Vagar en la revolución
Extracto de un texto de Marie de Quatrebarbes / traducción Victoria Torres
1.
COMO MUCHAS PERSONAS QUE VIVEN EN LA CIUDAD, a veces olvido dónde está mi casa. Tal vez debería precisar que mi casa no es una unidad de habitación, y que la coloqué en varias calles al mismo tiempo.
Es una decisión que tomé el día en que me di cuenta de que la encontraré más fácilmente de ese modo, los días en que estoy perdida.
Y ahora paso gran parte de mi tiempo recorriendo las calles que me separan de ella, ya que siempre salgo a buscarla.
Muchas veces al día emprendo la búsqueda de mi casa, pasando de la calle donde vivo, provisoriamente, a aquella donde ella no está, provisoriamente, pero donde ya se perfila, puesto que apenas la veo aparece.
Y cuando la pierdo de vista, como me pasa a menudo, de repente todas las calles me parecen vacías, es como si hubieran sido vaciadas de mi casa.
Siempre que desaparece, mi casa arrastra con ella toda noción de espacio y de tiempo y yo misma me siento vacía.
A veces basta con que me acerque a ella y empuje la puerta para encontrarme afuera, del otro lado de mi casa. Sin embargo, mi casa no se ha movido, parece simplemente haberse volteado.
A veces tengo la sensación de que mi casa absorbe todo lo que la rodea y posee, yo incluida. Me parece que está todo el tiempo en movimiento y que se desplaza incluso fuera de su desplazamiento, y es en ese preciso momento que la pierdo de vista.
Y siempre que me desplazo dentro de ella, pasando de un punto a otro, dejándome ganar por un punto u otro de mi casa, siempre a un mismo ritmo, comprendo que estoy cada vez más perdida.
A veces me siento sola en mi casa, aunque viva en ella. Ya que, inversamente, a menudo la vuelvo a encontrar en el lugar donde no la buscaba, allí donde de repente se perfila.
Algún día creo que me tocará a mí encontrarme vacía y perderé toda noción de espacio y de tiempo. Ese día dejaré mi casa y esta desaparecerá en el preciso instante en que deje de vivir en ella.
O quizás ella permanezca aún un momento suspendida en una luz flotante en la que brillará sin reservas aunque no sé cómo.
Porque entonces mi casa se habrá vaciado de todo lo que la rodea y la posee, yo incluida, y se reflejará en las calles que brillarán todas juntas por su presencia. Entonces probablemente la veré a través de ojos vacíos, y las calles que la habrán absorbido emitirán todas juntas las luces al mismo tiempo.
Y de un instante a otro, ella desaparecerá en el interior de las calles que la contemplan y mi casa ya no estará más en las calles ni en los reflejos de mi calle en el interior.
Será como si nunca hubiéramos existido, ni mi casa ni yo, y no servirá de nada gritar sin encontrarlo el nombre de mi casa porque no se oirá.
Con la ausencia de mi casa en mí y en los alrededores, me encontraré exactamente en la situación de una partitura sin música.
2.
Una casa está hecha para vivir en ella. Una casa es una familia para quienes no tienen casa. Es una realidad cuando no se tiene familia. Es así como nacen las casas, donde una madre acoge a los hijos rechazados por sus padres biológicos. Es importante para mí ser la madre. Por eso, dirijo mi casa con mano de terciopelo. Cuido a mis niños, a mis hijas y a mis hijos. He ganado todos los trofeos. Y mientras viva, mis hijas y mis hijos estarán protegidos, y dirigiré mi casa con mano de terciopelo. Es como atravesar el espejo de Alicia. Como prepararse para un gran evento. Me veo en una cama de rosas. Me veo en un vestido de rosas que se adapta a cada uno de mis gestos. Me desplazo en globo y tiro por la borda puñados de pétalos arrugados. Es mi estado de ánimo. Voy a alguna parte. Puedo ser agresiva, pero la mayor parte del tiempo soy tranquila. Velo por mis niños, mis hijas y mis hijos. Me dedico a la observación de los pájaros y al deporte. Estudio la parada nupcial de los gorriones y sus estrategias de apareamiento. Hay seis elementos. Las manos. Las rotaciones. Las zambullidas. Las demostraciones en el suelo. La marcha del pato y la del gato. Soy la madre de los gorriones. Voy a alguna parte. Soy libre como esta playa, como esta ciudad y como la ciudad comprendida en esta playa. Soy esta persona, quiero decir, quisiera ser esta persona, quiero decir, otra persona. Quiero decir, soy alguien, soy esta persona. Podría bailar aquí, en su revolución.
Estamos implicados en una batalla muy curiosa. Estamos aquí y nunca podremos estar en otra parte. En mi juventud, había muchos profesores que no me gustaban. Íbamos a jugar sobre el techo, allá, no podría decirse que era una callecita, demasiado cerca del río. Era una especie de vertedero. Es la primera escena que recuerdo. Y miro Harlem, que conozco bien, que conozco como mi propia mano, y las cosas se ponen cada vez peor. Y estoy aterrorizada por la muerte del corazón que se produce en este país. El mal –hablo por mí Jimmy Baldwin, y creo que por muchos otros negros- el mal que me pueden hacer ya no tiene importancia; pueden enviarme a prisión, pueden matarme. Antes de mis diecisiete años ya me habían hecho más daño del que podían hacerme.
Imagina, si tuviera un dólar, sería demasiado para el mundo. Si tuviera dinero, alquilaría un avión e iríamos a París. Aquí todo el mundo tiene un millón de dólares. Todo el mundo vive en su propia casa. Los niños Fisher-Price no juegan sobre el asfalto, corren sobre el césped con una piscina de fondo. Opulencia. Digo que es mío, y todo es mío. Puedo ser una executive si parezco una executive. La perfecta school girl. No es así en el mundo, quiero decir, debería serlo. No soy así en este mundo, quiero decir que debería serlo. Opulencia. Las mujeres no se desvían de su camino, porque son mujeres. Yo me desvié de mi camino porque era una mujer. Aprendimos a sobrevivir. Aprendimos a fundirnos en un paisaje que inventábamos noche tras noche y sobre el que proyectábamos noche tras noche las imágenes que deseábamos. Las imágenes de un mundo que ponía distancia con nosotras, y las deseamos hasta que ellas mismas a su vez nos desearan. Somos hermanas. Nos tratamos como hermanas, ya sabes, como cuando nos decimos “eres mi hermana”. Nos comportamos así, entre hermanas, o quizás somos madres y hermanos. Ya sabes, cuando nos decimos “eres mi hermana”. Nos cuidamos de todo.
Victoria Torres nació en Buenos Aires en un invierno de los noventa. Durante su adolescencia, decidió que viviría entre el español y el francés. Se graduó como Profesora de Francés en el IES Lenguas Vivas “J.R. Fernández” y actualmente cursa estudios de traducción. Ha colaborado como traductora en revistas y en festivales de cine.
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