Espíritu ibérico de bellota (sainete surrealista)

Un texto de César S. Sánchez

 

COCINA, RECINTO DE  de cinco metros cuadrados en el que predomina la formica y los baldosines con motivos florales, de un piso del extrarradio de Madrid. Mediados de los noventa. Primavera. Sábado. Hora de la comida…

Madre de Óscar de pie junto a los fogones, en falda y una camiseta con publicidad de economato: ¿Qué vas a querer para tu cumpleaños?
Óscar en chándal, sentado en un taburete: Dinero.
Madre de Óscar: ¿Dinero? ¿No prefieres que te compre ropa o alguna sorpresa? No todos los días se cumplen treinta.
Óscar: Dinero.
Madre de Óscar: ¿Cuánto?
Óscar: Eso depende.
Madre de Óscar: ¿De qué?
Óscar: De lo que quieras tú para el tuyo, que también está al caer.
Madre de Óscar: Yo me arreglaría con cinco mil pesetas, aunque me gustaría más que te esforzaras y me eligieras algo.
Óscar: Entonces yo también quiero parné, mil duretes me vendrían bien, olvídate de regalos.
Madre de Óscar: Eso deja la cosa en empate.
Óscar: Ni pa ti, ni pa mí.
Madre de Óscar: Yo te doy, tú me das.
Óscar: Fifti- fifti.
Madre de Óscar: Hacemos como si yo te hubiera dado y tú me hubieras dado, ¿no es eso?
Óscar: Bingo.
Madre de Óscar: Al menos, podríamos intercambiar sobres vacíos. Lo digo porque me da cosilla.
Óscar: Déjate de chorradas. Los arreglos inteligentes no han de mancillarse con detalles sin importancia.
Madre de Óscar: ¡Hijo mío, qué seco eres, pero qué bien hablas!
Óscar: Como un Séneca.
Madre de Óscar: ¿Cómo quién?
Óscar: Déjalo estar.
Madre de Óscar: Para la fiesta de cumpleaños deberías afeitarte la barba, se te prendería con las velas.
Óscar: Mejor que no. Hace tiempo me hablaron de un tío que se afeitó y después nadie lo reconocía. Su novia lo echó creyendo que era un caco que se había colado para robar. Su jefe lo despidió pensando que un caradura se hacía pasar por su empleado. Todos los que le trataban dejaron de hacerlo, convencidos de que era un farsante.
Madre de Óscar: Seguro que sus padres no se confundieron.
Óscar: Por lo visto, era huérfano.
Madre de Óscar: Entonces tú no tienes de qué preocuparte. Tienes unos padres que te adoran, no tienes novia que pueda echarte ni trabajo del que puedan despedirte ni amigos que puedan ignorarte. Así que aféitate, anda, hazlo por tu madre. Y ese día ponte guapo, que siempre vas hecho un Adán.
Óscar: Adán iba en pelotas, mamá. Como mucho llegó a cubrirse con una hoja de parra. En su época todavía no se habían inventado los chándales.
Madre de Óscar: No me gusta que hables así del padre de todos los hombres.
Óscar: Has empezado tú. Tú eres la que siempre utilizas su nombre en tono peyorativo.
Madre de Óscar: Yo solo quiero que vayas bien, no entiendo nada de ¿peyori qué?
Óscar: Vale, me pondré los pantalones de pinzas de las bodas y un polo falso de papá. Al fin y al cabo, los invitados seremos nosotros tres. ¿Estás contenta?
Madre de Óscar: Y te afeitas. Lo del hombre ese no es excusa.
Óscar: Bueno, pero me dejo perilla.
Madre de Óscar: Ya, claro, para parecer un mamarracho. Lo tuyo es dar siempre la nota, como decís los jóvenes.
Óscar: O perilla o nada.
Madre de Óscar: Está bien, pero con bigote, si no tendrás pinta de chivo.
Óscar: Vale, con bigote.
Madre de Óscar: ¿Ves como puedes entenderte conmigo?
Óscar: Sí, mamá. Y por cierto, ¿qué hay de comer?
Madre de Óscar: Patatas con costillas.
Óscar, muy indignado: ¿Otra vez? Por ahí sí que no paso. Me voy de casa.
