la revolución de los nonagenarios

Revoluciones hay muchas, todas lideradas por una juventud desbocada. Espíritu que, por cierto, a veces anida en cuerpos arrugados. Como ejemplo está el asilo de mi abuela. Ondeando una bandera rojinegra, aparecieron un día marchando algunos de los más ancianos. «¡Reclamamos independencia!», susurraban queriendo gritar. «¡Rebélense, nonagenarios!», refunfuñaban quitándose el respirador de la boca. El pasillo fue obstruido por incontables sillas de ruedas, y así empezó la revuelta más escandalosa que el asilo Mariano Escobedo pueda recordar.

Abuela, fotografía de JENRIKS

Abuela, fotografía de JENRIKS

Dirigiendo la insurgencia estaba una señora casi calva llamada Irene. Tapaba la puerta principal el día que fui por mi abuela para llevarla a pasear, sin saber que para ello tendría que negociar a un rehén. Antes de darme paso, la lideresa me explicó el motivo de su revuelta. «Nada más llegar aquí, a uno lo tratan viejo», aseguraba. De modo que los que ya rozaban la centuria resolvieron protestar hasta que les permitieran conservar los privilegios de la juventud. O sea: beber un tequila por la tarde y jugar canasta antes de cenar.

Lo malo es que el asilo es de asistencia pública. Aunque los nonagenarios protestaron, la burocracia impidió un cambio inmediato y efectivo. Irene no tardó en montar cólera. No sólo instigó a sus compañeros a acampar en los pasillos, sino que se pusieron en huelga de edad. Dicho de otro modo: los viejitos resolvieron dejar de envejecer hasta ver sus exigencias cumplidas. Oneroso método, que además se demostró riesgoso de inmediato. Mi abuela, que siempre ha tenido alma de guerrillera, se fue del lado de los que buscaban los derechos de la juventud, independizarse del tiempo. Increíblemente, en su primer chequeo tras el inicio de huelga, resultó dos años más joven que en su revisión anterior. Todos los insurgentes, al igual que ella, fueron alisándose. A un mes de protesta, había en el asilo botellas de whisky caro, relojes finos, grupos de mujeres cuchicheando con el pelo alaciado y rubio: aquello parecía club de crisis de la mediana edad.

Hoy la situación es muy grave. Entre los rebeldes la mayoría ya es adolescente. Cuando la dirigente (cuyo nombre es ahora más juvenil: Akemi) llama a mítin, ondeando su mata, casi nadie le hace caso. Todos, entre los decibeles de punk preadolescente o las caricaturas infantiles, desbocadamente jóvenes, olvidaron el motivo de la revuelta. Omitiendo a la burocracia, que adecuó al asilo, cuyo nombre ahora es: «Mariano Babysitter Escobedo».~