Romper (The same deep water as you)
Primer capítulo de la novela Nadie es nadie, amor, de Gabriel Vázquez
“Kiss me goodbye, pushing out before I sleep, can’t you see I try swimming the same deep water as you is hard”… canta Robert Smith con toda su agonía.
–NECESITO TIEMPO…
Julieta interrumpe mi canción favorita con la peor frase posible. Después de soltar esas dos palabras nefastas, sus ojos de koala huyen de los míos y se pierden en cualquier punto. Su mirada vuela por los rincones evitándome. Con todo el peso de la culpa que esa frase contiene.
Me quedo en silencio. Observándola. Pensando si acaso me ha visto cara de Cronos o de Timex. No se lo digo. Sé que agravaría esta situación.
La sensación de abandono me invade como los extraterrestres a Nueva York, mientras pienso que el amor no debería tener miedo, el amor debería romper cualquier distancia y barrera.
El amor debería ser como en las películas: indoloro e inodoro.
Pero es real y lastima.
Julieta, mi Julieta, no la de Dire Straits, no la Venegas, no la de Shakespeare ni la de Fernando Delgadillo, está dejándome. Dejándome con la peor de las excusas. Con el más cobarde de los pretextos. Con la peor combinación de palabras: Necesidad y temporalidad.
Mi cerveza suda.
El Hijo del Cuervo está lleno. Me abruma el sonido de vasos chocando, de comida siendo deglutida, de telas rozándose debajo de la mesa, de conversaciones a las que no encuentro sentido.
Robert Smith es un eco lejano para mí.
Aquí debería apretar pausa, seleccionar estos últimos segundos y cortarlos. Editarlos del timeline. Enviarlos a la papelera de reciclaje y hacer como que nunca hubieran existido. Para eso soy editor. Para eliminar cosas, para recortar lo que está mal, lo que sobra, lo que no debe verse. Para borrar los errores.
La ruptura con mi novia es un error.
La abrupta terminación de mi noviazgo es un error.
Julieta espera mi respuesta, alguna respuesta. Mientras ella calla y me observa, yo pienso que Dios no es un buen editor, que siempre deja demasiados cabos sueltos, demasiadas preguntas sin respuesta. Dios no cierra ciclos, sus personajes toman decisiones absurdas y cambian de opinión todo el tiempo, por eso no se sostienen; sus historias parecen lineales pero siempre se fragmentan.
El pasado y Dios no importan en el nanosegundo en el que Julieta, mi Julieta, no la de Almodóvar. No. Julieta me dice:
-Lolo, necesito espacio… no estoy segura… no sé qué hacer, creo que debo poner en orden algunas cosas… no quiero repetir la historia de mis padres. No quiero acabar como ellos, Lolo, preguntándome si esto es todo en la vida, si no hay algo más que pueda hacer…
¿Cuánto tiempo se necesita para decidir esto? ¿Una hora, veintisiete horas, dos días, una semana, seis semanas, cuatro meses, diez, setenta años?
Y entonces, Julieta, como si fuera un cúter y yo papel bond, desliza la más temida de las frases, la que nunca queremos escuchar, la que nos produce pesadillas:
-Quizá deberíamos salir con otras personas… No lo sé… Necesito aire… ¿Me escuchas?
Otra vez Julieta. Ahora interrumpe nuestra relación. Nos pone en una pausa eterna. Su tarro de cerveza está intacto. Sus labios están secos, supongo que es por la tensión del momento. Su mirada es inquisitiva pero huidiza. Esconde algo.
Nunca he sabido ¿Cómo se responde a la propuesta de salir con otras personas? ¿Con gusto, con pena, con decepción? ¿Se rechaza enérgico o se acepta resignado? ¿Lo haces con alegría o enfatizas tu tristeza?
Siempre he pensado que esa frase es una trampa cósmica. Un agujero negro.
-Sí, claro que te escuché, de hecho creo que todos te escucharon. Creo que todos escucharon que quieres salir con alguien más, que quieres IRTE con otro, que deseas que otro te meta mano -… me detengo para tomar fuerzas -Que un CABRÓN te bese y te desnude, ¿no es cierto? ¿Quién es?
No hay respuesta. Claro que no hay respuesta.
Hago una escena digna del momento y de la situación. Sé que es estéril y a la larga será vergonzosa. De verdad pensé que ella necesitaba a alguien más, por eso lo dije, aunque no fue un reclamo auténtico. No fue un asalto, sólo fue un caminito a la verdad.
Respiro. Me siento tranquilo. Soy un envase vacío, soy un lienzo sin montar, soy una película que nadie ha visto. Soy un maldito cliché del abandono.
Soy una postal de Chernóbil.
Soy una momia de Guanajuato sin fotografiar.
