Dos ojitos
Por Mariana Orantes
MI MAMÁ DICE que soy sonámbulo y por eso tiene que encerrarme por las noches. Le da miedo que tropiece o que no calcule bien la distancia entre los cuartos y caiga por las escaleras del pasillo, pero la verdad es que no soporta que la vea dormir. No le gusta pensar que espío su respiración entrecortada, que escucho sus débiles ronquidos que a veces disfrazan apagados suspiros.
Ella dice que salgo de mi habitación descalzo, que no me importa el frío del piso ni la oscuridad absoluta de la casa. Dice que cruzo dormido por el pasillo, camino a un lado de las escaleras e invariablemente abro la puerta de su cuarto. Me cuenta que entro a la habitación despacio, rodeo la cama matrimonial por el lado derecho, esquivo el tocador y me quedo de pie junto a la cama, mirándola dormir. La inspección vacía de mis dos ojitos en la oscuridad despierta a mi mamá y tiene que llevarme de vuelta a la recámara, como si pudiera sentir mi mirada en la piel. A veces, es cierto, también estiro mi mano sonámbula y acaricio su mejilla con ternura, cosa que la sobresalta y enoja aún más.
Yo no tengo memoria de mis andanzas nocturnas, casi dudo que sucedan, pero ella insiste en encerrarme. Ha colocado en la puerta de mi habitación una aldaba de hierro y la sujeta con un pequeño candado. A veces imagino que ese candado es la puerta de mi sueño y de algo más. Sólo ella tiene la llave. Sólo ella puede abrir la puerta por las noches.
***
Desperté en la madrugada con ganas de ir al baño pero olvidé que la puerta estaba cerrada. Traté por todos los medios de aguantarme, como si de ello dependiera mi vida. Para distraerme intenté leer el libro de Ciencias naturales de la primaria y repasar las lecciones de matemáticas, pero no funcionó. Las ganas iban en aumento, yo sentía cómo dentro de mí algo se hinchaba y con dolor punzante la orina exigía salir. Tuve que gritarle a mi mamá para que abriera la puerta, pero creo que no me escuchó porque estaba con un amigo que vino a visitarla. Le grité tres veces y nadie vino a abrir la puerta. A la cuarta intenté gritar con todas mis fuerzas, pero se me salió la pipí: quedé mojado en un charco que al principio era caliente y casi de inmediato se fue enfriando para mi disgusto. Tuve una sensación de suciedad, de sudor pegado, de baba fría. Comencé a llorar porque no sabía qué hacer, sólo podía pensar que mi mamá se iba a enojar muchísimo, pero juro que no lo hice a propósito.
Cómo me hubiera gustado que alguien abriera la puerta.
***
No me gusta la época de calor: la ropa se pega al cuerpo por el sudor, las sábanas están calientes, me da sed todo el día y lo peor es que hay muchas moscas. Parece como si todas las moscas del mundo se confabularan en mi contra y un día decidieran entrar sólo a mi habitación. No hay nada peor que una mosca gorda y fea en la noche, zumbando mientras uno intenta dormir.
A veces siento que lo hacen adrede. Cuando es de día aguardan y miran desde el techo, para mí imposible de alcanzar. Luego esperan la noche, cuando estoy dormido, para volar cerca de mis orejas o posarse sobre mis párpados, retumbando sus alas como si fueran gritos de horror para espantarme el sueño.
El otro día las moscas me asustaron tanto que le grité a mi mamá, pero en su lugar vino uno de sus amigos (uno que sí me cayó bien) con un matamoscas. Una por una las moscas cayeron mientras yo las guardaba en el frasco que me dio mi abuela hace mucho tiempo para guardar luciérnagas, cuando ella aún vivía y los tres comíamos juntos y yo no caminaba dormido por las noches.
No sé de dónde sacó el amigo de mi mamá la llave para abrir la puerta, pero después de matar a las moscas, me dio una paleta de vainilla y un beso que —según me dijo—, era de buenas noches, pero se sintió caliente como si ardiera. El hombre estaba detrás de mí, su sombra se proyectaba sobre la cama; a ratos parecía enorme y después parecía coronarse con la luz del farol, luz mercurial que entra por la ventana. Desde donde estaba, sólo podía ver mi lámpara de noche y el reloj en la cómoda que marcaba las 12:30 am, pero luego ya no quise ver nada más y me cubrí mis dos ojitos con las manos. Cuando se fue, ya no pude dormir, y más tarde me dieron ganas de ir al baño; le grité a mi mamá, pero nadie me abrió la puerta… otra vez.
***
Desperté en la madrugada por un intenso olor a cigarrillo. No me gusta que mi mamá fume con sus amigos, ellos deberían decirle que está mal, que da cáncer, mancha los dientes y arruina los pulmones, o al menos eso es lo que dice el señor presentador de la televisión: un tipo de amplia sonrisa, dientes blanquísimos, grandes, enormes, colosales; gotitas de sudor como chaquiras cosidas a las arrugas de su frente amplia, cabello negro, un poco revuelto pero con dejos de gel o brillantina; figura alta en traje gris, brazos largos y zapatos negros, pulidos. Se parece al amigo de mi mamá que viene a visitarme por las noches, cada tanto, desde hace tres semanas.
