El castillo de If: Un oscuro mar de fantasmas

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

UNA RESTAURADORA CONOCE a un fotógrafo que la contrata para realizar el remozamiento de una vieja casona en una colonia de larga tradición en la Ciudad de México. La protagonista acepta la encomienda mientras las confusiones con respecto de la relación que teje con el fotógrafo crecen conforme pasa el tiempo y lo (des)conoce cada vez más. La casa es herencia de un tío abuelo, fotógrafo también, que hereda al descendiente sus herramientas de trabajo y una tarea siniestra: representar las escenas de tortura y desmembramiento que se describen en un libro escrito por un viejo amigo del reputado fallecido. Al mismo tiempo, la casa se convierte en el pretexto para contar la historia que involucra al tío abuelo y a su familia: una historia llena de terribles secretos que, conforme avanza la novela y la relación de la restauradora con el joven artista, se desnudan de manera horrorosa.

A grandes rasgos esta es la trama de Restauración (Paraíso Perdido, 2019), la novela con la cual Ave Barrera (Guadalajara, 1980) obtuvo el prestigiado Premio Lipp el año pasado. La novela es una apuesta bien lograda en la cual la literatura fantástica, en su vertiende de terror, se mezcla con la presentación de problemáticas mundanas y cotidianas. Es una historia de fantasmas, fantasmas “reales” y otros que funcionan como alegoría de la memoria, el recuerdo, las añejas tradiciones machistas y la justicia. En sus páginas asistimos a la exposición de los deseos, miedos y circunstancias en las cuales dos mujeres separadas por medio siglo con respecto de sus experiencias se ven involucradas en situaciones similares cuya construcción narrativa no peca de truculenta. Los paralelismos entre la narración de la vida de las dos mujeres fluye de manera natural y, al mismo tiempo, generan una tensión que impide al lector abandonar la lectura.

El texto puede leerse como una novela de terror. Hay elementos suficientes para considerarla en tal categoría. Torturas de diversos tipos: físicas, psicológicas, emocionales, sociales, se desarrollan en distintos momentos y nos ponen en estado de alerta. Diversos pasajes resultan en suma perturbadores; la descripción que Barrera hace de los utensilios médicos usados como instrumentos de tortura, de las posturas retorcidas y antihumanas, así cómo la relación de los hechos que llevan a la mutilación corporal y a la violación sexual hacen que el lector no salga inmune al atestiguar la violencia que parece algo natural para quien la inflinge. El terror proviene de los hechos realizados por los personajes vivos, no por las acciones desarrolladas en el ámbito de los sobrenatural.

Hay también un alegato de cómo la identidad femenina se reconoce como oprimida y realiza esfuerzos para liberarse de los mecanismos de esa opresión. Separados en el tiempo, hechos como el aborto, la infidelidad, la violencia económica y el dominio simbólico se muestran casi intactos, responsabilidad de una sociedad que se resiste a modificar los hábitos y las costumbres en tanto afecta privilegios más que evidentes. El privilegio de ejercer la violencia, en este caso.

No obstante, son precisamente esos personajes femeninos los que toman las riendas de los hechos. La perspectiva es femenina y hermana por igual a la esposa sacrificada que ha abandonado la seguridad aparente de su vida semirural por la promesa de una vida urbana llena de aventuras, con la restauradora que intenta darle significado a su vida en tiempos en los cuales ese significado no es único, sino múltiple y complejo; en ese mismo nivel podemos poner la acción valerosa de la empleada doméstica que se convierte en la semilla de su propio infortunio.

Con una estructura fragmentada que nos lleva de una época a otra, de una historia a otra, esta especie de cubo Rubik nos exige un esfuerzo para intentar ordenar el caos. Un caos producto del acercamiento a una obra que no transcurre en un espacio seguro de referencia para el lector, sino en una construcción hecha de recuerdos, memoria e ignominia. El paralelismo de las experiencias de las dos mujeres protagonistas impide, en algunos fragmentos, ubicar de manera clara el contexto en el cual la voz narradora enuncia esos pensamientos, recuerdos y exposiciones. La acción se vuelve tiempo, sensación de intemporalidad, de manera imperceptible.

Algo que también se agradece es la minuciosidad con la cual la autora teje el ambiente y el contexto de lo que narra. Se nota un esfuerzo consciente por entender el proceso de restauración de inmuebles y objetos, por ejemplo. O la revisión de los distintos estilos arquitectónicos como un telón eficaz en el cual se desarrollan las acciones y se manifiestan los personajes.

La obra refiere de manera directa a las escenas descritas por Salvador Elizondo en Farabeuf o la crónica de un instante (Joaquín Mortiz, 1965), una obra del canon de la literatura mexicana que fue elogiada por su estructura y las intenciones literarias que pretendía. Acá, Elizondo, o un alter ego del mismo, aparece como uno de los personajes, el amigo Chava, cuyos actos y personalidad resultan repulsivos. La percepción proviene de la subjetividad del que lee, Barrera tiene como otro de sus aciertos no realizar juicios morales acerca de las acciones que realizan sus personajes. Por otro lado, es importante señalar que el desconocimiento de la obra referida no interfiere en lo absoluto con la comprensión de lo que ocurre en la trama.

En conclusión, Restauración es una novela interesante, bien narrada, intensa y que, seguramente, despertará reflexiones tan diversas como los intereses de los lectores que se acerquen a ésta. Su lectura es una experiencia muy recomendable.~