CINE CON IRA: Óscares 2015
Inauguramos Cine con Ira, el nuevo blog de Ira Franco. Y comienza dandonos la recomendación para esa noche: «No los vean. Punto.»
No los vean. Punto. Esa es la gran recomendación para esa noche: en esta edición de los Premios Oscar lo más seguro es que gane el patriotismo-sentimental de American Sniper, (Eastwood, 2014) y/o el sentimentalismo patriotero de Selma (Ava DuVernay, 2014). Podría ganar también la peor película de Wes Anderson a la fecha (Gran Budapest) o esa Karate Kid glorificada que es Whiplash (sí, si, ya sé que me gané la enemistad de varios.). ¿Sería bueno que ganara Iñárritu? Quizás, pero luego aguántalo. Y además todo el mundo sabe que el premio ahí lo merece El Chivo Lubezki, ni modo. En serio, no hay a cuál irle, excepto que ocurriera un milagro y ganara Boyhood (Linklater, 2014), que puede gustar o no pero es, sin duda, una de las películas más importantes en lo que va del siglo. Casi imposible que gane The Imitation Game (Tydlum, 2014) por el simple hecho de que hace ver a los británicos y no a los gringos como las mentes maestras de la Segunda Guerra Mundial. Quizás, en un acto de injusticia divina podría llevarse el Oscar la inglesa The Theory of Everything, (Marsh, 2014), donde la Academia gringa regresa a sus viejas prácticas de privilegiar las películas con discapacitados —y no tengo nada contra el gran astrofísico Hawking, pero la película no es acerca de sus teorías, sin acerca de sus trapos sucios, su matrimonio y su discapacidad. Es decir, lo que menos debería importarnos—.
Y ya sabemos que no son premios meritocráticos y que realmente no gana el mejor cine, excepto quizás cuando son cortometrajes, animación, documentales y todo eso que nunca llegamos a ver porque las salas están abarrotadas de aquella que «ganó la mejor película». Los Óscares premian una delicada combinación de las cintas políticamente necesarias/correctas y aquellas con mejores relaciones públicas (sólo hay que recordar aquella edición donde se lanzó a Jennifer Lawrence, una inversión millonaria donde las haya). Pero más allá de quién gane, los Óscares son ese momento del domingo donde uno se siente absolutamente pequeño en un muy mal sentido. Porque no es lo mismo ver el cielo y entender que somos una pequeñísima basura cósmica en comparación con los planetas, las galaxias y los hoyos negros que demostrar una admiración chabacana por una persona que trae un vestido que cuesta lo del enganche de una casa y pasa la mayor parte de su tiempo mirándose en el espejo. ¡Oh qué guapa! ¡Qué buen actor! ¡Qué presencia! ¡Qué talento! Talento la mujer que hace la limpieza en mi casa: ya quisiera verme a mí haciendo todo eso sin quejarme. Talento la maestra del colegio de mi hijo que le ha encontrado el modo para enseñarle a dibujar aunque él lo odia. Talento… bueno, ya me entienden. La cuestión es que cualquier cosa es mejor que ver los Óscares. Desde dormir temprano hasta echarse una partida de dominó con la novia en la cama o ver un capítulo de True Detective (Nic Pizzolato, 2014), que si me apuran, considero un pedazo de ficción más notable, poderoso y relevante de lo que serán jamás American Sniper, Selma o Birdman.
Como mi trabajo es verlos, allí estaré, pegada, sin mucha opción. Pero ya les digo, si no lo necesitan, aléjense de los Óscares todo lo que puedan: es mi opinión en una nuez, como dicen los angloparlantes.~
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