¡Sexo nena, solo sexo!

Un texto de Jacqueline Erazo/ ilustración de Juan Astianax (Tinta sobre papel, colección De Venus Amarte 2).

 

SUPONGO QUE DE sexo y emociones no discuten los doctores, ¿no es así? Yo no lo tengo claro, no lo sé, pero en mi experiencia he aprendido a reconocer la diferencia entre un hombre básico y uno extraordinario.

Hace algunos días conversaba con un amigo sobre los hombres con los que yo había salido y la división que (consciente o inconscientemente)  mi psiquis había hecho sobre el comportamiento que muchos de estos chicos tuvieron en ese espacio. Mi boca no se resistió y al igual que una especie de grito o desahogo, dije: «para mí hay dos clases de hombres: los básicos y los extraordinarios.» Mi interlocutor me miró con curiosidad. Yo traté de explicarme: «Para mí hay dos clases de hombres», insistí. «Los básicos: aquellos que llevan el concepto de Freud sobre la energía sexual (que hace hincapié en el sexo fuente fundamental de motivación en nuestras múltiples actividades, sean estas o no de índole manifiestamente sexual) a sus primitivas expresiones, que confirman la teoría del «instinto básico» de forma vulgar, siendo víctimas paupérrimas de su condición humana. Y los extraordinarios, aquellos que, aun sucumbiendo –evidentemente– a lo básico, lo hacen con estilo y con sus múltiples y limitados talentos. Y hacen un gran esfuerzo para ser ellos los dueños de su condición humana. Otro tema es que su voluntad tenga éxito sobre este «instinto básico», pero –al menos– este tipo de hombres me hacen dudar y me mueven a pensar y sentir sobre esa dualidad.

Recuerdo, una tarde cualquiera, yo había terminado la relación con mi entonces novio. Tenía, como muchas personas, todas las ganas de desahogar emociones con un posible nuevo amor. Pero a diferencia de otras veces, ésta última relación fue tan mal que yo había pagado a muy alto precio por la «libertad». Vamos, pocas ganas tenía de volver a la senda del compromiso. Y en esas estaba cuándo conocí a quien llamaré Juan, en un taller de escritura. Él era un chico agradable a la vista, alto, con una mirada sombría que me atraía, y un look de niño rebelde. Se acercó a mí, conversamos sobre «cosas intelectuales» (o algo parecido a lo que llamamos «cosas intelectuales») y sin darme cuenta estábamos conversando dentro de mi auto cuando él me hizo la propuesta: «¿Sexo, nena?». Me lanzó con una sonrisa  que no pude descifrar y terminó: «Solo sexo, nena, es simple.»

Para mí el término «un polvo y ciao» era algo un lejano, sin embargo recuerdo que pensé: «¿Sexo?, mmm. Sólo eso.» La idea rápidamente se instaló en mi cabeza y contesté: «Antes jamás habría aprobado la idea, no olvides que vengo de una familia católica y mi abuela heredó a mi madre sus pijamas plagadas de ideas románticas y conservadoras de la “espera del príncipe azul». Entonces recordé la vida de mi abuela ya fallecida y rápidamente le dije a Juan como poseída: «!Hecho! ¿Cuándo y dónde?»

[pullquote]Me lanzó con una sonrisa  que no pude descifrar y terminó: «Solo sexo, nena, es simple.»[/pullquote]

Nos citamos y fuimos a un motel cercano. Ya antes había conocido los moteles, pero nunca había ido con intenciones distintas a las de solo dormir. Es gracioso entrar a un motel en mi pequeña ciudad: Entras, quieres saludar y sonreír, pero todos miran el horizonte o a sus zapatos. No importa que estemos en el siglo XXI, en pleno auge del Posmodernismo, con países en donde el aborto es un derecho o  donde la bisexualidad parece común;  con tecnologías que te ayudan a «compartir» tu vida cada dos segundos con extraños en redes sociales, donde se habla de liberalidad y sexo y se consume como si fuera chocolate. No, no importa. En un motel todos bajan la mirada, se esconden detrás de una puerta y se hacen los locos para no verte la cara al salir o entrar. Resulta en un sentido extravagante, tan gracioso que no sé si asusta.

Ya instalados en el motel, el muchacho intentó soltar mi timidez y llevarme a un lugar, sexualmente hablando, de luz. Ese lugar se volvió desastrosamente inestable. La verdad, la experiencia no muy excitante, yo estaba muy tensa. Luego Juan probó, de una forma muy poco acertada, algo de sadismo. Eran mis pinitos de «gamer», ¿cómo corresponder a algo que era nuevo para mí? Entonces, decidida, lo intenté: lo besé; él me escupió, y dije, o pensé, o las dos cosas:  ¡¿saliva?! En ese momento supe que debí haber leído al Marqués de Sade a mis 19 años en vez de casarme. Finalmente solo puedo decir que todo concluyó sin ningún asombro, sin ninguna emoción más excitante que la que se puede conseguir viendo la versión cinematográfica de 50 sombras de Gray.

Al despedirnos él me pidió que le diera un beso «¿Un beso?», repetí sorprendida. Entonces, por primera vez en toda mi existencia entendí la mente de un hombre. Yo había fijado en mi mente y en mi psiquis la propuesta inicial de Juan: «sexo, nena, solo sexo» tan profundamente, que mis emociones, mis acciones y mis pensamientos estaban marcados. Entiendo que, como mujeres, el instinto maternal muchas veces nos deja en desventaja frente a la pugna entre amor y sexo. Estamos en desventaja en este juego ante los hombres. Para poder separar una de otra debemos hacerlo a conciencia, no cómo ellos, que lo hacen y listo. Ya la idea de «solo sexo» estaba programada en mí; estaba tan fijada que solo pude contestar con frialdad una negativa. Lo único que podía, y respondí a Juan fue: «¡no!»

Comprendí que él no era un chico básico, era un chico extraordinario, pero estaba disfrazado. «Sexo nena, solo sexo» era la puerta de entrada a algo más. ¿Y quién puede culparlo?, si de muchas formas todos  nos disfrazamos en todos (o casi todos) los aspectos de la vida. Después de eso Juan me bloqueó de todas sus redes y me sacó de su vida, a pesar de mis intentos de continuar siendo su amiga.  ¿Gajes del oficio de una gamer amateur? No lo sé, pero algo es seguro, ya ha pasado tiempo desde ese evento y algunas veces me encuentro reclamando a aquella amateur para decir:  !sólo un beso nene, sólo un beso!~