EL CASTILLO DE IF: El prejuicio contra el cómic (casi) ha muerto
«Léanlo sin prejuicios. Es probable que se lleven una agradable sorpresa.» En El castillo de If: El prejuicio contra el cómic (casi) ha muerto, de Édgar Adrián Mora
El cómic es un medio que ofrece una serie de ventajas pedagógicas que muchos autores han reconocido en diversos campos. La idea de ilustrar cualquier texto añade un apoyo gráfico a la información que se pretende exponer. Sin embargo, esa forma de comprender el potencial de recepción lectora por parte de cierto público no es asumida con la misma simpatía por todos. Detrás de esto hay una serie de prejuicios que se han repetido y establecido desde antes del origen de este medio. Se relaciona sobre todo con una idea de lo letrado y culto como ausente de imágenes. El inicio de todo, tal vez, se remita a la concepción de la imagen como el lenguaje de los ignorantes, de los analfabetos, del pueblo. No por nada encontramos que uno de los primeros libros ilustrados, y de los más influyentes, se llama precisamente «del pueblo». Hablamos de la Biblia pauperum, que los religiosos de la Edad Media utilizaban para enseñar los fundamentos del cristianismo al grueso de la población analfabeta de aquel entonces.
En Los de abajo, la obra más reconocida de Mariano Azuela, una escena deja al descubierto la manera en cómo la ilustración, para el no letrado y en sentido contrario, le añade valor a un libro. Tal valor reside en la posibilidad de acceder a la información que los volúmenes atesoran: si el libro es ilustrado es «más bonito», más accesible, más valioso. En un saqueo que los soldados revolucionarios de Demetrio Macías realizan en un pueblo una parte del botín a repartir lo constituye una biblioteca cuyos libros son lanzados al patio y, de manera bárbara, usados como alimento para una hoguera. Es entonces que un habitante del pueblo se aparece para intentar adueñarse de algunos de los tomos que se ven, de manera irremediable, condenados al fuego. Cuando pregunta al soldado que se ha agenciado la propiedad de los libros el precio en que se los dejaría, éste refleja la ignorancia con respecto del valor que ese objeto alejado de sus referentes inmediatos tiene, los vende por bulto, por kilo. Sólo tiene una acotación: los libros que tienen «monitos» son más caros.
Otra cosa ocurre en las páginas de Farenheit 451, una de las obras más representativas de Ray Bradbury: todos los libros han sido condenados al fuego por la infelicidad que provocan. Los únicos que se han salvado de perecer a manos de los singulares «bomberos» bradburyanos son las historietas. Su insignificancia les arrancaba cualquier posibilidad de peligro para los potenciales lectores.
En ejemplos como estos pensaba en los momentos que dediqué a la lectura de Así habló Zaratrusta. El manga, una historieta que la editorial Herder publicó en 2011 basándose en el libro del mismo título y escrito por Friedrich Nietzsche. La empresa realizada por la editorial East Press en Japón, primero; y después por Herder para el mercado de habla española, refleja una osadía que enriquece el debate acerca de la pertinencia de conceptos como alta y baja cultura.
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Recuerdo que en mi niñez vendían en los puestos de periódicos cómics de formato pequeño que incluían la reelaboración de grandes obras de la literatura universal. Así fue como tuve acceso a obras como Miguel Strogoff de Julio Verne, Los miserables de Víctor Hugo, Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, Sandokan de Emilio Salgari, El príncipe y el mendigo de Charles Dickens. En poco más de cincuenta páginas de viñetas, los guionistas de la editorial Novaro conseguían resumir las líneas básicas de la trama de esas obras clásicas.
Así habló Zaratrustra. El manga conserva el espíritu de aquellos «cuentitos» de mi infancia. En 200 páginas se resume lo esencial de las ideas que el filósofo alemán trazó en su obra. Conceptos como el eterno retorno, la muerte de Dios, la crítica inclemente a la iglesia, la idea del Superhombre, son abordados a partir de la historia de un párroco, su esposa y dos hijos, uno abnegado y sumiso, y el otro arrogante y blasfemo. Con giros de efecto que son marca de fábrica del cómic japonés, así como la intervención de personajes deus ex machina, la obra consigue lo que, según su contraportada, es su propósito: «son muchos los jóvenes que leen cómics y pocos los que se atreven con un libro de filosofía». Esta obra consigue, en efecto, que la curiosidad acerca de los contenidos del libro original empuje a su lectura. Tal como a mí me pasó con las obras completas leídas a partir de la curiosidad despertada por las adaptaciones hechas en historietas de las obras de la literatura que preleí en cómic.
Hay, además, homenajes y referencias a otras obras que se consideran hermanadas con el espíritu de Nietzsche. Tal es el caso de una reproducción de la escena de la golpiza que bajo un puente propinan Alex DeLarge y sus secuaces a un mendigo. Ese homenaje a Stanley Kubrick y A Clockwork Orange es algo que no pasa desapercibido.
Con la aparición de este título y de algunos otros como El capital. El manga, queda claro que el cómic vive tiempos distintos a aquellos en los cuales era considerado un subproducto dirigido hacia el público lumpen y que nunca podría aspirar, siquiera, a compararse con la literatura. En tiempos en los cuales la cultura audiovisual, multimedia y memética se ha apoderado de las manifestaciones de la cultura popular en los medios, resulta refrescante que este tipo de trabajos salgan a la luz. Léanlo sin prejuicios. Es probable que se lleven una agradable sorpresa.~
Totalmente de acuerdo, Édgar Adrián.Para cerrar el círculo y esperando no infringir ninguna regla anti-publicidad de Vozed, recientemente Blackiebooks ha reeditado “Los superhéroes y la filosofía”.Es decir, no sólo filosofía en cómic, también filosofía a través de los cómics.
No conocía ese material. Lo buscaré. Gracias por la referencia, Pedro.