duplicados
Es una maldición: al menos una vez por semana alguien me asegura haberme visto. La cosa es que al que ven en realidad nunca soy yo. Me toca explicar que a esa hora yo estaba dormido o sentado en un sitio lejos de donde creyeron verme. «¿O será que no querías saludarme?», preguntan recelosos. No es difícil confundirme, calvos hay muchos, contesto, pero no funciona. Juran que era yo. Evitan todas mis justificaciones; casi siempre comienzan a odiarme en ese preciso momento.
Insisten tanto en verme en sitios donde no estoy, que he decidido que esto no puede ser azaroso, sino que tales encuentros deben tener un plan, una razón. La más lógica: clones. Un malhechor decidió reproducirme para destruir el mundo y de paso hacerme quedar mal. Me halagaría, claro, pero al menos uno de mis supuestos clones es fotógrafo. Incluso hay un banquero. Nadie clonaría a un escritor si no fuera para aprovechar nuestras dotes paranoides, y ni fotógrafos ni banqueros suelen pensar en lo que viene tras ellos.
Así que debe haber otra causa. Dimensiones cruzadas, por ejemplo. Ociosos paseos de mi yo de otro mundo a través del multiverso, yendo y viniendo por hoyos de gusano. Típico: el universo y sus todavía nebulosas leyes del espacio conspiran para que mis amistades me consideren majadero. Algo similar he pensado sobre el viaje en el tiempo, pero lo descarto. Ni en el presente ni en el futuro he tenido ni paciencia ni buen sentido del humor.
Todas mis hipótesis son igualmente desechables. Exorcismos que hayan puesto a caminar mis fantasmas por la calle (¿serán mis demonios tan duraderos?). Asociaciones de actores ensayando la mimesis (el mundo no necesita otro calvo héroe de acción). Cultos de rituales obscenos (de los cuales tendría que ser yo la deidad; una deidad que no ha recibido todavía sacrificios ni diezmos). Obsesiones provocadas por mi varonil semblante (no culparía a los obsesos, pero tampoco les creo).
Mientras más lo pienso, más me convenzo de que existe sólo una verdad posible. Oculto de mí mismo, cuando duermo o cuando estoy sentado sin pensar en nada, me escabullo por algún callejón aledaño a mí mismo y camino por otros sitios sin darme cuenta; hago cosas, me reflejo en los escaparates para imaginar cómo se me vería ese sombrero. Tramo algo, acaso algo en mi contra o algo que me ayudará cuando vuelva a entrar en conciencia; pero no sé qué es eso que tramo. Esquivo a la gente que me conoce para que luego vengan a decirme que me han visto. Supongo que así me envío pistas sobre el sentido de las cosas o mi razón en la vida. Es la única explicación viable.
Otra explicación sería la simple coincidencia genética, pero la verdad eso me parece demasiado improbable.~
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