80P1VM/57: Dunedin y la península de Otago

#post_80P1VM/57 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla

NOS LANZAMOS CORRIENDO colina abajo. Desde lo alto habíamos visto una playa larga, inmensa y, a lo lejos, unas manchas negras que intuimos eran leones marinos. El viento soplaba muy fuerte desde el mar, y formaba largas dunas de arena. Estaban libres, salvajes. Nos llamaba la atención verlos de cerca. Si son igual de graciosas que las focas debe ser bonito, dijo alguno de los dos. Pues vamos, grité lanzandome colina abajo. Se hace tarde.

Habíamos llegado a la camino Península de Otago, despues de un paseo por la ciudad de Dunedin.

Dunedin nos había sorprendido. La primera ciudad grande que visitamos en Nueva Zelanda. Las anteriores habían sido Queenstown y Oamaru, realmente pequeñas. Había cafés, un mercado de granjeros, una universidad, un par de museos medianos. También encontramos un circuito para visitar street art. Después descubririamos que varias ciudades en Nueva Zelanda han recurrido al street art para embellecer algunas paredes, pero los graffitis de Dunedin realmente los disfrutamos. Caminamos toda la ciudad hasta cansarnos. Sacamos fotos. Tomamos varios cafés. Y regresamos al mismo hostal que habíamos dejado 12 horas antes. Al día siguiente buscariamos más colonias de pingüinos y leones marinos.

Mientras corriamos colina abajo por Sandfly beach íbamos repasando las reglas de comportamiento con los leones marinos. No acercarse a más de 10 metros y nunca interponerse entre ellos y el mar, que es su vía de escape en caso de sentirse amenazados. Para llegar a la playa había que rodear las dunas, lo que hace imposible ver que hay en la playa hasta que realmente se está ahí. Me di cuenta cuando tuve que recular al darme de cara con una masa negra de 3 metros y muchos kilos, dormido en la playa. El león marino no se enteró pero yo pegué un brinco… llegué a estar a unos cuantos metros. Regresé corriendo por el camino para detener a Arancha que seguía mis pasos.

–Para, para, que hay un bicho enorme a la vuelta de la duna.

Arancha se negó a pasar a un lado, y le dimos la vuelta a la siguiente duna para llegar a la playa. Finalmente vimos 3. Y en efecto son grandes, salvajes, y son hermosos. La constante arena y el viento frío en la cara nos recordó el tiempo de volver.~