EL CASTILLO DE IF: Cuando el mundo es una epidemia
Un texto de Édgar Adrián Mora
Ya se lo dije —repuso apenado—. Me gusta intentarlo. Me gusta jugar a que escribo, y sólo sé que he hecho algo bien cuando lo he abandonado por mucho tiempo y, al reencontrarlo, siento que no ha salido de mi mano, sino de algún hombre honesto que fue movido por algo más fuerte que él, por una fuerza que lo arrastró hasta el papel y unió cuerpo, razón y alma o espíritu o como quiera llamarle, y no por los derechos de autor o las regalías de cinco mil ejemplares más excedentes. No me malinterprete, por supuesto que me gustaría ver algún día mi nombre en la solapa de alguna edición crítica, de ésas con notas al pie que me enseñen por qué utilicé tal recurso en lugar de otro; pero no a costa de sacrificar aquello que me mueve, esa suma de palabras que construyen la felicidad.
LA FIGURA DEL zombi es en la actualidad una alegoría inquietante acerca de lo que representa la idea de “ser” humano. En esa figura despojada de voluntad y cuyos instintos lo mueven a conseguir lo más básico para la supervivencia, alimentarse, se resumen muchas de las motivaciones y rutinas de millones de personas alrededor del mundo. Aunado a la precariedad de la economía y a la necesidad de multiplicar los esfuerzos para tener lo que hoy se llama “una vida digna” están los síntomas tan propios de esta era narcisista: el desaliento, la depresión, la sensación de no tener propósito sobre el mundo.
Los no muertos (Paraíso Perdido, 2016), opera prima de James Nuño (Guadalajara, 1984), explora esas concepciones de manera eficaz en una historia en donde el planteamiento clásico del enfrentamiento a los comedores de cerebros queda en tercer o cuarto plano. Lo que le interesa al autor, más allá del efectismo zombi que los productos culturales alimentaron durante mucho tiempo y que hoy parece entrar en decadencia, es la construcción de personajes que puedan generar efectos empáticos en los lectores. Es una apuesta múltiple en donde temas como la amistad, la influencia formativa de la familia, el amor, la búsqueda del propio destino, la inercia vital a la cual nadie se puede negar, encuentran desarrollos más que interesantes.
Uno trabaja como un bruto y se pregunta dónde está el tiempo libre, dónde uno pone sus ganas de hacer las cosas, con qué debería financiarlas, si debería pagar sus clases de guitarra o reparar la fuga del baño, si darle dinero a la Iglesia o pagar el boleto de camión, si viajar y conocer el mundo, conocer otras culturas, otras personas, otros mundos y, entonces, perder el trabajo y la posibilidad de vivir en un lugar decente. […] Uno se pregunta, si debe quedarse y esperar a que lo feliciten y premien por la constancia y el compromiso o si debe buscar la salida oculta que nos librará de una muerte segura a causa de la oxidación o de unos anaqueles que nos caen en la cabeza. […] ¿Usted qué eligió?
Tenemos así a un grupo de amigos, como esos que se forman en la preparatoria o en la universidad, que se ven de manera repentina en medio de una emergencia sanitaria sobre la cual el gobierno mantiene un hermetismo desesperante. Los hechos que Nuño narra se encuentran ubicados, por múltiples referencias, en aquellos días de 2009 en los cuales la influenza generó una situación en la cual el aislamiento social se convirtió en una situación inédita en la historia del país. En medio de ese ambiente de incertidumbre, desinformación, reacciones diversas e inmovilidad obligada, se desarrollan las historias de este grupo de amigos.
Está J, un ser humano “promedio” (si eso existe), que sobrevive inserto en la rutina de una empresa realizando trabajos de oficina (“sacando copias”, se burlan todo el tiempo sus amigos) y que parece no tener mayores ambiciones. Cargando un poco con la perspectiva de todo el relato, J se verá atrapado en el edificio de la empresa donde labora y en donde se cuestionará su vida de manera profunda. Al mismo tiempo que él se encuentra ahí, aparece la figura de un personaje (un joven poeta y escritor) que saca de quicio a J y que se convierte en su némesis para, posteriormente, develarse como su alter ego. Hay en esa relación y en esa historia un guiño interesante a Fight Club (Chuck Palahniuk, 1996), la novela convertida en película posteriormente y que se convirtió en una referencia cultural irrenunciable para los que habitamos y crecimos la adolescencia y juventud en la década de los noventa. No podemos confirmar que exista una transformación radical en el destino de J, dado el desenlace, aunque quizá ese cuestionamiento radical de su propia vida implique tal transformación.