Estaba desconcertado, quizá ebrio de más. Cuando Julieta dijo esa venenosa frase “necesito tiempo” pude ver las últimas gotas de la cerveza bajar a lo largo del tarro, después de haber mojado mis labios y vaciado su contenido. Pasó en cámara lenta. Fue un maldito slow motion eterno, un cuadro por cuadro bestial en el que mis pupilas se dilataron, tratando de enfocarla, tratando de asir las palabras que volaban por el aire haciendo pedazos mi relación de los últimos dos años.
Carajo… Carajo. No. No. NO. Esto no le pasa a gente como yo. No porque sea especial, al contrario, porque soy tan simple que a mí no me dejan. Nunca me han dejado. Nunca, nunca, nunca…
¿O sí?
Julieta se levanta. Ni siquiera está indignada por mi escena. La falda a cuadros resalta sus pantorrillas de atleta, la blusa negra, el cuerpo gimnástico. Pienso en quién demonios va a tener la suerte de perderse en él. No dice más y sale del Cuervo. Avanza por las calles del centro de Coyoacán hacia su coche y yo me quedo sentado viéndola partir.
No me muevo, no la sigo. Me sumerjo en una especie de seudo tristeza citadina para la cual, sin saber por qué, siempre he estado preparado. Como si lo hubiera ensayado en sueños.
Las cervezas están tibias. Pido un tarro más. En la mesa de al lado, los cajeros de banco, casabolseros wannabe, corbatas y lentes de diseñador, lectores de encabezados del Financiero, me miran con una mezcla de simpatía, burla y comprensión. No necesito su lástima.
No necesito la lástima de nadie.
Vivir es sentir, amar, sufrir, soñar, luchar, beber. Estoy vivo y ahora estoy solo.
Soy una rata de laboratorio sin laberinto ni azúcar. Soy una escoba sin bruja, una pistola sin crimen. Soy una maldita cumbia sin pista de baile.
Mientras pienso en lo que soy, en lo que significa que Julieta se haya ido, dejando la cerveza calentándose y un montón de cosas en mi casa, Robert Smith vuelve al primer plano, como si cantara para mí. Ha subido el volumen en mi radio de acción.
“kiss me goodbye” pushing out before I sleep, it’s lower now and slower now, the strangest twist upon your lips, but I don’t see and I don’t feel…”
Camino de regreso a casa. La noche no está cerrada, la noche no está nada, la noche no cambia. La noche no tiene nada de especial por el hecho de que Julieta se haya ido. Julieta no tiene ese poder. Nadie tiene ese poder. La noche está llena de ladridos de perros encerrados en patios traseros entre lavadoras, ropa mojada y cubetas rotas. La noche tiene el cielo asfixiado por los autos. La noche está llena de canciones malas, de televisores encendidos pudriendo conciencias.
“LABIOS CURA TODA TRISTEZA” dice el grafiti en letras negras y nerviosas, escritas a toda prisa sobre la pared gris y granulada de la preparatoria. De mi antigua prepa. Coyoacán es un obsceno círculo vicioso. Uno siempre termina donde comenzó.
Leo “LA VI OSCURA, TODA TRISTEZA”. Fue justo después de la segunda jarra de cerveza que Julieta y yo no nos tomamos. Que YO me tomé cuando la bella novia llegó a la nefasta conclusión de que debíamos seguir caminos diferentes. Tan diferentes como la lectura del grafiti en la pared.
Camino y por fin encuentro en el iphone “The Same deep water as you” para arrullarme en la despedida de mi noviazgo. Las notas penetran mis oídos y exacerban mis sentidos. Toda la vida pensé que era la canción perfecta para una ruptura amorosa. Ahora la puedo usar con todo el derecho del mundo. Puedo editar mi noche con ella de fondo. Editar las calles de Coyoacán, editar a Julieta partiendo con el vuelo de su falda ocultando su trasero de spinning. Editar las gotas de cerveza sudando, las calles frías y el apestoso vaho a mierda que sale de las coladeras. Editar a la gente ajena y feliz con sus churros y sus chocolates. Editar a la luna dando pasos atrás.
Después haría un flashback de cuando Coyoacán era especial para mí. Volver a la niñez en Tlalpan. Cuando era una odisea familiar ir al Parnaso y a la Gandhi. Comer un helado siberiano. Avanzar a la adolescencia, cuando el barrio se volvió cotidiano. La prepa en Corina. Las fiestas. Los amigos cuyas casas ruinosas estaban en Pacífico, Miguel Hidalgo, Caballocalco o Berlín. Casas de muros gruesos y abuelas perdidas en cuartos al fondo. Volver a este ahora, indoloro y zombi, mientras el amor de mi vida se aleja de mí y camino sin prisa.
The Cure va depositando sus huevecillos de melancolía y tristeza, mucho más real que la mía, en todas las esquinas de mi cuerpo.
