Corresponsal de guerra

«Mi otra vida de corresponsal de guerra ya no es ajena. Atreverse a levantar la voz en éstos tiempos es prácticamente heroico.» Un texto de Elisa Aceves de Ramery


 

PENSAR EN SER corresponsal de guerra es algo que me ha asediado bastante tiempo, pero no puedo pretender saber todo acerca del tema porque su mundo me es ajeno. Suficientes imágenes desgarradoras he visto como para no atreverme a glorificar la guerra, la muerte, o cualquier otro destino que aguarde más allá de la Tierra de Nadie. El deseo profundísimo por enterarme de lo que pasa, en el momento, formar parte de ello, y por hacer algo en favor de eso que está pasando es lo que me define. Nunca he sabido quedarme quieta ni callada y aceptar algo que no me gusta, y me gustaba la idea de poderme ir a buscar una aventura, románticamente hablando. Quería ser corresponsal de guerra porque, aunque fuera lo más peligroso del mundo, yo podría hacer una diferencia en la forma en la que la gente percibe la información. Andar a pie, solitaria, cargando la redacción en la mochila, junto con las penas y el dolor de la gente, agregándole a la mezcla el peligro de ser extranjera y mujer… no es para alguien que tiene carácter quebrantable. Ver con ojo frío y calculador un problema que orilla a la gente a la miseria es ley, y no es cualquier cosa.

Ser corresponsal significaría dejar muchas cosas de las que conozco: dejar a la gente que forma parte de mi día a día. Mis padres, mi hermano, mis amigos… a mi pareja. Mis planes, de boda y de vida, mis rumbos, mis deportes y hábitos. Mi casa… en 23 años nunca he pensado que podría ya no estar ahí. Claro que me he preguntado si podría llegar a hacerlo; el miedo a lo desconocido me demuestra que siento las situaciones precarias. Aunque no las viva, aunque no forme parte de ello, las siento y las percibo, las pienso y las quiero solucionar. Todo lo que yo conozco ha sido fácil de vivir, y justamente en eso reside la relevancia del oficio de corresponsal. Yo tengo suerte y tengo lo que necesito y más: la gente a la que iría a ver, a reportear, a buscar y a formar parte de, no tienen nada. Tienen muerte, tienen desolación. Los asesinatos marcan cada familia; la falta de seres queridos pesa en sus almohadas. ¿Cómo te afecta que maten a tu esposo, hermano, cuñado, hijo, sobrino…?, ¿o que violen a tu hija o a tu madre? ¿Se puede vivir así?

Donde la humanidad saca lo más bajo de su instinto, estaría yo con pluma y papel, temblando en mis botas de combate, sudando frío y probablemente llorando junto a ellos. Yo con ellos. No sé si ellos conmigo. No sé si podrían sentir lástima por alguien que escogió ver con ojo clínico un conflicto armado verdadero. Mi cinismo podría ser el final de todo. Rezándole a un Dios ausente. A un Dios que, como ellos y como yo, trae una AK-47 al hombro.

¿Cuánto tardaría olvidarme de lo que algún día conocí? Despertaría en la noche, abrazándome a los recuerdos, rezándole a un Dios desalmado y ausente que me regresara a mi patria. ¿Cuánto tiempo me tomaría dejar de suspirar al pensar en mi casa? ¿En mi pareja? ¿Cuánto tiempo me tardaría para comenzar a olvidarme de lo que era yo en un principio? ¿Dejaría de hacerme preguntas algún día?

Mi jornada comenzaría no necesariamente tan glamorosa como la comienzo hoy: no dormiría en una cama, sino en un saco de dormir en el suelo. ¿Comer lo que estoy acostumbrada? No lo creo, más bien terminaría acostumbrándome a comer poco y no tan seguido. Vestimenta limpia. ¿Baño diario? ¿El reto que viviría sería una medalla para portar con orgullo, o el intento de una niña espantada por entender otra vida? Me empiezo a sentir frívola por sólo pensar en un cambio de ropa o una ducha todos los días. Levantarme tranquila. Salir a la calle. Entrar a una tienda sonriendo. Ver a la gente a los ojos. Pasar por un café. Charlar con amigos. Ir a dormir tranquila, sin escuchar bombas, balazos o gritos. Despertar nuevamente, sin temer por mi vida todos los días.

Todo lo que yo tomo por sentado.

Esa pudo haber sido mi otra vida, pero escogí una profesión un poco menos vistosa, pero igualmente peligrosa y valiente: ser periodista en un país donde los que ejercen el oficio son blanco de odio, dolor y muerte constantes. México y su situación me lastiman todos los días un poquito más, y me preocupan todos los días un poquito más. Me he dado cuenta más de una vez que, en vista de cómo se desarrolla la situación en éste país, más se parece a un conflicto armado.

Si voy a ser periodista con intereses políticos en México, mi otra vida de corresponsal de guerra ya no es ajena. Atreverse a levantar la voz en éstos tiempos no nada más es acto de rebeldía, sino que es prácticamente heroico. Aquí te pueden matar si pasas por un café o charlas con amigos en un momento inoportuno. Desayunar en cualquier parte podría terminar con tu vida. Mirar a la gente a los ojos no se hace.

Me he imaginado mi otra vida un millón de veces. La he soñado, la planeé, pero porque la vida dio un giro enorme, no fue. No me preocupa, porque sé que la diferencia se puede hacer donde sea que se trabaje. Yo vivo una guerra constante contra la información fidedigna. Vivo una guerra contra las drogas, donde los Zetas y demás cárteles hacen de mi país su plaza. Vivo una guerra donde los estudiantes son incriminados, asesinados, desaparecidos. ¿Seré corresponsal yo también?

Entonces…¿mi otra vida es mi futuro?~