Épsilon es el único personaje cuyo nombre aparece por completo, a pesar de hacer una referencia obvia a la grafía griega. Hay en este personaje la vitalidad que es ausencia en J. Es un periodista que persigue historias con un olfato que le permite construir explicaciones alternativas a cosas que la mayoría da por hecho. Es el primero que comienza a sospechar acerca de las acciones del gobierno con respecto de las medidas que toma para controlar la posible epidemia de influenza. Con una aparente capacidad de desasirse de las relaciones con las demás personas, Épsilon navega entre las exigencias de su jefe y la curiosidad que enriquece el ejercicio de su profesión. Es el espíritu idealista en un tiempo que ha negado la posibilidad de disentir como una postura que vaya más allá de la pose. Aquel que ve conspiraciones que, dada la naturaleza de origen de sus sospechas, no parecen tan disparatadas.
Aunado a la visión del mundo de Épsilon se encuentra la historia de Ch. Una madre soltera joven que, a pesar o debido a tal condición, se dedica a explorar el mundo físico y el metafísico a través de los viajes en la realidad y aquellos que las drogas patrocinan. Ch es una artista, pretende serlo, en un mundo en donde la idea de arte y la valoración que se hace de éste ha mudado de manera continua y cada vez más absurda. Lo que representa la vida de Ch intenta asimilarse como la posibilidad de concebirse libre en un mundo que ha convertido tal concepto en algo polisémico y ambiguo. Ella se ata a la concepción que construyó durante su juventud y a la cual, a pesar de que la madurez parece algo posible, se aferra con pocas posibilidades de transformarla.
La contraparte de Ch es C. La madresposa modelo que añade ahora el rol de pilar económico de la familia a partir de la relación comercial y laboral que conserva con su propia familia. La triple jornada aludida por el feminismo. Pero C, en el momento narrado, se encuentra en la disyuntiva en la cual esa idea de vida ideal es trastocada por el cansancio con respecto de la rutina y con cierta desilusión. C representa el “deber ser”, una concepción que cada vez aparece más obsoleta, al menos en su versión de monogamia, total abnegación maternal y negación al placer incentivado por los instintos. De manera paradójica, cuando C decide aventurarse (y la palabra tiene múltiples significados) la naturaleza en forma de virus la retorna a su condición primera.
El esposo de C ni siquiera merece nombre dentro de la narración. Vaga como una rémora de la esposa, como parte de un escenario donde se representará alguna obra que llevase como título “La vida perfecta”. Ha renunciado a su egoísmo o quizá éste lo mantiene atado a esa rutina de familia perfecta. Se sabe atrapado pero no realiza, o al menos no se vislumbra, ningún esfuerzo para modificar tal situación. Ve pasar el tiempo con monotonía hasta que la emergencia toca a su puerta y debe tomar decisiones importantes. Decisiones de las cuales dependen su vida y la de su esposa. Que implican mantenerse en ese estado de homeostasis o modificarlo. Es, a final de cuentas, el elemento que permite el desenlace más o menos venturoso.
De tal forma, Nuño ha construido una reflexión acerca de la condición actual. En un tiempo en el cual la idea del “espíritu de época” es un concepto anacrónico, este joven escritor intenta describir de manera densa qué es lo que pasa dentro de las cabezas de esos seres, vivos en apariencia, pero no muertos en realidad. Una reflexión profunda y variada sobre nuestra generación (otro concepto anacrónico) y sobre la manera en cómo habitamos este mundo que cada vez parece tener menos sentido. Hay un existencialismo evidente en las reflexiones que emiten en sus múltiples monólogos interiores cada uno de los personajes. Personajes que parecieran estereotipos (el godínez, el chairo, la luchona liberada, la esposa abnegada doble-moral, el hombre gris) se transforman en metáforas del comportamiento de los seres humanos que habitan el siglo XXI. La tensión contradictoria entre el deseo y la necesidad parece evocarse como el motor que impulsa a todos estos personajes que son, de cierta manera, parte de lo que todos somos: una horda de no muertos que habitamos un páramo desolador al que llamamos mundo, pero en donde todavía se puede adivinar la posibilidad de la esperanza. Léanlo, disfrútenlo, reconózcanse en este libro que, al menos para el que escribe, ha resultado una alentadora sorpresa en el contexto de la literatura mexicana actual.~
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