Madre de Óscar: ¿Cómo que te vas de casa?
Óscar, saliendo de la cocina: ¡Que me voy para no volver! ¡Ahora mismo hago la maleta y me largo a una pensión!
Madre de Óscar, a gritos: ¿Pero qué dices, muchacho? ¿Qué vas a hacer tú en una pensión? ¿Qué vas a hacer con una maleta?
Óscar, en su cuarto, chillando a su vez: ¡Vivir tranquilo lejos de tus patatas con costillas!
Madre de Óscar, con la mirada fija en la puerta del fondo del pasillo, a través de la cual se oye el runrún de la televisión: ¡Mariano! ¡Mariano! ¡Dile algo al chico, que se nos va!
Madre de Óscar, de camino al salón: ¡Mariano! ¡Caray con este hombre, seguro que se ha vuelto a quedar dormido!
Madre de Óscar, zarandeando a su esposo: ¡Mariano, despierta! ¡Podrías poner la tele más baja!
Padre de Óscar en pijama, con cara de susto: ¿Qué pasa ahora?
Madre de Óscar: El Osquítar, que se nos marcha.
Padre de Óscar: Has vuelto a hacer patatas con costillas, ¿no?
Madre de Óscar: Sí, ya sabes lo que me gustan.
Padre de Óscar, haciendo ademán de levantarse: Pues yo también me largo. ¡Hijo, espérame que te acompaño!
Madre de Óscar, consternada: No hace falta que os marchéis, ya lo hago yo. Estoy harta de aguantaros.
Óscar y su padre a coro, el uno acudiendo raudo al salón ante el insólito anuncio de la madre, el otro pegado al sillón con cola de carrocero: ¡Venga, mujer/mamá, no te pongas así, lo decimos por decir!
Madre de Óscar: Yo, no. De hecho, tendría que haber hablado hace mucho tiempo. Mi profesor de manualidades se ha enamorado de mí y me ha propuesto irme a vivir con él a Marbella. No sabía qué hacer, pero, al parecer, no tengo alternativa. A él le encantan mis patatas con costillas.
Padre de Óscar, lívido: ¿Desde cuándo…?
Madre de Óscar: ¿Te refieres a si nos acostamos? La respuesta es sí. Cada jueves. Como tú con lo de la próstata ya no funcionas, pues eso. Y no veas cómo se lo monta, las diabluras que me hace con la lengua. Es que es medio francés.
Óscar: Pero, mamá, ¿qué estás diciendo?
Padre de Óscar: ¡Ay que me da algo! ¡Y con un gabacho!
Madre de Óscar: ¡Ahí os quedáis desagradecidos! ¡Ya vendré otro día a por mis cosas!
Portazo de la puerta del salón; portazo de la puerta de la calle.
Óscar se sienta junto a su padre en una silla frente al televisor. En la pantalla continúan las entrevistas. Ninguno de los dos abre la boca. Se les ha comido la lengua el gato. El gato se ha puesto las botas y ha debido de zamparse de paso el color de sus mejillas respectivas. Mudos y cerúleos, los dos, mininos atrapados en una trampa-tándem para ratones.
Al rato Óscar se levanta, se va al cuarto de baño y se afeita la barba a ras.
Al regresar a la salita, su padre no lo reconoce, aunque lo más raro es que él tampoco reconoce a su padre.
Padre de Óscar: ¿Quién eres tú?
Óscar: Eso mismo, ¿quién es usted?
Padre de Óscar: No, ¿quién eres tú?
Óscar: ¿Que quién es usted?
Padre de Óscar, cada vez más mosqueado: Otra vez, ¿quién eres tú?
Óscar: No me venga con esas, ¿quién es usted?
Padre de Óscar: Yo de sobra se quién soy, lo que no sé es quién eres tú.
Óscar: Quien yo sea o deje de ser no es importante, lo primordial es quién sea usted.
Padre de Óscar, con claros síntomas de fatiga: ¡Qué pesado! ¿Me vas a decir de una santa vez quien eres tú?
Óscar, saciado de repetición: Y dale, no antes de que me diga quién es usted.
Padre de Óscar, adormeciéndose: ¿Quiénnn eeress túuu?
Óscar, notando que un profundo cansancio le invade: ¿Qui én es us ted?

