TRIBUNA VISITANTE: Exilio idiomático
«Jugar de visitante y sin hinchada es complicado, y recurro a la metáfora futbolera porque, oh, heme aquí, tres años después, exiliada en la Argentina». El exilio idiomático de Nadia Orozco, en Tribuna visitante.
Pides una soda, te dan agua mineral. Pides agua mineral, te dan agua embotellada. Así que mejor pides una coca, que eso aquí y en China es lo mismo. Buscas chícharos y encuentras arvejas, si hay ejotes entonces son chauchas, las setas son gírgolas y las calabazas son todo, de todos tamaños y de todos colores, menos las angolitas que son las que en primer lugar buscabas. Para limpiar quieres un jalador, pero sólo hay haraganes; para vestirte quieres una blusa que es una remera; para el súper un carrito que es un chango. Y así.
Jugar de visitante y sin hinchada es complicado, y recurro a la metáfora futbolera porque, oh, heme aquí, tres años después, exiliada en la Argentina, sin un paisano con quién intercambiar un chingadamadre como Dios manda y sumergida hasta el cuello en este mundo de palabras que no entiendo, y más aún, ahogada por mis propias palabras que no quieren decir lo que quiero que digan.
Y es que, que se te apague el boiler es una cosa, pero que te manden a prender el calefón, otra muy distinta, porque qué diablos es un calefón y cómo se prende, quién sabe. Turistear debe ser una cosa curiosa, pero llegar a vivir a un lugar, así a la de sinsusto, donde dicen que hablan español pero sabrá Dios qué español es el que hablan, pues es, digamos, chocante. Choque cultural, que le llaman.
Al principio es extenuante tratar de explicar que yo no uso aros: uso aretes. No me pongo la campera, me pongo un suéter, aunque haga calor, porque para colmo soy chilanga y en mi tierra salir sin uno es correr el riesgo de sufrir frío o lluvia después. Tampoco voy al shopin, voy al centro comercial, porque, ah, qué raros y qué pochos son los argentinos que dicen livin en vez de sala, o city para referirse a Buenos Aires. Le ponen nafta al auto en vez de gasolina y comen torta en los cumpleaños, y yo me imagino una de esas que venden, profusamente grasientas y con todo, en los paraderos de microbús. Pero acá les dirían planamente sándwiches, y a los micros, colectivos, y por una cosita y otra y otra y otra más, el día a día se vuelve una aventura ortográfico-gramático-musical mágica y misteriosa que en un día cualquiera cae de variedad pero en días malos uno quisiera mandar todo a la chingada, con el riesgo de que nadie sepa de qué hablas y, sencillamente, te quedes donde estás.
Así que, no. Si me lo preguntan, no hablamos el mismo español. Y lo más triste es que más o menos me entienden gracias al Chavo. O eso es lo que me dicen, porque, ah, cómo me dicen que hablás igual que el Chavo. Vaya con la dominación cultural región cuatro de pacotilla. Ni hablar: por lo menos disfruto el mate, a Borges, el voseo a ratos y el cielo más azul de toda Latinoamérica. Mirá vos.~
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