De cómo vivir para siempre (según Ray Bradbury)
«Ray confirmó el hechizo: ¿Cómo vivir para siempre? Escribiendo libros asombrosos.» Texto de Gabriela Damián
BRADBURY TUVO LA culpa de que le considerásemos eterno. A pesar de que tenía 91 años, su muerte fue una sorpresa para quienes lo consideraban una presencia reconfortante, familiar, algo así como el abuelo de la ciencia ficción. Pensamos que viviría para siempre porque, como buen fabulador, había considerado a la eternidad dentro de su mitología personal. Se describía a sí mismo como «Esa rareza de feria: el hombre con un niño dentro que lo recuerda todo». La inconfundible nostalgia por la niñez enmarcada en un entorno fantástico e inquietante fue el pilar de su personalidad y de su obra. Narró incontables veces aquella anécdota en la que se cifró todo su futuro, el bautizo con fuego de su escritura: a los doce años se escapó de un funeral para visitar la feria del pueblo y en ella encontró al mago que, con el truco de una espada electrificada, lo hechizó: «¡Vive para siempre!», clamó Mr. Eléctrico, y Bradbury se abandonó sin remedio a la idea de no morir nunca. Sólo le faltaba el método para lograrlo.
Su familia no tuvo dinero para enviarlo a la universidad, pero él amaba las bibliotecas. Se educó a sí mismo leyendo los libros polvorientos que estaban ahí esperándolo; un montón de amigos de años, de siglos atrás que sin embargo seguían vivos a través de relatos y palabras, comunicándose con todo aquel que quisiera escucharles. Ray confirmó el hechizo: ¿Cómo vivir para siempre? Escribiendo libros asombrosos. Así de fácil y así de difícil.
Su afán por crear «fábulas morales», por ser «un instructor de humanidades», como él dijo, se expandió. Las historias de Bradbury tomaron no sólo la forma de cuentos y novelas, también de cómics, obras de teatro, películas y series de TV.
Del Boulevard a los estudios
De adolescente, a Bradbury le encantaba patinar por Hollywood para cazar autógrafos de estrellas como Marlene Dietrich o Cary Grant. Pero poco a poco, mientras escribía cuentos en papel de estraza para publicarlos en Arkham House, fue labrándose una reputación que le concedió un lugar en la fábrica de sueños.
Dos de sus historias se convirtieron en películas de serie B: It Came From Outer Space (Jack Arnold, 1953, filmada en 3D) y The Beast From 20,000 Fathoms (Eugène Lorié, 1953, basado en el cuento La Sirena). La primera destaca por mostrar alienígenas benignos –típico de Bradbury– para contrarrestar el terror al otro –típica herramienta de control de la Guerra Fría–. Desde luego otorgaron al público un agradable rato palomero, pero el mundo perdió, por lo menos en el segundo caso, una gran película: La Sirena es en realidad una agridulce fábula sobre el amor y la soledad encarnados en ese entrañable diplodocus prehistórico que emerge desde lo más hondo del mar y del tiempo con la esperanza de encontrar a uno de su especie al escuchar el triste lamento de la sirena del faro.
El clásico Moby Dick (John Huston, 1956) es, paradójicamente, el más exitoso de los proyectos cinematográficos en los que estuvo involucrado, pero desde luego la historia no es suya, sino de Herman Melville. Fue una combinación de elementos destinada al éxito: un emocionante guion escrito por Bradbury, las actuaciones de Gregory Peck y Orson Wells y la presencia de un monstruo blanco con apariciones cuidadosamente administradas para causar el mismo desasosiego que el libro inspiraba en el lector. Pero el proceso de escritura del guion no fue miel y rosas para el pobre Bradbury: Huston lo apuraba, acosaba y mangoneaba con demasiado encono para obtener los resultados que quería. Ray sublimó la experiencia escribiendo Banshee, cuento en el que un joven escritor se venga del autoritario director que lo maltrata gracias a la intervención de la famosa y estridente criatura irlandesa. Años después la historia se transmitió en el Ray Bradbury Theatre con Peter O’ Toole interpretando a Huston.
Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1968) es quizá la mejor cinta sobre su obra. Fue la primera película a color de Truffaut y casi la única de sus historias que Bradbury consideraba como ciencia ficción pura: en una sociedad donde está prohibido leer porque «pensar impide ser felices», la resistencia consiste en un puñado de personas que se aprenden un libro de memoria para que nadie lo pueda destruir, una idea que se ha replicado en distopías contemporáneas como The Book of Eli (The Hughes Brothers, 2010). La propuesta estética y tecnológica quizá ya nos parezca demasiado ligada a su época, pero ninguna gran película sobre el futuro está del todo libre de ese pecado.
