[play] => Abisal 6: Virna Ligsa, el silencio

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Saber que había desencadenado el proceso de muerte en ella –quizá el último de los Yacientes al Borde– le provocaba una indescriptible sensación de alivio. Podría pensarse que la crueldad lo avasallaba y que quizá ése era su verdadero objetivo desde que un instinto desconocido lo motivó a seguir las resonancias de la voz. Pero no. Virna Ligsa se sentía aliviado porque al escucharla hablar, veía cómo Aqüi Nojlebu se iba desmigajando. No podía estarse quieta: no era sólo su boca la que emitía sonidos: parecía como si cada segmento de su cuerpo tuviera una voz propia, y aunque debía mover los labios y la lengua para estructurar aquello que de ella salía tan acompasadamente, era en realidad todo su cuerpo el que lo pronunciaba, y al irlo pronunciando era que se desmigajaba. Imposible adivinar los años exactos que había pasado librándose de la brizna violácea, pero era obvio que tenía mucho tiempo acumulado en la vida consumiéndole las entrañas, los huesos, la savia que se le iba por la boca: ese entramado de tonos que llegaban a los laberintos del  cerebro de Virna Ligsa y le hacían pensar en los animales atrapados en las rocas de vidrio: latentes todavía, pero amalgamados en capa tras capa de esencia ambarina.

La sal de noches impregnadas durante la travesía hacia la Latitud Hiperbórea había dejado en Aqüi Nojlebu gránulos que absorbían los líquidos del cuerpo entre capa y capa de dermis. Era evidente que estaba a punto de desmoronarse o momificarse, y cualquiera de las dos cosas que sucediera primero sería bastante dolorosa si mantenía la consciencia tan fuerte como su voz. De alguna manera, sin proponérselo, pero cumpliendo, sin saberlo, su designio, Virna Ligsa le había adelantado varias noches de dolor. Ahora sólo estaba lo otro: ¿la acompañaría hasta que la explosión llegara? ¿Tendría sentido regresar a donde ya tampoco nadie le esperaba? Pensándolo un poco, él también era un sobreviviente. Quizá no de algo tan terrible, aunque lo terrible no tenía parámetros de comparación. Lo terrible sucede en cada uno, a su manera, y ya está. Aqüi Nojlebu era más que un cuerpo desmoronándose: era lo que contenía ese Aparato, tan extraño en su hermosura, tan delicado en su fortaleza: Señor Magnetófono, así se llama, estuvo por un momento tentado a decir Virna Ligsa mientras ella, acercándose, lo dejaba en sus manos.

Pero al final, sin decir palabra –porque gozaba de la reverberación que había quedado en el aire después de oírla, así, en silencio, así, atento a sus pausas–, simplemente siguió su instinto y oprimió

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