Sara y el dragón
Texto e intervención: Alejandra Gámez
EL DRAGÓN REGRESABA a su casa volando en zigzag, tambaleándose entre las nubes, como todos los viernes. Sara lo esperaba escondida en el baño.
De pronto se escuchó un estruendo terrible. El Dragón había aterrizado. Sara comenzó a temblar.
—¡Mujer! ¡¿En dónde estás maldita?! —rugió. Era obvio que estaba completamente ebrio, pero eso a Sara ya no le sorprendía— ¡Si no sales de tu escondite, te buscaré!
La casa se llenó con el ruido de los muebles que salían volando e iban a estrellarse contra alguna pared y con el crujir de los cristales al ser destrozados de un solo golpe. Rugidos, llamas siendo expulsadas con violencia, zarpazos al aire. Sara sabía muy bien que le convenía salir a su encuentro antes de que la encontrara. Abrió la puerta del baño y miró al dragón con ojos llorosos.
—Aquí estoy, solo estaba en el baño.
—¡Dame de comer, mujer! —le gritó el Dragón.
El temblor de sus piernas era evidente, pero Sara hizo el esfuerzo y caminó a la cocina lo más rápido que pudo. Al doblar las rodillas, el dolor le recordaba las heridas aún frescas que le había provocado su escamoso verdugo la semana anterior.
Una vez en la cocina, sacó de una enorme nevera unos 20 kilos de carne cruda, tuvo que hacerlo poco a poco pues estaba muy débil. Encendió el fuego de la gigantesca estufa y puso a calentar la cena solo para quitarle un poco lo frío, porque a la bestia le gustaba la carne cruda y si por error se cocía un poco, sería castigada.
El Dragón aguardaba, justo en medio del caos que había provocado en su búsqueda. No apartaba la vista de Sara ni un momento y, a pesar de su alcoholizado estado de conciencia, se percató de que ella temblaba de pies a cabeza. <<Si está tan asustada, es porque algo me está ocultando. >> pensó.
El piso tembló un poco cuando la bestia se levantó y se acercó a la mujer. Ella pudo sentir el calor de su respiración en la espalda, pero luchó por evitar que nuevas lágrimas de terror resbalaran por sus mejillas, eso lo enfurecería más.
—Algo ocultas, estoy seguro. ¡CON ALGUIEN TE ESTUVISTE REVOLCANDO ANTES DE MI LLEGADA!
—Cada semana es lo mismo, los viernes siempre te pones paranoico e imaginas cosas – contestó Sara, tratando de disimular su pánico.
El Dragón siempre le inventaba amantes. Desde que vivía con él, ella jamás había visto a otro ser humano, pero cada viernes él insistía en acusarla de infidelidad e incluso cuando nunca encontraba pruebas, siempre terminaba golpeándola y amenazándola con que un día la llevaría sobre su lomo y la dejaría caer desde una mortal altura. Sin embargo, ese viernes en específico, las incriminaciones estaban más que justificadas y Sara sabía que si la bestia se enteraba, la devoraría viva.
El enorme animal continuó olisqueando el cuerpo de la aterrada muchacha que, dándole la espalda, fingía seguir tranquilamente con las labores de cocina.
—Deja eso Sara y mírame a los ojos.
Era el momento que ella había temido tanto, el tono tranquilo en la gutural voz del Dragón tan solo indicaba peligro, ya que, una vez que mirara el interior de las iridiscentes pupilas de la bestia, su poder le haría decir la verdad y entonces todo habría acabado. Dejó la carne en donde estaba y giró hasta estar frente a él, alzó la vista y sus ojos se encontraron.
—Tienes razón, estuve con alguien que prometió rescatarme y llevarme con él, pero antes de que llegaras huyó por la ventana.
El dragón la miró un momento y sus fauces se torcieron en una especie de sonrisa que pretendía ser dulce, sin embargo resultaba aterradora con todas esas hileras de blancos colmillos.
—¿Lo ves? No era tan complicado decirme la verdad.
Con cada palabra, la sonrisa del monstruo se iba ensanchando y en sus ojos se asomaba un brillo mortal.
—Sin embargo, me has lastimado profundamente y deberías saber que no es una buena idea romperle el corazón a un dragón – le dijo en un susurro, la sonrisa había desaparecido de su enorme cara de reptil – ¡AHORA ACEPTA EL CASTIGO QUE TE CORRESPONDE!
Lo último que vio Sara fueron las llamas borboteando en el interior de aquella inmensa garganta, unos segundos después el fuego la consumía junto con aquel lugar que fue su cárcel durante un año.
En medio de la noche, el Dragón emprendió el vuelo y se alejó del sitio que se despedazaba gracias al fuego de sus milenarios pulmones. Su corazón experimentó una gran tristeza y, aunque había amado mucho a Sara, sabía que tarde o temprano tendría que ir a buscar a otra princesa para mitigar su soledad. Con algo de suerte, tal vez su próxima relación funcionaría. Esta idea siempre le ayudaba a calmar un poco el dolor y ponía algo de esperanza a su triste y eterna existencia.
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