Puente
Un cuento de Iliana Vargas
1 / Edificio
CIERRA LA PUERTA con doble llave y por un momento piensa en volver a abrir y cerrar pero sin llave, para que sea más fácil botar la chapa y sacar al gato si alguien lo oye chillar… Aunque, pensándolo bien, el gato llora por todo, y quién sabe si algún vecino comprenda que los desaforados maullidos se deben al hambre o a que necesita atenciones y compañía. Lo peor sería que sus quejidos resulten tan desesperantes, que si alguien llega a abrir la puerta, sea sólo para hacerlo callar por siempre.
Mira la hora y siente, una vez más, que estar pensando en lo que hubiera sido mejor, le ha quitado tiempo indispensable, porque al final ha dejado la doble vuelta en el cerrojo, y en realidad, lo que le preocupa es que no corroboró si las ventanas estaban abiertas o cerradas, y la lluvia seguro que llegará en la tarde, y los libros, tan sensibles hoy día, se mojarán y quedarán hechos tinta. Además, el gato podría saltar… Y…
Antes de dejarse convencer por la angustia, baja las escaleras con tanta prisa y haciendo tanto estruendo con sus prótesis, que la vecina del 9, ruidosa y sin disimulo, pega el ojo a la mirilla para ver quién es; qué pasa. Por un momento, Crantë siente ganas de regresarse y pegarle durísimo a la puerta, justo debajo de donde ha de estar la cara de la vieja, pero el tiempo apenas le alcanzará para abordar el Monociclo 8 de las 3:17.
2 / Lluvia solar
Los fulgores solares la reciben intempestivos, impregnándole el cuerpo de gránulos que le dan comezón al quemarle la piel con efímeros chispazos. [Ya la habían prevenido sobre estas inconveniencias cuando le plantearon la necesidad de arriesgarse a portar diminutos cráteres en el cuerpo con tal de cruzar el Puente sin ser vista.] El impacto no es tan terrible como imaginaba. El ardor sí, el ardor que va quedando en las cicatrices que se forman en segundos, es lo que le hace preguntarse, por ejemplo, si será muy difícil desviarse en el camino para llegar al pantano y buscar pólipos de hidra. Y no precisamente para darse un festín de neurotoxinas [teme que el dolor se intensifique o se proyecte en alguna visión insoportable], sino para injertarse algunos tentáculos que le ayuden a recuperar la piel. No se ha demostrado aún que este efecto funcione en especímenes ajenos a la Hydra Anthomedusae, pero Crantë imagina su propio cuerpo como una fruta que empieza a desgajarse igual que estas nano-medusas pantanosas cuya capacidad regenerativa es envidiable.
Apresura el paso y esquiva a quienes se le quedan mirando, asombrados por la osadía de salir justo a esa hora: salir así, como si no importara la quemadura atravesando cada capa dérmica hasta tocar la fibra nerviosa: así, sin el traje-escafandra que todos portan. Y ella no. Ella no, porque sabe que no habrá manera de deshacerse de él cuando llegue al Puente, y la advertencia fue muy clara:
Sólo tú, Crantë Esmillava, sólo tú. Cualquier elemento ajeno a tu naturaleza impedirá que cruces, que pongas siquiera un pie sobre él.