Mariano comienza a roncar en plan tormenta de verano. Óscar se siente entumecido, como después de un viaje de muchas horas en un tren de mercancías de esos que transportaban carbón o cualquier otra mercancía, seres humanos inclusive. No intenta despertar al extraño, solo enfila el pasillo y se mete en su habitación. Allí, baja las persianas y se tumba en la cama. La siesta a modo de bálsamo de Fierabrás, gran remedio para desvelos y trifulcas, la manera más barata de desconectarse. Acurrucado en la oscuridad, pronto se queda como un tronco en plan brisa primaveral de media tarde.

Sueño de Mariano:
Está en un plató de televisión. Algunas cámaras lo enfocan. Se trata de un programa en los que la gente busca pareja. El sillón que soporta su peso le resulta bastante incómodo. La sensación es como si estuviera haciendo el pino-puente una y otra vez. Jamás ha hecho el pino-puente, no obstante, cuando veía a su hijo hacerlo sufría un ataque de lumbago instantáneo.

Al otro lado del biombo que queda a su derecha, tres avejentadas matronas se mesan el pelo en línea; asientos idénticos al suyo, aunque más del tipo voltereta hacia atrás. Él, por supuesto, no puede verlas, sin embargo, tiene claro que al final escogerá a la del centro. Se considera un hombre centrado.

La mujer en cuestión se da un aire a Lola Flores. Las otras dos, clavaditas a Carmen Sevilla. El público está compuesto por figuras de cartulina, cuyos rostros sonrientes lucen todos iguales. El presentador, flequillo de corcho y ojos saltones, situado en una tarima elevada, ni habla ni pasma. Su palidez recuerda a la de un cadáver tras pasar por las manos del embalsamador, a la de Pinocho antes de que Geppetto le insuflara la vida. Todos hacen mutis. Solo se oye una letanía que sale por los altavoces que cuelgan del techo.

Voz maquinal: Una vez extirpada la glándula prostática, el paciente queda liberado de los deseos concupiscentes y por tanto del pecado. Así, el hombre que resulta de la cirugía es lo más semejante a un ángel, a un ser puro, que pueda hallarse en la naturaleza. Sin los estigmas de la carne, la mente vagará en paz por el proceloso mundo de las ideas y alcanzará finalmente el paraíso, el Karma, el cero síquico del fandango perfecto, sin necesidad de experiencias traumáticas o receso involutivo. (El mensaje, batiburrillo de opiniones radifónicas, salpicado de fragmentos de diagnósticos urológicos, de segmentos de homilías, de pajas mentales de Lauren Postigo y de frases lapidarias del NODO, se repite y se repite).

Sin levantarse del sillón pino-puente, Mariano introduce una moneda de plata en la tragaperras que queda a su izquierda. La primera rueda se detiene en Perlita de Huelva, la segunda en Miguel de Molina, la tercera en el Valle de los Caídos. La combinación no está premiada.

Sueño de Óscar:
Un espectáculo de hipnosis. El artista somete a su voluntad a una gallina corriente y moliente. Óscar, entre el público, no presta demasiada atención al escenario, la verdad. De pronto, el hipnotizador grita la palabra costilla y, de sopetón, Óscar se siente trasportado al interior del pájaro que no vuela.

El número termina al poco, pero él sigue dentro del ave de corral. Intenta hablar, explicar al ilusionista que se ha debido de producir un error y, ya que estamos, pedirle con amabilidad que le devuelva a su cuerpo.

Su aparato fonador no responde. Lo único que consigue articular es un cloqueo indescifrable más allá del mundo de las gallinas corrientes y molientes.

Suena un gong o el tañido de una campana catedralicia y alguien lo coge por las alas y lo lleva fuera, a la calle, al exterior de un interior que es el exterior de algún otro lugar interno y así. El aire nocturno arrastra bruma y efluvios de alcantarilla. Acto seguido, lo meten en el maletero de un coche común. Allí dentro huele a madera, a aceite lubricante y a pelo de perro recién bañado. Más común, imposible.

Unos veinte minutos más tarde, el vehículo se detiene a pesar de no haberse movido del sitio. De nuevo sujetándolo por las alas, lo pescan del maletero común. Una puerta se abre. Lo meten en una jaula de estar cómodo. Una puerta se cierra.

Óscar cacarea en la oscuridad. Lo van utilizar para que lo persigan niños en bicicleta, aunque él todavía no lo sabe, de modo que continúa cacareando a la oscuridad. Ninguna gallina corriente y moliente ha salido de una pieza de tales persecuciones. Las heridas y los traumas perduran incluso tras la muerte del sujeto de persecución.

El sonido del teléfono despierta a Óscar. Se incorpora y corre en zigzag a contestar. El teléfono se encuentra sobre una mesita en el pasillo. El cable que une las dos partes forma una hélice dada de sí.

Voz de Óscar, en zigzag: ¿D g ? i a
Voces al otro lado: Feliz, feliz en tu día…
Óscar: ¿Quién es? ¿Mamá, eres tú?
Voces al otro lado: …to que Dios te bendiga…
Óscar: No tiene gracia. Hoy no es mi cumpleaños.
Voces: … y que cumplas muchos más…
Óscar, persuadido de que el coro pertenece a una grabación, aunque, como la cinta, incapaz de callarse: ¡Qué os den por culo cabrones! ¡Me cago en vuestra puta madre! ¡Hijos de puta!
Voces: Amiguito que Dios te bendiga…
Óscar cuelga con fuerza. Debido al impacto del auricular contra el supletorio, un líquido espeso y negro rezuma por las juntas del teléfono.

