80P1VM/04: Los primeros síntomas del síndrome

#post_80P1VM/4 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla


 

LAS MUDANZAS SON el perfecto infierno. Son eventos que sin duda hace aflorar el verdadero yo de cualquier persona. En mi caso, y ya me ha pasado varias veces, me sorprendo de tener tal cantidad de cosas almacenadas cuando creo que soy un tipo practico. Sí, acumulo. Y más, si como es mi caso, tienes un cuarto en casa solo para guardar. Así afloran los primeros síntomas del Síndrome de Diógenes. No importa si el espacio es pequeño o grande, siempre se llena. Luego, todas esas cosas que has vuelto a encontrar, hay que moverlas, es decir, una vez encontrado lo-que-sea-que-estaba-perdido, sorprenderse de que uno las tiene, encenderlo, ver que se prende el botón rojo, guardarlo en su caja y dudar. ¿Lo guardo, lo regalo, lo vendo o lo tiro? Una tortura. Un infierno.

Si uno lo guarda habrá reproches en casa: “¿Piensas guardar esa mierda?”, te dice. Y contestas al instante: “¿Y tú, has visto las que guardas…?” Luego viene el estira y afloja y la negociación. “¡Tíralo! No lo usas.” “Es un drone de 500 euros, no jodas.” “Solo lo has encendido una vez.” “¿Qué parte del quinientos no pillas, el cinco o los dos ceros antes del punto… centenas, no unidades, ni decenas. Centenas.” “Pues no lo usas. Solo has prendido el simulador en un año, y te estrellas siempre. Mi abuela lo conduciría mejor. Si te hubieras gastado ese dinero invitándome a cenar…”. Ahí la cosa se pone tensa, salen conflictos milenarios, agresiones que no sabíamos que habíamos hecho, reclamos y reproches cuando te fuiste a aquel viaje en aquella playa en la que aún no eran novios… En cambio, la situación es otra si el objeto lo pones en la pila cuyo letrero dice ‘Vender’ o ‘Regalar’. Se supone que no llegará a la pequeña bodega que has reservado para guardar toda tu vida. Se supone.

Es verdad que en un viaje de un año no es sencillo tener que reducir toda tu vida a una maleta de 23 kilos y una backpack. Eso es complicado. Te acuerdas del libro de filosofía Zen que no abriste y, este sí, tiraste sin pensarlo dos veces. ¿Cómo pude tirar un libro?, te preguntas. Vuelves al cuarto donde tienes toda la ropa que has prereservado para la maleta y vuelves a empezar: ¿Lo guardo, lo regalo, lo vendo o lo tiro? Mientras tanto, a la par de la mudanza, tienes que cerrar los proyectos del trabajo. Si son de solo meses de duración no tendrás muchos problemas, pero si llevas 15 años en la organización, eres la directora y lo has hecho crecer… estás jodida. También debes cambiar las direcciones de todo aquello que te puede enviar algo, el banco, la seguridad social, hacienda,…; buscar la casa dónde iras vivir; buscar quién se quede en la tuya y que te de buen feeling, intuyendo si te pagará el alquiler o no; darte de baja de todos los servicios: listas de distribución, el gimnasio, el club de cine, los bonos regalos con vigencia de tres meses,… Y claro, hay que despedirse de la gente. En mi caso hay dos estilos. Los que te gorronean una cerveza y te dice que ellos pagan la siguiente y que te esperaran “si es que vuelves”, rematan; y los que se despiden como si tuvieras una enfermedad terminal y te estuvieras muriendo. “Fue un placer conocerte”, me dicen. En ambos casos yo bebo la cerveza y sonrío. Les cuento que reencontré un drone chulísimo, que por supuesto he guardado en una caja con mucho cuidado para cuando aprenda a manejarlo. “I’ll be back”, remato. Luego dejo de sonreír, me acuerdo que no he terminado la mudanza…~