L.A. 1992
Cuento e intervención de Bernardo Monroy
-1-
EL 2 DE MAYO de 1992 maté a un hombre después de robar un ejemplar de El guardián entre el centeno.
¿La ciudad? Los Ángeles, California. ¿El momento? Los disturbios raciales.
Me llamo Ryan Rodríguez y nunca he sido un tipo violento. Se podría decir que soy más apático que un una cruza de basset hound con pug. En más de una ocasión he pensado en suicidarme no por tener problemas mentales, sino más bien por hueva. Visto con camisa a cuadros de leñador, pantalón de mezclilla e idolatro a Kurt Cobain.
No sé si al paso de los años me convierta en un estereotipo de los noventa, pero la verdad, me da flojera pensarlo. Lo que en realidad me gusta es sentarme a leer libros. Es lo único que hace pasable mi vida en un país donde soy inmigrante ilegal traído por mis padres desde Monterrey. Además, así es como he aprendido inglés. Desgraciadamente, con el sueldo de una sirvienta y un jardinero no me puedo comprar todos los que quisiera.
Estaba escuchando “Smells like teen spirit”
cuando llegó a mi casa ubicada en el barrio de Crenshaw mi mejor amigo, un negro –no lo llamo afroamericano porque la palabra es más larga y me da flojera- llamado Alex, y me hizo una invitación no muy habitual para dos chicos de diecisiete años:
─Vamos a saquear la ciudad.
Le dije que estaba loco. Lo más sensato aquellos días era no poner un pie afuera de tu casa. Hacía tres días comenzaron los disturbios más terribles en la historia de Los Ángeles. Los comercios ardían, la gente salía furiosa de sus casas, los policías eran abatidos como cucarachas, los helicópteros de los medios y el LAPD aleteaban y la sociedad se dividía en dos: los que no querían mover un dedo y los que gustosamente participaban en la fiesta de destrucción.
Todo empezó a raíz de la golpiza que unos policías le propinaron a un pobre negro llamado Rodney King. Los hechos fueron grabados en un video que se divulgó en todos los medios.
Ante la respuesta de las autoridades, que fue encubrir a los agresores, hacerse pendejos y demostrar una apatía superior a la mía, la gente se enfureció y comenzaron los disturbios. En los últimos tres días estaban destrozando la ciudad, y nadie podía impedirlo. Aparecían psicólogos en la televisión diciendo que la violencia era contagiosa, que hasta el más decente angelino se dejaba llevar por el deseo de “externar sus pasiones más oscuras”… hablaban en un tono de cliché de orientador vocacional de high school.
La golpiza para Rodney fue la antesala del infierno para todos los angelinos. Ya fueran negros, rubios o chicanos como yo. Al ver las imágenes de las noticias, que más parecían escenas de una película de Bruce Willis que algo de Univisión (mujeres llorando al ver sus negocios destrozados, policías con la cara sangrando, Walmarts incendiados…) mandé a la mierda la propuesta de Alex. Me quedaría en el baño, pues es el escondite perfecto ya que si las cosas se ponen peor puedo cagar sin ensuciar lo que limpia mi madre. Debía tener un argumento muy bueno para convencerme.
─Vamos a robar librerías. Y tiendas de discos. Para que escuches Nevermind es un disco compacto como Dios manda y no en esa mixtape de mierda que tienes, frijolero muerto de hambre.
─Bueno.
“Bueno” fue todo lo que dije. La verdad es que Alex siempre lograba convencerme… que era un eufemismo para decir “mangonearme”. Él tenía más personalidad y carácter que yo. Una vez le dije que éramos como Screech y Zack de Salvados por la campana.
─Yo no veo chingaderas, puto. –me respondió en un slang mexicano perfecto.
Salimos a la calle donde nos esperaba un BMW convertible azul metálico.
─No sabía que tuvieras un coche así.
─No lo tengo. Me lo robé.