El salón, vacío a su regreso. La televisión, apagada. Enciende la luz. Alguien ha garabateado frases con un rotulador en las paredes, cubiertas de palabras escritas en varios idiomas. Reconoce el alemán, el inglés y el francés y, por supuesto, el castellano de Écija. Incorrecciones evidentes en la ortografía encubierta. Palabras encurtidas. Guten morguen, Curro Cúchares, José Antonio Camacho, jau du yu du, Manuel Granero Vals, con si con sa, Cagancho, Diestéfano… De un lado a otro, de arriba a bajo. Sin razón de ser, sin orden ni concierto. Nombres de toreros y futbolistas de antes y de ahora que será un antes de los ahoras venideros, entre rutinarias fórmulas de cortesía y otras recetas comunicativas escritas mal de cojones. Sin ton ni son.

Tras una rápida ojeada, apaga la luz y abandona el piso.

Una vez en la calle… noche de nocturno que ciega… pocos transeúntes que acaso oculten/ mortíferas armas en la faltriquera… un resplandor lechoso y/ el rostro de la luna que espera…, Óscar canturrea un fandango, que le sale así, del alma desafinada, desafinado, mientras camina sin rumbo: Toda vez en la calle, luna lunera, noche de nocturno que ciega, piel escarnecida, luna lunera, de llanto y nívea tristeza. Las sombras que pintan aceras pasan de largo a su lado, luna lunera, pero él no es mejor que ellos, sino más bajito, luna lunera, corto como un liliputiense sin piernas.

La luna: Me sentiría más feliz si dejaras de cantar, la verdad.

Óscar prosigue haciendo oídos sordos a los deseos de la astronómica moneda de plata: La estatura lo es todo, luna lunera, se da cuenta cualquiera que se esté hundiendo, luna lunera, cualquiera que se hunda en el barro, a menos que no esté solo, luna lunera, sino en compañía de un loro metido en un tarro.

El blanco ojo-satélite desaparece del cielo. En su lugar aparece el célebre logotipo de una empresa de congelados. Óscar saborea barritas de merluza, cuyo rebozado antes ha hecho crujir con los dientes a conciencia, mientras tantea por la calle en busca del bar más cercano.

Entretanto, una fría calma se apodera de la barra de labios de la esposa de un conductor del metro y las manos artríticas de un legionario jubilado tejen una bufanda que se alimenta del hilo de piel que surge de su propio ombligo. Las bocas que pinte el carmín enmudecerán, el cuello que abrigue la bufanda provocará el despegue vertical de la cabeza que se apoye en él. La verdad, eso sucederá más adelante, cuando ya sea temprano.

En la tasca, en una tasca, en cualquier tasca, Óscar pide una caña y, para picar, un platito de olivas.

Camarero: Nadie se atreve a reconocer su lugar de procedencia, pero ay de quien ose mentarlo con aviesas intenciones, caerá sobre él todo el peso de nuestra ira.
Óscar: Yo también he tenido un día bastante normal. ¡Te enteras, mamá!
Mamá-camarero con cara de sorpresa: ¿Cómo me has reconocido?
Óscar: Por la peineta y la serpiente enrollada a tu cintura. Además, tu sudor huele a gazpacho y el discursito no te pega.
Mamá, ahora ya sí: Si en esas estamos, feliz cumpleaños.
Óscar: Creo que todavía falta menos de un mes. ¿Dónde está papá?
Mamá: Papá se fue a la guerra que dolor que dolor que pena. Mira dentro de la máquina tragaperras. Sabes lo poca cosita que es. Toma la llave de la máquina. El llavero es tu regalo. Próxima estación: Pajaritos por allá. O si lo prefieres…
Óscar, apartando la mirada de la tragaperras, con la llave de cuadradillo en la mano, como si se tratara de una navaja de muelles: ¿O si lo prefiero, qué?

Este es uno de esos momentos centrales en que toda la tensión se vuelca en la inminente respuesta de uno de los personajes. Si fuera una película, la cámara recogería en primer plano el rostro de la interpelada. Como es una obra de teatro, la lente de una lupa inmensa debe colocarse entre la cara y el público, a fin de transformar el escenario en boca, nariz y pupilas de mujer al filo de la menopausia.

Madre de Óscar: O si lo prefieres… ¡costilla!
Óscar: Me gustaría regresar a la gallina, la verdad.
Padre de Óscar desde el vientre de la tragaperras, con voz profunda: ¡Si serás tonto, no ves que nunca has salido de ella!

Telón.