Yo, ¿intolerante?
«Me confieso un intolerante ante la carencia del sentido común». Por Moisés Martínez Ayala
EL SENTIDO COMÚN es el menos común de los sentidos, esto pese a que Descartes afirma que es el mejor repartido entre los hombres, ya que la experiencia nos enseña que por desgracia no por mucho decir que el sentido común es el menos común de los sentidos, el hombre ha hecho caso a ello. Al contrario, en un proceso biológico de aniquilación de la especie, se ha optado por eliminar dicho sentido. Total, no tiene caso, no sirve para nada, pues pese a ello, pese a la epifanía que hizo Descartes hace ya varios cientos de años, la humanidad sigue sin valerse siempre del sentido común y aún así va progresando.
Es tal la aniquilación del sentido común, que incluso lograr responder a la pregunta que interroga sobre qué es el sentido común, parece una verdadera vaguedad y un mero ejercicio para los que no tienen nada que hacer. De entrada, cualquiera puede pensar que no es un sentido, en tanto que este no pertenece al reino del tacto, del gusto, del olfato, del oído o de la vista. Siempre se nos ha enseñado que esos son los cinco sentidos con los que cuenta el hombre. Entonces, ¿por qué se habla del sentido común? ¿Qué quiere decir la expresión «era algo del sentido común»? Si uno busca la definición en el Diccionario Real de la Academia de la Lengua puede encontrar el siguiente modo de comprensión: «Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas»; o en la expresión «de sentido común» puede encontrar que la DRAE lo define como una locución adjetiva que remite «al buen juicio natural de las personas». Hay en estas definiciones un gran problema. ¿Se puede apelar a la generalidad del pensamiento y del modo de ser, o de la manera de ser, de las personas? ¿No se supone que no siempre lo que la mayoría hace es lo mejor? Y si apelamos a la locución, ¿se puede dar por hecho de que existe un buen juicio, que además es natural en las personas? Descartes lo afirma categóricamente. El filósofo que amaba escribir en su cama, calentando su cuerpo al calor de la chimenea, da por hecho que «el buen juicio», es decir, el sentido común, es lo mejor repartido entre los hombres. De hecho, es tan vital que este buen juicio será angular en su «yo pienso».
Hay que detener la respiración un momento, dar un buen masaje a los lóbulos y pensar bien ante tanta interrogante. No hay que sentir que los párrafos anteriores sólo han servido para negar a dicho sentido. Es bueno analizar lo hasta el momento presentado, analizar los fenómenos que implican al sentido común. Primero, sabemos que el sentido común o el también llamado buen juicio es algo que todos los hombres tienen. Segundo, sabemos que además es algo natural. Tercero, de igual manera sabemos que es algo que nos ayuda a pensar y proceder. Cuarto, sabemos que es algo que tiene una doble condición: el sentido común es compartido con los otros, pero también es algo interno, puesto que es algo que nos conduce a pensar y a ser en el mundo. Y, quinto, sabemos que es el menos común de los sentidos, es decir, que es muy escaso.
El último punto es el que más preocupa. ¿Por qué el hombre deja de guiarse desde el sentido común, que es en cierta manera la entrada de la razón? Tal parece que la respuesta a esta pregunta es porque el hombre está tan dentro de la generalidad, es decir, tan dentro de lo que todo mundo dice y hace que olvida de pensar y luego proceder. Para decirlo de otra manera: como lo más natural y lo más cómodo es seguir a la masa en la forma de pensar, de masa, aniquilamos lo que es el pensar propio, el analizar lo que nos viene de la masa misma. Mas, por qué razón digo que seguir a la masa es lo más natural. Cuando se piensa en el hombre saliendo a cazar, lo mejor para protegerse era asumirse en el yo grupal, en la masa que se mueve en una dirección para tratar de atrapar y lograr matar a la presa, la cual podía a su vez matar a cualquiera del grupo, o al grupo mismo, si estos no accionaban como uno. Es esta protección que el individuo encuentra en la masa, o sociedad, que crea una especie de pacto desde el cual se busca proteger el interés personal, que a su vez el es grupal (tema que por cierto desarrolla Rousseau). Por mor de lo dicho, estar en la masa es lo más conveniente y natural (no sólo para el hombre, para cualquier forma de vida, seas un ave, una cebra, un pez.., la lista puede ser enorme).
En la actualidad esa misma capacidad de protegerse es lo que hace que los hombres piensen todos igual, vistan similar, y un largo etcétera. Pienso en una mimetización, o camuflaje, del yo en ellos, de los otros que también son yo. Lo interesante de esta protección es que el individuo no necesita estar alerta para protegerse, no lo necesita porque confía en la alerta que le darán los otros, incluso aún cuando ésta no llegue, o si llega pueda ser una falsa alarma con resultados catastróficos. Es la confianza en lo que todos dicen y hacen lo que produce el aniquilamiento del pensar y del proceder por cuenta propia. Por esa misma razón se pierde el sentido común, pues en el mejor de los casos quedará como un sentido adormecido.
La ausencia del sentido común es el verdadero fantasma que recorre al mundo. Frases hay muchas que se pueden poner como ejemplo. Al conversar con un amigo sobre la intimidad, la relación, el amor, la cotidianidad y otros dolores de la existencia, salió a tema que una chica le había preguntado sobre lo que ella necesitaba para que lograra conquistarlo a él. Cabe señalar que mi amigo deseaba estar con esa chica, la cual, antes de dicha pregunta, había cancelado cuatro veces antes. La respuesta de mi amigo fue básica y simple: tiempo y presencia. Me parece un claro ejemplo de aniquilación del sentido común. ¿Cómo es que ella pretendía conquistarlo sin nunca verlo?
Otro ejemplo me viene a la mente. Este pertenece a un grupo de artistas que en cierto momento estaban reunidos para enaltecer las bondades y maravillas de su arte. Coincidió que días antes alguien del grupo había fallecido. Muchos estaban indignados, pues las empresas para las que trabajaba esta persona nunca le pagaron lo que le debían, razón por la cual la persona aludida pasó sus últimos días padeciendo también de la carencia económica. Estos artistas decidieron hacerle un homenaje y hablar de las bondades del susodicho, así como de la injusticia de su oficio. Yo estaba asombrado por la indignación y la diferenciación. Ellos hacían ver que la muerte era injusta sólo por el hecho de pertenecer a su grupo, y que por eso debería haber dolor. Caramba, como si no doliera tan sólo por ser una persona, un ser humano. Es decir, parece que la muerte ya no nos duele si ésta no es de alguien igual a mí.
Así, para concluir, guiado por la sencilla razón, me confieso un intolerante ante la carencia del sentido común, ante la carencia del interés del pensar, del deseo de sentir, del simple asombro ante la pretensión de quienes dicen asombrarse, pensar, sentir. Me confieso un intolerante frente a lo que el todos afirma, pues hasta el momento mi experiencia es que es sólo en pos de mera reacción y no de una acción.~
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