EL CASTILLO DE IF: Del pregón como arqueológico jingle
Sobre los sonidos de la ciudad… un texto de Édgar Adrián Mora, en el blog El castillo de If.
VOCEAR ES UN deporte nacional. Hablo de México. Aunque es probable que en otros países tal costumbre sea también una regla. La imagen del vendedor ambulante que viaja con la mercancía a cuestas ofreciendo sus productos abarca muchos ámbitos comerciales. Los hay aquellos que ofrecen mercancías, como también quienes publicitan servicios. Muchos de los pregones son cuestiones que llegan a convertirse en parte del acervo de expresiones lingüísticas y sonoras de la vida cotidiana.
Los marchantes de los tianguis y mercados que ofrecen a grito pelón sus ofertas del día. Todos aseguran la mejor calidad o al menos advierten del alcance de su oferta: «No somos los mejores del mundo, pero sí los mejores del rumbo». «Pásele, pásele», ofrecen los vendedores de comida típica. «Caldos deliciosísimos de pescado», grita una costeña en el mercado de Huatulco, Oaxaca a voz en cuello. Porque pareciera que el arte de la pregonería trae consigo la eficiencia en la venta. Uno atraviesa los pasillos de un lugar atestado de futuro como la Plaza de la Tecnología en el Eje Central de la Ciudad de México y no deja de escuchar los «¿Qué es lo que buscas, güero?», «¿Quieres programas, recargas de tinta, eliminadores?, ándale, pregunta?».
[pullquote]Pero si algo alcanza el punto máximo de evolución del pregón, eso es la grabación digital reproducible en masa.[/pullquote]
Entrar al metro es encontrarse con nuevas versiones de lo que es una tradición ancestral. «Mire usted le venimos ofreciendo lo último de la música para bailar, para que anime su fiesta. 300 canciones mp3, sólo diez pesitos. Diez varitos les vale, diez varitos les cuesta». Y ahí hace aparición la bocina estruendosa que da una muestra exprés de las canciones incluidas en el disco compacto. Y entonces: «No somos grandes artistas, ni grandes payasos, pero hacemos esto para no tener que robar. Así que aquí mi amigo Chipotito y yo les haremos algunos chistes para que se vaya a trabajar, o regrese a su casa con una sonrisa. Nos puede dar una moneda que no afecte su economía, pero si no es posible, con una sonrisa es más que suficiente. Chipotito, ¿tú sabes cómo se llama el ácido más fuerte?…».
Sales del metro, te diriges a casa y no puedes evitar pegar un brinco después de que un sonido que pareciera provenir de una locomotora de vapor directo desde el siglo XIX te aturde y reduce la vida útil de tus tímpanos. Es el carro de los camotes, ni siquiera hay que voltear a ver. Cuadras más adelante se escucha la escala tocada en una armónica de juguete que anuncia otro servicio hoy en decadencia: el afilador. Cada vez menos amas de casa salen al escuchar el sonido armónico cargadas de cuchillos, tijeras y demás artilugios que requieran un devastado de metal. Más allá, los sonidos de caja musical que anuncia la llegada de los helados y la nieve forman ya parte del ambiente sonoro de la ciudad.
Pero si algo alcanza el punto máximo de evolución del pregón, eso es la grabación digital reproducible en masa. Ahora mismo recuerdo tres casos específicos. El primero: «Ya llegaron sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños. Tamales oaxaqueños, tamales calientitos. Pida sus ricos tamales oaxaqueños». Si leyeron la última línea mientras en su cabeza sonaba una tonada cansina y repetida ad infinitum, ¿qué me dicen de ésta?: «Se compran colchones, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan». La chica que grabó ese pregón se ha convertido en estos tiempos, incluso, en una celebridad sujeto de noticia. Al autor del primero, el de los tamales, lo han entrevistado para medios como Letras libres.
Lo que me animó a escribir este texto es uno de los pregones que escucho a diario desde mi oficina en la preparatoria donde trabajo. Es una grabación que me ha echado a perder a uno de mis máximos ídolos: Tin Tan. El pregón es una repetición en loop de una de las canciones más famosas del pachuco de oro, «Panadero con el pan», que interpreta en la película Ay, amor, cómo me has puesto (Gilberto Martínez Solares, 1950). «Panadero con el pan,/ panadero con el pan/, tempranito va y lo saca calientito en su canasta/ pa’ salir con su clientela/ por las calles principales/ y también la Ciudadela/ y después a los portales/ y el que no sale se queda/ sin el pan para comer». Y así durante una media hora. Al final me quedo sin ganas de escuchar a Tin Tan, de salir a comprar pan o de hacer cualquier otra cosa. La maldición que tienen este tipo de pregones reproducidos de manera circular e infinita es que resultan sumamente pegajosos. De tal manera, no es raro que momentos después de haberse apagado el pregón en la lejanía del barrio, la tonada dé vueltas en la cabeza, baje hasta las cuerdas vocales y, de manera inconsciente, se termine tarareando: «El panadero con el pan/ panadero con el pan». Después de eso, sólo queda mirar por la ventana con aire extraviado y dar un buen suspiro.~
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