El castillo de If: Del ensayo como la obra negra de una banda de rock y cosas así
Un texto de Édgar Adrián Mora
EN MÉXICO, EL ensayo es un género que se decanta hacia la solemnidad y el sentido ilustrado de su origen enciclopédico más que por el lúdico y experimental que, también desde su origen, practicaron autores como Jonathan Swift en Inglaterra (A Modest Proposal) o, en México, Manuel Gutiérrez Nájera (quien no haya leído La desaparición de la plata se ha perdido de una selección de crónicas y ensayos que nos muestran que nuestro país no ha cambiado significativamente en casi dos siglos de historia republicana).
Recuerdo con mucho cariño los ensayos que autores como Naief Yehya, Mauricio Bares, Adriana Díaz Enciso, Guillermo Fadanelli y otros publicaban en la extinta revista La pus moderna, textos que en mi juventud lectora me ayudaron a entender que la escritura podía ser, también, un territorio donde lo lúdico, lo crítico y el humor con sus diversas caras (ironía, sarcasmo, sátira) podían cumplir con uno de los objetivos del ensayo: confrontar al lector con un tema acerca del cual tiene opiniones y posturas previas.
El humor en la escritura es algo muy difícil de lograr. A pesar de que sus efectos se multiplican en recomendaciones para leer a tal o cual autor. En México el caso de Jorge Ibargüengoitia es atípico porque su escritura apela al humor para desmitificar diversas cuestiones asociadas a la literatura (entre otras, que la escritura debe ser una cosa “seria”) y la historia (la sacralidad de los personajes y episodios patrios). De esa estirpe ibargüengoitiana se desprenden, desde mi punto de vista, autores como Guillermo Sheridan, Germán Dehesa, David Toscana e, incluso, algunas propuestas de Juan Villoro.
Pienso que entre los autores de mi generación pertenece también a ese grupo Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979). A lo largo de los libros que ha escrito, como ¿Escribes o trabajas? (FETA, 2004) o Usted se encuentra aquí (Secretaría de Cultura de Campeche, 2013), podemos encontrar reflexiones profundas sobre eso que llamamos contexto sociohistórico, pero también, un sentido del humor que abreva de diversas fuentes como la cultura pop, la evolución/metamorfosis de los medios de comunicación masiva, la biografía, el conflicto eterno entre civilización y barbarie, la pornografía, la imagen creada por (y desde) el ejercicio de la literatura, la autobiografía, la aspiración de la alta cultura, entre muchos otros.
En Ni siquiera es un trabajo, pero alguien tiene que hacerlo (Posdata/ Conaculta/ INBA, 2014) refleja su interés por los temas arriba mencionados y el uso del humor como estrategia crítica y lúdica. Encontramos en este volumen piezas que toman sus pretextos de la crónica de eventos que la industria pornográfica presenta en la Ciudad de México; entrevistas apócrifas con autores que inventan métodos para adelgazar las páginas de los libros gordos; los motivos extraliterarios que animan las becas, encuentros, congresos y aniversarios; la autobiografía que se ceba en el escarnio propio para probar un punto y que linda con la ficción de manera clara; la existencia de grupos de narcocorridos que se convierten en textocorridos; la reflexión sobre de los métodos utilizados por los comediantes de stand up para conseguir las risas del público y sus resultados desiguales; disertaciones acerca de obras que alimentan y significan el canon nacional; divertimentos estadísticos referidos a la industria editorial y el uso de palabras “anzuelo” en sus títulos; la vida de un villamelón en el concierto de una banda legendaria de rock; la nostalgia con respecto de cómo se experimentaron los videojuegos en generaciones anteriores a la que corre; reseñas sobre libros improbables que se convierten en tendencias gracias a las redes sociales (el affaire Dios-Yordi Rosado); visitas (o intentos de) a la deep web; propuestas acerca de cómo aprovechar el santoral de poetas muertos y seguir sin leer a los vivos; y mucha ironía acerca de la literatura y lo que rodea su ejercicio.
Sobresale en este conjunto misceláneo, no obstante, la atención que pone a pensar acerca del género que ejerce y sus formas. Dos textos en particular, “El ensayista que no quería citar y otras historias”, además de “El ensayo en la práctica”, reflejan diversas cuestiones asociadas al género y sus habituales visitantes. Dice en el primero, por ejemplo:
Después de escribir más de cien ensayos alguien le preguntó a un ensayista cuál era la condición actual del ensayo. No supo qué responder. Escribía ensayos precisamente porque no sabía qué contestar en las entrevistas o en las pláticas de sobremesa; era su manera de construir una plática que no había tenido lugar. Por otra parte, no poseía la espontaneidad de los comentadores o quizás, era que ambicionaba decir cosas para la posteridad y no sólo para la sección cultural de los periódicos. Tartamudeó una disculpa, pero ni siquiera eso satisfizo el ansia del reportero. A manera de compensación prometió escribir un ensayo sobre el tema, pero nada salió en las dos semanas que se dio de plazo. Entonces pensó: hablar sobre el ensayo en un ensayo es como hablar sobre el amor mientras se está enamorado: quedas al final como un idiota. “Practicar el ensayo te impide definirlo”, concluyó y fue lo único que mandó a aquel diario.
O en el segundo:
Exceso de equipaje en las obras completas de los escritores, los ensayos constituyen la condena de lo nunca concluido. De ahí que uno no quiera ser sólo ensayista. El escritor mira a la posteridad y no encuentra la catedral a donde los lectores vayan a rendirle culto. Y se entiende: el autor de ensayos es un urbanista que nos ha entregado una ciudad llena de obras negras. ¿Qué canon tomaría en serio a un tipo así? Máxime si la inmortalidad le da por ignorar todas esas ocasiones en que edificios a medio construir nos han servido para pasar la noche a tanto lector vagabundo, escéptico, desconfiado de la vida y de los libros; y porque la mayoría de las veces los autores escribimos no pensando en la literatura sino en la historia de la literatura.
Es este un libro que, huelga decirlo, explora de manera diversa y apelando a sus orígenes (varios de los textos fueron originalmente entradas de blog, he aquí otra forma de escritura que no ha hallado a sus exégetas) una serie de tópicos que a pesar de su dispersión nos refleja la escritura de un autor que ha desarrollado un estilo que lo diferencia de los demás, una originalidad que supongo no era el objetivo pero que igual consiguió.
Sólo hay un detalle que me gustaría mencionar y que no alude al contenido de la obra. Tiene que ver con la edición. Hay un cierto descuido en la formación del volumen que distrae de una lectura que podría ser por completo gozosa. Una parte de la observación tiene que ver con manías personales: la elección de una fuente poco agradable para leer impresos (la TodaySHOP), el uso de las negras y los blancos tipográficos entre párrafos; la otra parte alude a una serie de descuidos que demeritan el resultado global: una falta ortográfica en la cubierta del libro, párrafos repetidos, oraciones inconclusas en algunas transiciones de páginas, espacios dobles y algunos dedazos que se pudieron haber evitado.
Estas faltas, no obstante, son pecado mínimo con respecto del gozo encontrado en los textos incluidos en el volumen. Ensayar quizá no es un trabajo, pero Huchín lo hace de excelente manera.~
Leave a Comment