Alex dijo que nos íbamos a alocar como nunca antes en nuestra vida. Empezaríamos escuchando música que nos inyectaría lava en las venas. Encendió el reproductor de discos compactos del BMW y comenzó a sonar lo que definió como música que infundía black power:
─Carajo. ¿De qué pijo de mierda sería este coche? –Preguntó a nadie en particular, al momento que sacaba el CD y lo tiraba a la acera-. Ahora me tendré que robar algo de Wu Tang Clan.
Arrancó el coche.
Estábamos listos para sumarnos a la fiesta apocalíptica.
-2-
La ciudad era una sinfonía de sirenas.
Los noticieros de todo Los Ángeles, todo el estado de California, todo Estados Unidos y todo el mundo, televisaban el caos:
Mientras tanto, nosotros transitábamos por las calles, aplastando el pavimento, las tomas de bomberos y creo que uno que otro perro. Escuchábamos California dreamin’. No era exactamente hip hop pero al menos era una canción más decente que los New Kids on the Block.
Gran parte de los disturbios y saqueos se habían congregado en South Central, de modo que hacia allá nos dirigimos. Parecía que no existía un solo comercio, local o mall que no estuviera con aparadores rotos, en llamas o recibiendo visitas de ladrones o bien, que fueran protegidos por hombres con escopetas y machetes.
No nos costó trabajo encontrar una librería: era de los pocos lugares intactos, que nadie quisiera destrozar y robar la mercancía. La Barnes & Noble apareció ante nosotros como un rinconcito de cordura y orden en un universo de locura y caos. Los vidrios sin romper, ni un solo grafiti.
─ ¿Quién salvo un nerd como tú va a querer saquear libros? –me preguntó Alex.
Me pidió que me abrochara el cinturón y me agarrara fuerte. Cuando pretendí decir que iba a hacer, ya enfilaba el coche directo al aparador y destrozaba el cristal, llevándose consigo los best sellers de la temporada. La alarma de la librería se sumó a la orquesta.
Alex anunció que me recogería en un rato, que me diera vuelo. Bajé del coche y comencé a buscar ejemplares que me interesaran. A ver, pensé: The catcher in the rye, ya. On the road, ya. Toda la obra de Bukowski y John Fante. Sí, sí. Esos están por demás. Desobediencia civil, de Thoreau, no puede ser más ad hoc. Steal this book, hasta el título me lo pide. El nuevo de Stephen King para que luego no me ande quejando que no me llevé los suficientes… Hummm, la vida está repleta de elecciones difíciles. Creo que me robaré unos chocolates para tener qué comer en el camino por si encontramos otra librería…
Salí del local una hora después.
Ni siquiera me había fijado en el hombre obeso y rubio que se encontraba detrás de mí. Llevaba un cuchillo y tenía la playera blanca manchada de sangre. Me dijo en inglés que no robara, que por culpa de los frijoleros y los negros su país era una porquería. Que por nuestra culpa América se estaba yendo al carajo.
El problema no era el típico discurso del republicano promedio, sino que comenzó a atacarme con el cuchillo, que por cierto era Ginsu, de esos que hasta se cortan a sí mismos. Me hice a un lado y me alejé, más por prudencia que por miedo. Bueno, también por miedo. Me tropecé y cuando caí al suelo vi el ladrillo. Lo sostuve entre mis manos y se lo arrojé directo a la frente. El tipo cayó al suelo del estacionamiento junto con el ladrillo.
Entonces me sucedió.
Recordé cuando llegué a Estados Unidos. Mis padres me llevaron a la fuerza, alejándome de mis amigos en Monterrey. Aunque he tenido amigos como Alex, nunca faltan los gringos de mierda que me rechazan por ser moreno, por hablar español, por no saber pronunciar algunas palabras de forma correcta y por no tener mi ciudadanía confirmada con mi green card. Concentré todo mi odio en el pobre republicano, fuese quien fuese.