3 / Vereda 1
Ha dejado las avenidas principales atrás. Ya no llueve, y no se ha cruzado con nadie. Sólo ha visto algunos peces de plata escabullirse entre las piedras de la irregular barda que le ha servido como guía desde hace quince cuadras. Siente que ha caminado demasiado sobre esa columna vertebral de colinas que suben y bajan cada vez más empinadas. Quizá sea la prisa, o el ardor [más intenso de lo que esperaba], o la pulsación del temor que le causa no saber exactamente a dónde debe llegar. Sin embargo, ha seguido las instrucciones sin distraerse, sin tomar atajos, sin detenerse a pensar si Lautaro habrá notado ya su ausencia y la habrá rastreado a través del comunicador y, al no recibir señal salvo ruido blanco, habrá enviado a alguien a buscarla. No se detiene, pero piensa en todo ello, y una ráfaga de pánico remueve sus vísceras, impulsándola a caminar más rápido, mucho más rápido de lo que los muñones en los muslos pueden resistir: las tiras de cuero con que ajusta las prótesis de la parte baja de sus piernas empiezan a quemarle también, pero es una quemadura distinta: una mordedura entre una piel curtida y una piel blanda, que es la suya. Crantë sabe que si se detiene, todo estará perdido: si se detiene, si mira las heridas, si trata de curarlas, si se duele de sí misma ahí, en plena ruta rumbo a la Estación Korda 5, ya no habrá forma de cruzar el Puente, ya no habrá forma de escapar de La Aridez o de no regresar a la Isla lejanísima de la que proviene. No sabe qué sería peor, en realidad. Ya ha perdido dos piernas en el Contenedor, y el constante contacto con la arena le ha resecado los pulmones y las fosas nasales a tal grado que el aire le estría al respirar. De la Isla sólo tiene la noción de que es su lugar de origen, aunque no está segura si ello implica que le espera un hogar ahí. Una voz primigenia, indescifrable, le grita que NO, que NO ES BUENA IDEA VOLVER AHORA; que SÓLO QUIENES NO CUMPLEN LA MISIÓN ASIGNADA EN LA ISLA SON LLEVADOS DE VUELTA. Pero, ¿cómo saber cuál es la misión; si ha hecho algo por realizarla; o si sus acciones hasta ahora han ido en dirección contraria a ella? En su cabeza sólo hay una idea vaga de haber sido expulsada de aquel lugar, pero no recuerda o entiende por qué.
Mientras avanza concentrada en encontrar el Teleférico -que ya debe estar cerca-, Crantë se pregunta si cuando cruce el Puente podrá encontrar a alguien que la haya conocido antes de haber llegado a La Aridez; que la mire y la reconozca y le cuente cómo era, porque ella no está segura de cuál era su vida antes de entrar al Contenedor. En su memoria sólo hay imágenes de cómo ha ido perdiendo las capas de piel, grasa, músculo, nervio y hueso con las que Lautaro trafica cada cierto tiempo. Ésa es la única ventaja de ser parte del Proceso Cárnico: la carne se utiliza para alimentar a las bestias del Jeyén que dominan el Otro Lado del Continente, pero sólo despiertan cuando la luz del tercer satélite del planeta se hace visible, cada seis meses, a medio día.
4 / Bajo La Aridez
Aunque se esfuerza por ver más atrás, lo único que hay en la línea del tiempo de Crantë es la luz verdosa del amanecer que hace un año le hizo parpadear varias veces mientras salía del lavatorio de un Dormitorio Público, cuando un par de niñas albinas envueltas en un velo púrpura estampado con flores doradas, se le acercó y la tomó de cada una de las manos para escoltarla hasta el Contenedor. Ahora mismo no comprende por qué entonces no sintió deseos de soltarse o al menos resistirse a acompañarlas; por qué las siguió como si la estuvieran rescatando de algún naufragio. Una de ellas, la que iba a su izquierda, le dijo:
Vamos a un lugar en el que te darán muchos pedazos recién cortados de distintos cuerpos, y tu tarea será asegurarte de que no queden restos de carne o nervio en ningún hueso. Cada tarde deberás entregar dos montones: uno, con destajo cárnico separado a su vez en claro y oscuro, y otro, con los huesos limpios, sin huellas de sangre. Procura que tampoco se marquen mucho con la punta de los cuchillos. Algunas veces sólo te llevarán carne sin huesos, pero con bastante nervio o grasa que también deberás quitar con cuidado.
Crantë la escuchaba atenta, como en trance, asintiendo cada vez que la niña hacía una pausa; sin preguntarse más que cómo haría para soportar el olor de la sangre; cómo evitaría que se le impregnara en las manos. La otra niña, la de la derecha, se mantenía callada, y caminaba sin dejar de mirar a Crantë como si ello fuera parte del acto de mover un pie después de otro. Al llegar al Contenedor, fue ella, la niña silente, quien le entregó un traje de plástico adherible, un cuchillo plano [de 15 cm, filosísimo], y uno más pequeño, curvado [de 8 cm, también muy filoso]. Luego la fue guiando por los pasillos hasta el área de los vestidores, donde le señaló un casillero con una plaquita que decía Crantë Esmillava. Dentro estaban la dirección y las llaves del Dormitorio Único Asignado, junto al reluciente traje-escafandra que también llevaba, hilado, su nombre.