Me recosté en la cama, me tapé con las sábanas hasta la cabeza y saqué una mano para apagar mi lamparita de noche. Después de un rato de intentar dormir, me di cuenta que estaba sudando muchísimo. Mi piel mojada y mi pijama casi empapada. Así que me quité las sábanas de la cabeza y entonces vi arriba del ropero dos ojitos rojos, casi redondos, que me miraban sin pestañear. Eran como dos rubís o dos cerillos a medio apagar en la oscuridad, o los ojos rosados de un conejo, o todo al mismo tiempo. Por la ventana entraba la luz azulísima del farol de la calle, colándose entre los pliegues verdes de la cortina que tanto le gusta a mi mamá. El rayo de luz parecía posarse poco antes de culminar el ropero. Si Dos Ojitos (pues así lo llamé) se hubiera acercado un poco más, el rayo azul del farol lo hubiera iluminado por completo. En cambio, gracias al reflejo de la luz, sólo pude divisar su figura como un bulto que respiraba, sordo en la oscuridad, sin encontrar una forma determinada, sin poder relacionarlo con cualquier cosa conocida. Tras ese primer vistazo, no podía saber si se trataba de un animal o de alguna otra cosa, un enano, un perro, una pantera. Era algo extrañamente encantador que me miraba con insistencia desde lo más alto del ropero. No me daba ni tantito miedo. No como las moscas. Tampoco su mirada me parecía algo molesto, como el humo de cigarrillo. Más bien, sentía una atracción casi obsesiva hacia la cosa que me miraba.
Yo quería ver a Dos Ojitos de cerca pero, ¿Dos Ojitos querría acercarse a mí?
***
En la noche me despertó un sonido conocido: la puerta se abrió con cautela, el hombre entró, cerró la puerta tras de sí y comenzó a cantar en voz bajita y melosa: Pablito, Pablito, Pablito mío, pedazo de cielo que Dios me dio. Te miro, te miro y al fin bendigo, bendigo la suerte de ser tu amor…
***
Tuve un sueño extraño: cuando mi mamá me quería, me contaba un cuento de hadas sobre una mujer que tenía tres hijas: Un Ojito, Dos Ojitos y Tres Ojitos. En algún momento, no recuerdo bien, Dos ojitos espía desde un tonel de vino a sus hermanas y a su madre, quienes dicen mentiras y se portan mal con ella. Entonces llega un apuesto caballero para liberar a Dos Ojitos de su madre y sus hermanas. En el sueño, se mezclaron los personajes y mi mamá no era mi mamá y el caballero a ratos era en principio todo negro, sin rostro, mas luego cobró forma y tenía unos dientes grandes, enormes, colosales.
Cuando desperté, mi Dos Ojitos estaba ahí y se acercó, produciendo un ruido manso pero imponente, como si un león o un lobo pudiesen ronronear. Pude tocarlo con mi mano, la cual sobre su lomo (o lo que haya sido) se veía chiquita. Era como colocar mi mano sobre gamuza negra, aunque tenía bordes extraños que ni mis dedos ni mi imaginación alcanzaban a precisar. Dio una vuelta muy rápida y mis dos ojitos se encontraron directamente con sus dos ojitos rojos, carboncitos encendidos que relumbraban entre la oscuridad, no del cuarto, si no de su propio… ¿Cómo llamarlo? ¿Rostro, semblante, cara, fauces?
Creo que Dos Ojitos es mi amigo: abrió el candado que atenaza la aldaba que, a su vez, cierra la puerta; también se comió las moscas del frasco y las pocas que volaban: hizo una cacería increíble; era como un manchón oscuro, una niebla corpórea que saltaba por todos los rincones de la habitación. Yo nunca había visto algo moverse tan rápido y con tanta fuerza a pesar de su tamaño (aunque tampoco es tan grande, digamos que es perfecto para mí). No sé cómo abrió la puerta en medio de la noche, pero entonces yo no tenía ganas de hacer pipí, así que sólo me recosté y volví a dormir, abrazando a Dos Ojitos.
***
Fue un mal día. Ayer, cuando me quedé dormido, no tenía ganas de ir al baño, pero al parecer sí. Me hice pipí en la cama y mi mamá me regañó muchísimo. Fue como el peor regaño que me ha dado en todo el mundo mundial. Me cambió las sábanas mientras me llamaba cerdo; secó el colchón con papel higiénico que hacía bolita y me aventaba al rostro con frustración. No me dejó ir a ningún lado, decidió que yo tenía que ver todo el proceso de limpieza y no me soltó ni un solo segundo: amenazó con ponerme pañales como a un bebé. Yo no soy un bebé.
El único momento en que me dejó solo y en paz fue durante la noche. Volvió a cerrar la puerta con la aldaba y la aldaba con el candado. En menos de diez minutos (y eso me sorprendió), el candado se abrió de nuevo, retiraron la aldaba y entró aquel hombre que ahora ya no me cae bien. Se acercó hacia mí con su enorme sonrisa toda hecha de dientes hermosos, con su cabello brillante y sus zapatos pulidos.
Yo no quiero verlo, no quiero tener que cubrir mis dos ojitos cuando llega. No quiero llorar. No quiero estar con él. No quiero sentir su aliento cálido cerca de mí, no quiero sentir sus manos gigantescas tocándome el cuello, no quiero escuchar su voz cuando me susurra cosas al oído. Cuando él pone su cuerpo sobre el mío, asfixiándome con su peso, miro por encima de su hombro una mancha oscura que se mueve arriba del ropero. Yo lo que quiero es a Dos Ojitos. ¡Sal, Dos Ojitos! Ven, Dos Ojitos…
–…Un Ojito, ¿velas? Un Ojito, ¿duermes? Dos Ojitos, ¿velas? Dos Ojitos, ¿duermes? …Dos Ojitos, ¿duermes?
–…No –contesta una voz desde la mancha negra. Yo sonrío, y el amigo de mi madre voltea con su sonrisa hermosa y blanca reflejando la luz del farol que entra por la ventana. Su sonrisa que parece apagarse de pronto, oscurecerse.~
Leave a Comment