Singer; Máquina para herir

Pieza por Patricia Arredondo

Singer

Si pisaras el pedal, ¿qué tan lejos te llevaría la máquina?

Habría que estirar los brazos, asirse al asiento,

deslizarse sobre el camino

acelerando

hasta el infinito,

donde la carretera se abre

a medida que vas trazando

una línea al centro,

hasta no saber cuándo ambos lados

se unen o se separan.

Ir siempre hacia delante

como si el regreso fuera una traición

al tiempo, la amenaza de un nudo

que estanca, que echa a perder

el futuro. Ir de una orilla a otra,

zigzagueando, de forma recta,

gracias a la rueda que sigue girando.

Avanzar lo más que se pueda

sin tener que cortar el hilo;

seguir escuchando la aguja en la tela,

el piqueteo mecánico, el motor

trabajando a tope. Todo

se apagaría más tarde,

como un paciente cuya orden

han firmado los familiares;

como si el cuerpo fuese una máquina

descompuesta y sin refacciones:

desconectarla parte por parte

o de golpe. Que deje de hacer ruido.

Si no avanza, no sirve. Pisar el freno,

no hay máquina que no se estrelle

nunca contra lo que tiene

enfrente, incluso si esto es el vacío.

 

 

 

Máquina para herir

Como un ilusionista

pones ante ti a la persona que amas.

Le lanzarás desde lejos algunos cuchillos.

Quieres que confíe a través del miedo,

no herirla. Crees que es un accidente

que los cuchillos uno a uno atinen

a su cuerpo cuando los lanzas.

Cuando hieren, ella desaparece.

No puedes ver su reacción a tus errores.

Que no puedas verlo, no significa

que su dolor no exista.

A lo lejos, quizá,

eso que escuchas es un alarido.

Algo de lo que no te sientes responsable.

Así, total, has ido por la vida,

pidiendo confianza en lo que haces,

pero pensando que todo es o fue un accidente.