ander-Egg, Ezequiel.Formas de alienación en la sociedad burguesa. Humanitas, 1987.
Marcuse, Herbert. El hombre unidimensional. Planeta-Agostini S.A., 1993.
Marchesky, Mónica. “La tía Eulalia” Ruido blanco 4. Selección de A. Bonanata y M. Marchesky. MM Ediciones, 2016: 143-49.
Rodríguez Magda, Rosa María. “El porvenir de la teoría: la transmodernidad.” La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna. Anthropos, 1989: 99-158.
—. “Transmodernidad; La globalización como totalidad transmoderna.” Observaciones filosóficas 4 (2007). Internet. 30 May. 2019.  http://www.observacionesfilosoficas.net/latransmodernidadlaglo.html
[1] El resaltado en negritas es mío.