Por supuesto, no sabía que lo que limpiaría y separaría con tanto esmero sería alguna parte del cuerpo de otros maquinales del Proceso Cárnico, apelativo con el que Los Superiores se dirigían a todos los que trabajaban en el Contenedor. De hecho, no lo supo hasta que fue su turno. Entonces se preguntó por qué no había visto a otros con los rastros de la mutilación en el cuerpo, y aunque empezó a buscarlos, se dio cuenta de que siempre que debía atravesar los pasillos que comunicaban la entrada con el frigorífico y a éste con el destazadero, se topaba con los mismos maquinales, todos enteros, en una u otra dirección. Nadie más.
5 / Vereda 2
Nadie, nadie más, como ahora, que ha avanzado sin testigos, sin los mutantes de Lautaro siguiéndola, y sin alguien a quién preguntar dónde, dónde por favor, está el Teleférico para llegar a la Estación Korda 5. Las piernas ya no le responden. Es demasiado arrastrar dos pesos muertos en un solo esqueleto. Además, como no son parte de su naturaleza, no cree que el Puente le permita subir con una pata de camello y una de cebra atadas a sus muslos, así que se las quita y las deja recargadas a lado de un tronco e imagina que en cualquier momento correrán para vengarse de la lentitud a la que ella las tenía sometidas. Pensar en eso le hace un poco de gracia y resignación porque sabe que ahora todo será más lento, pero justo cuando acomoda el pecho sobre la vereda y prepara los brazos para seguir avanzando, observa, desde ahí, desde la curvatura a ras del suelo, una luz magenta que parpadea a intervalos de 2-2-3: las torretas de las canastillas teleféricas. Mira la hora y entiende que no es momento para pensar si será o no buena idea lanzarse rodando sobre lo que queda de su cuerpo que, de por sí, siempre ha parecido un ovoide fuera de contexto.
6 / Estación
El cielo anuncia la llegada de la tarde, soltando destellos verdes y violáceos. Crantë se arrastra, impulsándose ahora con las manos para llegar al andén del Monociclo 8. La Estación es enorme, y aunque está repleta de transeúntes, ninguno parece reparar en ella, en la manera en que sus movimientos la convierten en el híbrido de alguna especie de tortuga que ha perdido el norte. Y es que, a pesar de que aún le quedan 17 minutos, Crantë no sabe por dónde ir más rápido, por dónde se llega al andén 8 si aquí está el 13 y enseguida el 93 y luego el 42. Perdone… Perdone… ¿Podría…? Perdone… ¡Hey! ¡Oiga! ¡Alguien! En vano desespera, porque no recuerda que nadie debía verla durante la travesía rumbo al Puente. Nadie, excepto alguien que estuviera seguro de que su cuerpo debía estar donde no estaba. Crantë no tenía idea de que las prótesis activaban una alarma si ella se las quitaba en algún lugar fuera del circuito del Contenedor o del Dormitorio Único Asignado. Al activarse, la alarma emitía una señal que se encendía en las Pantallas de Seguridad de los mutantes de Lautaro, determinando la ubicación exacta del maquinal extraviado. Así que cuando vio, entre el ir y venir de piernas y maletas, que por fin alguien le dirigía la mirada, su instinto le hizo buscar alguna prótesis o algún pedazo de ropa flotando en ese bulto que se acercaba deprisa a ella. Y sí. Todo el costillar derecho era de una cabra parda, mientras que el resto, entre carne de maquinal y carne de Los Superiores, era imposible de identificar. Crantë no quiso detenerse a mirar la hora ni el número del andén. No llegaría al Puente, pero quizá sería lanzada a otro dolmen, a otro vórtice espacial, si lograba subir al Monociclo que ya oía acercarse por la vía más cercana. Impulsó su cuerpo lo más fuerte y veloz que pudo hacia la orilla, sin lograr desplazarse más que algunos centímetros. Una vibración extraña, ajena, antinatural, comenzó a emerger desde un abismo desconocido, pero cuyo origen Crantë empezó a adivinar con dolor: la tierra burbujeaba bajo sus manos y su pecho, haciéndole saber que la desesperanza crujía como el metal de las vías retorciéndose entre las piedras. Antes de que pudiera percatarse de que a nadie más que a ella le estaba siendo abierto un Nodo Ultraterreno, un estertor de fuego la abdujo con una fuerza feroz para llevarla de vuelta a la Isla de Triana, donde enfrentaría un juicio por tratar de huir del sacrificio al que, sin saberlo, había sido destinada para cerrar la Era del Caos.~
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