Irreverencias maravillosas: Los monstruos que nos habitan

No hace falta conocer el peligro para tener miedo;
de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.
Alexandre Dumas

LA PALABRA MONSTRUO viene del latín monstrum (maravilla o prodigio) que deriva de la raíz monere (advertir, avisar). Sus primeras acepciones incluían deformidades físicas y espantosos seres irreales, pero actualmente incluye también aspectos amorales o despiadados del comportamiento del ser humano, mismo que puede comprenderse con algún acercamiento a la psicología y al psicoanálisis.

Uno de los arquetipos de la psicología analítica de Carl Gustav Jung es la Sombra, lo inconsciente de la personalidad, todo lo opuesto al Yo, puede tener un carácter personal o colectivo y era representada a través de figuras despreciables, como monstruos y demonios. Jung la describía de la siguiente manera: «…en el hombre inconsciente justamente la sombra no sólo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra también una serie de cualidades buenas, a saber, instintos normales, reacciones adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores, etc.». Los monstruos representan en su totalidad esa sombra, lo que no podemos ser pero que anhelamos en la intimidad. Nos reflejamos en ellos. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886), novela de Robert Louis Stevenson, muestra a la perfección esta dualidad del ser humano: mientras el doctor Jekyll es un hombre que actúa conforme a todas las normas sociales, su antagonista, el señor Hyde, ser en el que se transforma después de consumir cierta pócima, se regocija en el comportamiento más reprobable que puede ejercer.

ilust_Portada_DrJekyll_MrHyde_by_JasonEdmistonLa mitología y literatura de distintas culturas están plagadas de leyendas muy similares, de seres monstruosos e historias fantásticas, y el terror que han creado desde cientos de siglos atrás ha servido para acercar y unir a los seres humanos. Un magnífico ejemplo literario son los bestiarios fantásticos, y entre las distintas obras que podrían identificar con lo monstruoso se encuentran Frankenstein (1818), novela de Mary Shelley que refleja el temor por el «desafío a lo divino» que podría significar la Revolución Industrial, o el poema «Jabberwocky» (1871), de Lewis Carroll, que manifiesta los descubrimientos en geología y paleontología de la época en las ilustraciones del extraño y siniestro ser descrito.

Existe también una diversidad de no-muertos, como los zombis y los vampiros, presente en países tan distintos como Haití y Rumania, respectivamente. Esta representación de la muerte en seres que vuelven a la vida puede interpretarse como la necesidad de superar el principal miedo del ser humano, pues al volver visible o tangible este terror ancestral, es mucho más fácil vencerlo.

Con el surgimiento del cine clásico de horror, este género encontró vías mucho más lucrativas: a través de la pantalla grande, los directores de cine pudieron explotar los temores reprimidos de su audiencia. En The vampire (1913) aparecen las primeras vampiras atractivas que modifican la percepción general sobre un tema satanizado. Drácula (1897), novela de Bram Stoker, fue adaptada por primera vez a la pantalla grande en 1920, y su protagonista, un vampiro seductor, representaba la maldad misma, por lo que también causaba repudio. El fantasma de la ópera, adaptación de 1925 de la obra literaria de Gastón Leroux, donde el personaje principal tiene desfigurada una parte del rostro que mantiene oculta y es dueño de un porte impecable, resultando en misterio y atracción. Nuestra señora de París, novela de Víctor Hugo que cuenta con 6 adaptaciones cinematográficas desde 1905, muestra a un personaje amorfo que finalmente logra ser amado. Una de las hipótesis de mostrar a personajes peculiares es la de crear una mayor aceptación por parte de la población hacia las personas afectadas debido a las numerosas guerras y los conflictos armados.

Tras la increíble y fiel adaptación a la radio de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells por Orson Welles, en 1938, la llegada del hombre a la Luna y la amenaza de la Guerra Fría, las invasiones alienígenas ganaron espacio en cintas como The Day the Earth Stood Still y The Thing from Another World (1951), It Came from Outer Space (1953) y la película de serie B Plan 9 from Outer Space (1959).

[pullquote]El terror, en cualquier de sus facetas, nos fascina porque lo sabemos irreal, porque inconscientemente nos otorga cierto placer, genera un miedo consciente y temores gratificantes.[/pullquote]

En 1954, nueve años después de los bombardeos a Iroshima y Nagasaki, se produjo la película Godzilla, cuyo protagonista, un inmenso monstruo reptiloide, resultado de la radiación, devastaba todo a su paso, imitando el desastre en ambos sitios después del ataque.

La temática principal en los inicios de la década de los 70 fue lo demoniaco o satánico específicamente en personajes infantiles, donde sobresalen El bebé de Rosemary (1968), la saga de El exorcista (1972) y la de La profecía, que inició tres años después. Una de las posibles explicaciones es que en ellas se representa la preocupación social norteamericana por la revolución sexual y el amor libre pregonado por los hippies.

En la década de los 80, la saga de Terminator retrató la desconfianza a las nuevas tecnologías y a la rebelión de las máquinas, como lo hizo también Blade Runner (1982), basada en parte en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick.

Actualmente se retratan, entre muchos otros, el terror a la inmensidad del espacio exterior y la soledad, como Love (2011), Gravity (2013) o The Martian (2015).

Pero también existen, y son muy numerosos, los monstruos que no se pueden reconocer a primera vista, y esos son, muchas veces, los más peligrosos, como los psicópatas o los asesinos seriales. Respecto a lo anterior, el autor David Schmid ha publicado, entre otros, los libros Natural Born Celebrities: Serial Killers in American Culture y The Devil You Know: Dexter and the ‘Goodness’ of American Serial Killing. El escritor Norman Mailer declaró que los auténticos monstruos eran aquellos que escribían libros maravillosamente dulces, de ahí que se pueda extrapolar a la idea de que quienes se comportan de manera extraordinaria, puedan ser en realidad, o por debajo de la piel, los seres más atroces. Además, los monstruos más temibles son aquellos con características humanas, pues fungen como espejos de nuestra Sombra.

En Speaking of Monsters: A Teratological Anthology, uno de los múltiples libros del doctor John Edgar Browning, explica respecto a los monstruos que «Él o ella puede provocar empatía o pathos, lo que nos obliga a reconocer su monstruosidad como nuestra y así abrazar lo que una vez nos enseñaron a odiar».

Actualmente, las series televisivas son tan populares como las películas. Algunas de las más populares con las temáticas mencionadas son The Walking Dead, Falling Skies, Almost Human, Dexter y Hannibal.

El terror, en cualquier de sus facetas, nos fascina porque lo sabemos irreal, porque inconscientemente nos otorga cierto placer, genera un miedo consciente y temores gratificantes. La empatía con lo monstruoso nos hace comprender nuestros propios miedos y sus orígenes, y conocer sus más ocultas motivaciones nos vuelve partícipes, cómplices; pero también abriga el temor a la imitación y denota cierta misantropía: se prefiere lo diferente por rechazo a lo humano.

Los monstruos, que antes fungían como un augurio, se han convertido en un espectáculo fascinante, la Sombra ha cobrado una forma real y ya no se esconde, sino que busca todas las superficies posibles para mostrar que está presente todo el tiempo, aun cuando la luz pretenda abarcarlo todo para otorgar seguridad. Finalmente, y recordando a Jung, «Uno no se ilumina imaginándose figuras de luz, sino tornando la oscuridad consciente».~

Ilustración de JasonEdmiston.com