Calendario

Un texto de Jaqueline Pérez-Guevara /ilustración de Alejandra Lara

 

A VECES ES complicado contarles algo a los demás sin auto sabotearse, humillarse o quedar como el payaso y el menos agraciado del grupo. Un imán de desgracias. Si hubiera un título para ello, tal vez, para las más divertidas, sería mío. Mío, solo mío por primera vez en mi vida como nunca lo ha logrado ser ningún hombre. Y cómo no lo he logrado ser yo de nadie nunca. Nunca arrepentirse. Es lo que yo muchas veces decía cuando la gente, luego de actuar, se daba de latigazos sobre la espalda y sobre la memoria. Juré que nunca haría eso, que siempre actuaría lo suficientemente sobria, lo suficientemente decente o indecente en mis márgenes, lo suficientemente desenfadada, cínica y egoísta como para no arrepentirme. Pero no lo logré. Y sí me arrepiento de muchas cosas, que todavía, por ahora, no diré. Diré que no me duele que ese hijo de puta le pidiera el número a mi amiga cuando estaba quedando conmigo y esa noche me había ido a conocer. Diré que no dolió cuando luego de una noche con el estómago y el esófago a reventar de la mejor champaña de Europa, me fui a su cama y miré bien sus ojos por primera y última vez. Diré que no fue nada, cuando me veía a mí misma con ramo y velo al igual que su otra novia. Cómo cuando ella y yo nos volvimos cómplices o víctimas, conscientes o no, de la misma circunstancia y el mismo hombre. Diré que no dolió. Dolió, sí y mucho. Dolió a él cuando lo hice subirse a un avión y recorrer varios países para encontrarse con la sorpresa de que yo no lo quería. Dolió que él esperara sentado para nuestra cena mientras yo lo veía gozosa, de lejos y me daba media vuelta para continuar caminando apresuradamente y mi camino sin él. Dolió. En su momento. Ya ahora, ya no sé. Pero cuando tenía que ser una herida hirviente, lo era, y mucho. El problema es saber cuándo, dónde y cómo tiene que dejar de serlo. Pero ese es un misterio que ellos y tú y él y todos, y principalmente yo, todavía no sabré. Lidiar con que el hombre que te gusta, del que estás enamorada y por el que has vendido tu alma al diablo, se muere. Es una puta joda. Una puta joda, es lo que pasa cuando te dejan fuera de casa en un país desconocido por estar de calientes. Caliente ella, caliente tú, caliente el tipo, el otro, calientes todos. Si hay algo que domina al mundo es el sexo y el dinero y uno sobre otro en esa espiral del infierno y en ese círculo vicioso. Vicioso, esto de querer es lo más pernicioso y vicioso que pueda existir. En la escuela deberían enseñarnos a sobrevivir a las rupturas y a los enredos amorosos sin tirarse al alcohol, sin atar tu cuello de una soga o sin tirar tus caderas a los brazos de cualquier tipo que llegue con ojos buenos y afán de consolar a ese corazón juguetón. Nos enseñan en cambio, buenos modales que nunca seguimos, sumas que dejaremos al instante para sacar nuestros gigantescos iphone con calculadora y nos enseñan a obedecer de forma sumisa, cuando ellos y nosotros, y tú y yo sabemos, que nadie hace eso. En público, en la intimidad o en dónde sea, no obedecemos, tratamos y fingimos que sí, pero joder, todos tenemos secretos. Secretos, a veces creo que son el ingrediente principal de mi vida. Supongo que, en todos, en alguna medida, eso es cierto. Vivimos de secretos y mentiras piadosas que facilitan la vida pero que a veces son tantos o tan grandes que regresan en formas monumentales para aplastarnos y para recostarse junto a nosotros en la cama y no dejarnos dormir por la noche. ¿Por qué tienes tantos secretos? me preguntaron una vez. ¿Por qué tú no? porque eres aburrido. Creo que el ser humano es misterioso, oculta históricamente factores y cuenta con ese don de la manipulación y el rodeo mental por naturaleza. Hay un afán por atesorar cosas y eso me parece bello. El secreto es esa ilusión sobrehumana de atesorar información, vivencias y sobre todo pecados. Pecados, arrepentimiento, no indulgencias y un pase directo para ser la sirvienta del diablo. A veces creo que lo que me protege es muy bueno o muy malo para salir siempre bien librada de todo. La muerte trágica y medieval del amante, el engaño, los peligros, las obsesiones, las rupturas amorosas, el matrimonio y fuente de la eterna felicidad. Las flores el día de Sant Jordi, los amores de minutos en un antro, las miradas fugaces y mortales en las cafeterías, las malas educaciones, las hierbas aromáticas para la prosperidad, la bruja, otra bruja, que ayuda a que, así como a ella supuestamente le salen bien todas las cosas, a ti te salgan también. Las malas jugarretas del destino, la violencia fruto de alcohol, las coincidencias del momento inadecuado que te joden la existencia. El “ya le tocaba”. Aunque se quite le toca, aunque se ponga, no. Las ideas bestiales de los demás, los secuestros, manías y malas equivocaciones. Los riesgos de una etapa y dos etapas y tres o toda la vida. Los días repentinos en los que viajaba en carretera a destinos poco pensados, con la gente poco esperada. Cuando tuve tanto miedo de terminar en un casino ruso viviendo la jerga. Recorrer las calles de Italia o París o México de las manos de un futuro incierto. Reír hasta que el alma amenace con salir por el estómago. Extrañar hasta que los ojos se hinchen de luchar y olviden el contorno de su rostro, el perfume. Perfume como recordatorio del paso del tiempo, de los recuerdos, de los malos y buenos amores, de los dientes arreglados, los cigarros fumados y toda la adrenalina. Caminar queriendo recorrerlo todo, queriendo aprenderlo todo, queriendo conocerlo y amarlo todo a la vez. Bailar hasta que los pies tengan autonomía. Besar hasta que los labios parezcan papel que se desgasta de tanto escribir. Pecar, aunque eso merezca el infierno o el cielo por volverse patéticamente habitual y divertido. Escribir estupideces como esta tanto como se han vivido. A veces es complicado contarles.~