The Illustrated Man (Jack Smight, 1969) es una pieza interesante de cine cuasi experimental con la genial actuación de Rod Steiger como el hombre que no tenía tatuajes en la piel, sino ilustraciones que narran el futuro. Tres historias se materializaron aquí: The Veldt, The Long Rain y The last night of the world. Las dos primeras se apegan bastante al argumento original, pero la última fue convertida en un relato de horror que poco tiene que ver con esa oda al fin del mundo experimentado en la intimidad de la familia.
El proyecto de Something Wicked this way comes (Jack Clayton, 1983) comenzó en 1955, cuando Bradbury y el coreógrafo-cantante-director Gene Kelly quisieron hacer una película juntos. Al no poder financiarla, adquirió forma de novela, y fue hasta 1983 que pudo concretarse y exhibirse. Ubicada en Green Town (que no es otra más que su natal Waukegan, Illinois) narra la llegada de un inquietante carnaval cuyos personajes conforman la mitología inconfundible de la infancia bradburiana.
The Halloween Tree (Hanna Barbera, 1993) es una película animada, narrada por ídolo friki Leonard Nimoy y por el propio Bradbury, que repasa las tradiciones de varias culturas en torno a la muerte; entre ellas, el Día de Muertos mexicano que fascinaba a Ray desde su juventud, cuando conoció el país en 1942. Le intrigaba esa rara relación con la muerte, le atraía la combinación de fiesta, cráneos de azúcar y ataúdes de colores. Incluso escribió un espeluznante cuento sobre las momias de Guanajuato, The Last in the Line, y dedicó varias líneas nostálgicas a la ciudad de México en no pocos libros suyos.
A Sound of Thunder (Peter Hyams, 2005) es el último largometraje que toma de pretexto una de sus historias más conocidas: en el futuro, un político gana la presidencia de su país y viaja al pasado en un «safari temporal» para cazar dinosaurios. Pese a la advertencia de no tocar nada para no alterar el curso de la historia, el protagonista regresa al futuro con una mariposa pegada a la bota. Como resultado, la ortografía del inglés cambia y es el dictador, no él, quien ha ganado las elecciones. La versión fílmica cuenta una historia distinta (pero conserva los dinosaurios) y pasó por cartelera sin pena ni gloria. Llama la atención que el cuento se anticipó unos diez años a la formulación del Efecto Mariposa, una de las argumentaciones que forman parte de la Teoría del Caos.
La última producción que se conoce en torno a su obra es Ray Bradbury´s Kaleidoscope, un cortometraje que recupera ese bellísimo cuento en diecisiete minutos. Ha ganado un par de premios pero lo que lo hace especial es que, a decir de sus realizadores, el autor sí alcanzó a verlo y se mostró complacido con el resultado.
Poco antes de morir, a Bradbury le hacía feliz la idea de producir The Dandelion Wine, la novela más cercana a una autobiografía (el equivalente a Stand by me de Stephen King, aunque con buenas dosis de fantasía). Meses después de su muerte se sostenía la efervescencia del proyecto, incluso se consideraba la posibilidad de que Ron Howard, a quien Bradbury admiraba, fuese el director. Pero el entusiasmo se diluyó poco a poco. Frank Darabont escribió un guion de Fahrenheit 451 añadiendo un componente hoy imprescindible: el uso de internet. Pero lamentablemente no existen planes concretos para su realización.
Al enterarse del fallecimiento de Bradbury, Steven Spielberg dijo «fue la musa que inspiró la mejor parte de mi obra… en el mundo de la ciencia ficción, la fantasía y la imaginación, él es inmortal». Parece poco probable que Spielberg sea el primero en mover las fichas para adaptar alguna de sus historias, pero es inevitable imaginar cómo se vería Bradbury en manos de los innovadores de la ciencia ficción fílmica: Terry Gilliam (Brazil), Michel Gondry (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), Max Landis (Chronicle), Shane Carruth (Upstream color), Bong Joon-Ho (Snowpiercer), Guillermo del Toro (Pacific Rim) Christopher Nolan (Interstellar)… Soñar no cuesta nada.
De igual manera, The Martian Chronicles parecía estar en el tintero de Paramount Pictures bajo la tutela de John Davis en el 2012, pero quizá sea una fortuna que nunca se haya hecho… es probablemente la obra de Bradbury más difícil de adaptar para el cine, aunque no nos vendría nada mal ahora reflexionar acerca de sus ideas sobre la brutalidad de la colonización. Quizá hoy, con el Curiosity allá arriba husmeando en los suelos del planeta rojo, reviviendo nuestro anhelo por viajar el espacio y experimentando una nueva época dorada en las series de televisión, sea el mejor momento para que Bradbury invada la pantalla chica. De nuevo.
