En días así…

La vida y deseos de una mujer, escritora. Un retrato intimista, un tanto onírico, en el que los sueños vuelan libres con un canto a la esperanza.

 
borrosoHay días en los que sentada en mi escritorio, rodeada de notas y pensamientos a medio hacer, imagino ser una escritora de verdad, de esas que como Elsa Morante escriben despacio, sin prisa, rodeada de la pausa de sus gatos. Saboreando y acariciando con mimo cada una de las palabras que salen de su pluma.

Como parte del juego, esos días imagino también que mi Moravia particular está sentado a mi lado, cerca, y que refunfuña nervioso porque uno de sus personajes quiere escapar, saltar por la ventana, huir del corsé de uno de esos cuentos tan romanos y que tan vagabundos rondan perdidos por su cabeza y por sus páginas.

Otras veces, y aprovechando el alboroto de mis ideas, me asomo a un Trastevere de mentira y saludo a los turistas que me miran extrañados. No saben que estoy buscando el punto de partida para algún cuento, ese chispazo que desencadene la mejor de mis historias, esa que posiblemente nunca escribiré pero que forma parte ya, desde hace tanto tiempo, de mi realidad, de todo eso que me acompaña cuando despierto, cuando ya todo son brumas. Cuando despierto y, prisionera de mi, ya nada es real: ni siquiera los sueños perdidos.

Hay días en los que nerviosa intento hilar un final que se me resiste y del que ni siquiera conozco el inicio. Las prisas me apremian, un editor que no existe quiere que le entregue un texto improvisado, que libere las palabras, que las deje volar, imaginadas. Son los típicos días en los que me desespero cada vez que tropiezo, en los que me levanto y vuelvo a caer. En los que mis ideas de tanto volar se saltan las reglas y se van de cañas con algún personaje de Moravia. Ese Moravia mío imaginario que refunfuña sin parar y al que no consigo convencer para que se deje llevar por entre los acordes de esa canción que no oímos y que nos grita afónica, sin voz, que ya es hora de empezar. De empezar el final…

Son días esos en los que quiero ganarme el reconocimiento de un público que no tengo y término regalándoles mi mejor sonrisa a cambio de nada. Una sonrisa que no me pertenece, teñida de nubes, una sonrisa que ya no es mía, quién sabe de quién. Una sonrisa que seguramente haya volado con mis palabras como vuela una moneda que va a parar a la Fontana de Trevi tras un deseo inútil, pero que lanzo una y otra vez para asegurarme un regreso soñado que siempre viaja conmigo.

Hay días en los que de tanto desconfiar de mi misma, todo parece complicarse y en los que el sostener el bolígrafo parece un reto. En los que escribo intentando huir de esos fantasmas cotidianos, pero cada vez que cierro los ojos regresan burlándose de mí y ya sin billete de vuelta.

Otros, en cambio, todo parece fácil. Parece que he dado con la tecla que junta las palabras en perfecta armonía y todo encaja, sonrío sin parar y le hago un corte de manga a mis fantasmas para que se amedrenten y no vuelvan. Días felices en los que me veo presentando mi libro… ese que nunca he escrito,  y que quizá nunca escriba, feliz, rodeada de amigos, nerviosa, y él a mi lado dándome fuerza, empujándome a brillar mientras de pronto todo se torna borroso. Brumas y más brumas… sueños que se marchitan, unas escaleras y una sala de luces tenues que me dan la bienvenida. Una mesa en el centro y un micrófono roto que me espera. Mi voz atravesando el lugar, parece fuerte y decidida, aunque por dentro esté temblando por la emoción. Tan fácil de imaginar cómo difícil vivirlo y yo… qué tonta soy, aún a fuerza de desearlo, a fuerza de soñarlo., no me salen las palabras.

Hay días en los que pienso que todo cuanto he escrito no me pertenece, y me alegro pese a todo de haber tomado esta decisión. Pienso en todo esto mientras alguien inesperado abre la puerta de mi habitación en un hotel de Roma. Mi pelo despeinado, un camisón y mi portátil sobre la cama le dan la bienvenida, también mis brazos. Un montón de libros se apilan en mi mesilla junto a mi corazón, que arrugado, descansa colgado de una percha en el armario.

Unas flores, un suspiro y piernas que se enredan entre sábanas revueltas. Sueños mojados en los que me olvido de todo; solo esas ganas de volver a empezar, de perderme otra vez en él. Una vez y otra sin parar.

Como decirle, justo ahora, que no hay tiempo para más. Ni siquiera para esos absurdos juegos de cama. Esta noche, una fiesta  me llama. Muchos escritores, casi todos desconocidos, estarán ahí. Música de Raffaela Carrá y la esperanza de que Jep Gambardella me explique cuál es la verdadera esencia, de la belleza. Esa gran belleza que no vemos y que se escapa como arena entre los dedos; ese vacío que está en mí, ese que tanto me asusta y en el que tanto me recreo hasta cuando duermo, hasta cuando sueño. Aún soñando con sueños vacíos.

Pero antes, debo terminar estas líneas a medio escribir que revolotean distraídas por los renglones de mi hoja en blanco. No es mucho lo que pido, solo os pido un minuto, no más. Justo lo que necesito para ponerle el fin a estas desordenadas palabras, solo un minuto para despojarme de mi personaje, quitarme las mascaras y por fin, desnuda, asomarme al mundo. Y abrazarlo de verdad.

Creo que ya lo sabéis, pero en días así, libre de lastres, desnuda de mí, envuelta en sueños de belleza, soy feliz.~