Pienso en Julieta. Carajo, las mujeres de las que uno se enamora nunca deberían llamarse así.
Mi Julieta decidió que, como es una exitosa diseñadora gráfica, necesita algo más. Alguien más que un simple editor de video-cine. Algo más que una vida en un pequeño y ruinoso estudio en Héroes del 47 con cocineta y baño.
Julieta la compañera perfecta. Julieta la diseñadora chic. La que había creado en su Mac el vuelo de personajes imposibles. La que había hecho menús sorprendentes para empresas mediocres que querían regalar un DVD a sus clientes a fin de año. La atleta que había conseguido que el comercial de Leche deslactosada no fuera una aberración, gracias a sus vacas voladoras y a su personajito: el ordeñador tipo Benito Juárez animado.
Julieta me dejó.
Julieta quiere tiempo y espacio. Julieta quiere aire.
Quiere salir con otras personas.
Julieta quiere besar a otras personas. Siluetas que no logro definir.
Julieta quiere desnudar a otras personas y descubrirlas, conocerlas.
Supongo, y no quiero pensar en ello, que Julieta también quiere ser penetrada a profundidad por otra persona.
En pensamientos como estos es preferible NUNCA usar el plural…
Todo ello significa que se ha cansado de besarme, desnudarme y conocerme al derecho y al revés. Que se ha hartado de ser desnudada, besada y penetrada por mí siempre en dos posiciones. Ella primero abajo, después, para terminar (y no recriminarme la posible insatisfacción de un coito en el que no alcanza a “disfrutar hasta el fin, como es su derecho”) ella arriba de mí y yo cerrando los ojos; concentrado en lamer sus pezones, pensando en otra cosa: en la edición pendiente, el video del cantante de corridos, el comercial de la cadena de televisión, la boda de los gordos en Querétaro, la graduación de un grupo de preparatorianos prepotentes, el mal actuado, dirigido, escrito y filmado cortometraje de los estudiantes de psicología. Concentrado en cualquier cosa penosa con tal de no terminar pronto.
A mí me gustaba de todas las formas.
Arriba, abajo, atrás, adelante, un día sí y otro no.
Tenía la suerte de tener a Julieta, ¡cómo no me iba a gustar!
Ahora Julieta quiere que alguien más se concentre en otro proyecto pendiente, quizá en un reportaje, quizá en una clase de química, quizá en la cotización de la bolsa, quizá en un papel como villano secundario en una telenovela.
Capaz que el maldito ni siquiera necesita concentrarse…
¿Yo qué coño voy a saber con quién quiere besarse?
Enciendo un Delicado con filtro. Odio los restos de tabaco entre los dientes. Quisiera fumar Camel, pero soy demasiado codo. Quizá ahora que ya no está Julieta me alcance para ellos.
No hace más frío cuando caminas solo, pateando piedras, latas de cervezas y bolsas de basura, por el simple deseo de sentir algo más que esta confusión.
Mi relación más importante ha terminado. Por suerte no llueve, no tiene por qué. Si esto fuera una película comenzaría a llover y yo llegaría a una conclusión importante. Bajo la lluvia tendría una revelación y correría en busca de Julieta, lloviendo, por Churubusco o Centenario, hasta encontrarla. Haría que detuviera su auto. No hablaríamos, porque el simple hecho de que yo corriera bajo la lluvia en su búsqueda lo significaría todo. Entonces nos besaríamos y ella volvería a mi lado.
Ningún enamorado corre por calzada de Tlalpan, División del norte, Calzada del Hueso, Reforma, Periférico o presidente Masaryk, bajo la lluvia en busca de su amada. Nadie lo hace porque en esta ciudad cuando llueve hace frío; las coladeras se desbordan y el agua putrefacta te llega a los tobillos, porque el tránsito enloquece, porque la lluvia está contaminada, porque es ácida y porque, simple y sencillamente, nadie quiere ni necesita mojarse en esta ciudad para demostrar su amor. A mí sólo me llueve cuando me deja el pesero o el taxi.
I will kiss you, I will kiss you, I will kiss you forever on nights like this, I will kiss you, I will kiss you and we shall be together…
El mejor día de mi vida fue un lunes, por extraño que parezca. Estaba en el patio de la secundaria, balbuceando eso que dice “guerra guerra sin tregua al que intente…” cuando salió de la dirección una interminable cascada de pelo negro, una perfecta sonrisa de marfil y un rostro angelical. Mientras los demás seguían con lo de “guerra guerra en el monte en el valle los cañones horrísonos truenen”, yo perdí el contacto con la realidad. Ese lunes, antes del laboratorio de Biología y los problemas de matemáticas con los que la maestra a la que apodábamos la piraña nos atormentaba, llegó a mi vida Emilia.
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