Esa bestia insidiosa
En Fahrenheit 451 Bradbury sintetiza la enajenación televisiva: «esa bestia insidiosa, esa medusa que convierte en piedra a millones de personas todas las noches mirándola fijamente». No obstante, la televisión fue un importante escaparate para sus historias fantásticas.
Contrario a lo que pudiéramos pensar, Twilight Zone sólo incluyó un episodio escrito por Bradbury, I sing the body electric (1962), la historia de una abuela-robot capaz de amar incondicionalmente, muy representativa de las preocupaciones de Bradbury: lo fascinante de la tecnología es cómo reaccionamos frente a ella. De algún modo es raro que no participara más en una serie tan «bradburiana», pero hay varias razones que lo explican: por un lado, Bradbury se distanció de Rod Serling porque tenía la sensación de que éste plagiaba sus historias; por otro, Serling creía que la escritura de Bradbury estaba hecha para los libros y no para la pantalla, aquel lirismo no se escuchaba bien en voz de los actores. Quizá ambos tuvieran razón. En contraste, Ray fue un activo guionista para el show Alfred Hitchcock Presents. The Martian Chronicles (Michael Anderson, 1980), la serie que adaptó la obra cumbre de Bradbury, fue descrita por él como «simplemente aburrida»; a pesar de que Richard Matheson se encargó del guion. Y es que la serie tomó un camino distinto al espíritu melancólico y poético de la obra. El apogeo de su presencia en la TV fue Ray Bradbury Theatre (HBO, 1985-1992), que transmitió 65 episodios con cuentos, novelas o guiones pergeñados por él con resultados más cercanos a lo imaginado por muchos de sus lectores (aunque la atmósfera ochentera sea difícil de ignorar).
Aunque sus historias no se transmitan ya, la televisión sigue rindiendo homenaje a uno de sus más voraces críticos: todos recordamos el Treehouse of Horror V de Los Simpson en el que Homero consigue hacer de su tostadora una máquina del tiempo que lo lleva hasta el Jurásico, una inolvidable parodia de A Sound of Thunder. Y uno de los últimos tributos es, en sí mismo, una suerte de viaje en tiempo: dentro de Mad Men un agente neoyorkino de 1961 muestra su desidia por viajar a L.A. «Después de todo, ¿qué hay que valga la pena en L.A.?». Don Draper le responde con un contundente «¿Ray Bradbury?».
Y vendrán lluvias suaves
¿Por qué sería necesaria una interpretación actual de la obra de Bradbury? Sus observaciones sobre la condición humana, la tecnología, los mass media y los procesos de colonización son de una vigencia asombrosa; pero ¿necesitamos más fantasías en nuestras pantallas? Por supuesto. Los que se ajustan la corbata para decir que la ciencia ficción ya no nos sirve porque el futuro ya llegó, carecen de imaginación y también de un olfato más agudo para comprender el espíritu de estas obras. Como Bradbury mismo dijo: «La ciencia ficción satisface una necesidad de los lectores que no puede saciar la ficción mainstream porque ésta no les ha prestado atención a los cambios de nuestra cultura en los últimos cincuenta años… el desarrollo de la medicina, la importancia de la exploración del espacio para el avance de nuestra especie, han sido relegadas. Por qué se deja de lado la ficción de la ideas es algo que me supera. No puedo explicarlo, salvo por el esnobismo intelectual.»[1]
Una porción de la herencia de Bradbury se mantiene con cada película, cada serie de ciencia ficción que desfila en nuestras gigantescas pantallas, similares a las que él imaginó. Las preguntas que hizo se repiten una y otra vez: ¿qué significa ser humano? ¿qué nos define: la crueldad, el amor? ¿la esperanza?
Ray Bradbury murió el mismo día en que Venus desfiló con dulce melancolía entre la Tierra y el Sol. Fue como si el abuelo de la ciencia ficción hubiese pedido un taxi cósmico para salir espectacularmente de nuestro planeta: hasta el último día nos obligó a mirar hacia arriba. Mientras tanto, acá abajo, seguiremos haciendo lo que nos enseñaron las personas-libro de Fahrenheit 451. Seguiremos haciéndolo vivir para siempre.~
[1] En entrevista con Sam Weller para The Paris Review No. 192, Primavera de 2010.
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