Le descargué el ladrillo sobre su cabeza. Una, otra, otra vez. Hasta que regresó Alex y me detuvo la mano. La cabeza del tipo era un montón de huesos sangre y ladrillos.
Subí al coche, no sin antes guardar en la cajuela mi botín. Arrancamos al ritmo de California dreamin’: “I’d be safe and warm If I was in L.A.”. Así era.
Alex me preguntó a dónde iríamos. Le sugerí que convenía sumarnos a la fiesta. La verdad era que estaba eufórico. Quería destrozar más. Quería acabar con la puta ciudad.
Encendimos la radio y se escuchó una transmisión de la BBC:
De acuerdo con los medios de comunicación, el primer día estalló la violencia con la excusa de lo que le pasó a Rodney. Todo comenzó a la hora pico. Primero fue la paliza al camionero Reginald Denny. Luego, golpearon al obrero Fidel López y le robaron su dinero. El segundo día la violencia estaba a todo lo que daba. El miedo del jurado que absolvió a los policías que golpearon a Rodney King fue tal que huyeron de sus hogares. El tercer día las cosas empeoraron todavía más. El alcalde de Los Ángeles, Tom Bradley, así como el gobernador del Estado de California, Pete Wilson, no sabían qué hacer, lo que no los convertía en políticos menos inútiles que el resto a lo largo de la historia de la humanidad. Quisieron llamar a la guardia nacional, pero no llegaría sino hasta el sábado. Entretanto impusieron toque de queda que nadie hizo caso. Rodney King Habló a los medios de comunicación en una rueda de prensa, rogando: “Por favor. ¿No podemos llevarnos todos bien?”
Chinga a tu madre, Rodney. La diversión apenas empieza para Alex y para mí.
Condujimos por la ciudad, contemplando imágenes que parecían un capítulo de una serie policial con el Infierno de Dante:
Nos dirigimos a un supermercado y destrozamos aparadores, anaqueles, congeladores y latas de sopa Campbell’s porque había que vernos warholianos. Grafiteamos muros. Arrojamos cocteles molotov. Teníamos la furia en todo el cuerpo. Estábamos envueltos en llamas y locura, como toda la gente, como toda la ciudad.
No paramos hasta el anochecer. Fuimos a las afueras de la ciudad y miramos cómo la humareda de los incendios se elevaba entre las palmeras californianas y se perdía en el cielo. Mi amigo abrió unas cervezas robadas de algún Seven Eleven y me ofreció una lata. Bebimos durante un tiempo.
─No puedes negar que te sentiste bien. Que te encantó. Por primera vez nos respetaron. ¿Te fijaste como nos veían? Con auténtico miedo. El miedo a nuestro color de piel. Por primera vez el frijolero y el nigger eran aterradores.
─Los disturbios van a terminar, Alex. Las cosas volverán a ser como antes. Quién sabe, es posible que hasta en el futuro Donald Trump sea presidente de Estados Unidos.
─¿Trump? ¿El millonario de Nueva York? ¿El racista del peinado ridículo? Qué idioteces dices, Ryan. Con una cerveza que te tomas ya andas ebrio.
Permanecimos toda la noche bebiendo cerveza y mirando el fuego, escuchando la sinfonía de sirenas.
-3-
Tenía razón: los disturbios terminaron.
El cuarto día era sábado. Llegaron a la ciudad 4000 soldados a poner el orden. Al día siguiente, el alcalde declaró que todo estaba bajo control. El lunes 4 de mayo se levantó el toque de queda y los comercios reabrieron.
Mi vida no cambió en lo más mínimo. Sigo leyendo y releyendo El guardián entre el centeno, pero aunque tengo el ejemplar en mi habitación, prefiero sacarlo de la biblioteca pública.
Me asusta el mal estado en el que se encuentra: tiene las orillas quemadas, y está manchado de cenizas y arcilla.
También sangre.~
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