BEBER POR NO LLORAR | Conservar a tu hijo

Un texto de Jon Igual

 

SALIR A PASEAR con un bebé es una experiencia única. Algo que toda persona debería de hacer por lo menos una vez en la vida. Antes incluso que plantar un árbol, escribir un libro o comer un bocadillo de nocilla con chorizo. No hace falta que el niño sea tuyo, se lo puedes pedir a un familiar o un amigo; seguro que están más dispuestos de lo que imaginas a cederte a su vástago durante un rato. Una vez consigas al bebé en cuestión, lo único que tienes que hacer es salir a la calle y esperar a que sucedan cosas. Así de fácil.

Si eres una persona del montón, como un servidor, ni feo ni guapo, ni muy bajo ni muy alto, lo primero que notarás es que atraes más atención que antes. Desde miradas fugaces, a rostros que se giran y clavan los ojos en ti mientras en su boca se dibuja una tímida sonrisa, casi cómplice, como queriéndote transmitir algo muy dulce. Ante esos últimos, es posible que tu primera reacción sea la de huir. Es normal. Pero no te preocupes, mientras no se acerquen demasiado son inofensivos. Tú sigue caminando con seguridad, evitando cambios de ritmo bruscos para no alterarlos, y no suele haber mayor problema.

Aun así, tarde o temprano serás abordado por alguien. Es inevitable. Suelen ser personas hábiles, entrenadas, que invaden tu espacio con una naturalidad que asusta. Hablarán directamente con el bebé, que no puede defenderse, diciendo cosas como “pero y tú quién eres” o “qué abrigadito vas ahí dentro”. Por mucho que intentes comunicarte con ellas serás ignorado. Tranquilo. El truco está en hablar a través del niño, como si fueses un ventrílocuo: “me llamo Martin, tengo seis meses y vamos para la frutería antes de que nos cierren”. Dilo con voz ligeramente infantil acompañado de una sonrisa y, con un poco de suerte, ahí acabará la cosa.

También las hay con modales, de esas que te preguntarán antes: “perdona, ¿me dejas ver a la nena?”. Y tú le dejas, por qué no, sin molestarte en aclarar que es nene. Tampoco hay que enrarecer la situación más de lo necesario. Pero no bajes la guardia. Ver a la nena pronto se convertirá en tocar a la nena, para seguidamente pasar a la nena se mete el dedo de la desconocida en la boca y comienza a succionar. Hasta ahí no hay riesgo de fuga pero, si no intervienes pronto, lo más probable es que la situación evolucione a cojo a la nena en brazos y, casi un segundo después, qué a gusto está la nena conmigo. Llegados a ese punto recupera a tu hijo, o el hijo de tu amigo, y huye.

Si, por el contrario, durante el encuentro no consiguen apoderarse del niño, pronto llegarán los comentarios tras los cuales vislumbrarás sutiles consejos. “Pero qué fresquito vas” o “ui, pero qué calor estás pasando” son unos clásicos que se repiten independientemente del tiempo que haga. Puedes responder utilizando la técnica del ventrílocuo cosas como “es que paso calor aquí dentro” o “es que estoy enfermito”, pero no lo recomiendo. Lo mejor es mantener la sonrisa y no decir nada. Y es que siempre habrá alguien a quién no le parezca bien lo que haces. Puede que sea demasiado joven para ir sentado en el carrito, demasiado mayor para llevarlo en brazos, que le esté dando mucho el sol, o no lo suficiente, que tenga el pelo muy largo, muy corto o muy rubio. La lista de cosas que haces mal es interminable.

El otro día, una señora tuvo la amabilidad de pararme y, muy preocupada, hacerme saber que mi hijo corría el riesgo de asfixiarse. Yo lo llevaba dormido en la mochila, su cabeza apoyada en mi pecho y, alarmado, corrí a comprobar que tenía pulso. “Respira” le respondí aliviado. Pero su preocupación no disminuyó, empeñándose en que sacara al niño de aquella trampa mortal llamada mochila para bebés. Hubiese cedido a sus súplicas, pero no quería despertarlo, así que opté por comenzar a alejarme poco a poco. Ella se quedó ahí quieta, mirándome fijamente, calculando su siguiente movimiento. No quise quedarme a comprobar cual podría ser e hice lo que cualquier persona que quiera conservar a su hijo habría hecho. Salí de allí corriendo.~