Los días porosos (segunda entrega)

«Viajar es descubrir huecos. Llenarlos y verlos convertirse en fisuras. Viajar es construir un puzzle con piezas de lugares extranjeros que intuyes formarán parte de tu identidad. Viajar es dibujar tu memoria en una de las columnas que sostienen un puente, es grabar tu voz dentro de un taxi donde cada pasajero proviene de un país distinto de Latinoamérica.» La segunda entrega de la crónica de IV Encuentro de Escritores Jóvenes Latinoamericanos en La Habana, por Jorge Posada.

 

Casa de las Américas, Cuba

Casa de las Américas, Cuba

1.
Viajar es descubrir huecos. Llenarlos y verlos convertirse en fisuras.

Viajar es construir un puzzle con piezas de lugares extranjeros que intuyes formarán parte de tu identidad.

Viajar es dibujar tu memoria en una de las columnas que sostienen un puente, es grabar tu voz dentro de un taxi donde cada pasajero proviene de un país distinto de Latinoamérica.

2.
Llego por las noches a Vedado. Sin confundir en demasía las calles. Ceno café y fruta.  Hablo con Ana Luisa y su hijo adolescente. Preguntan por mi itinerario. Me describen a los otros mexicanos que hospedan, sugieren museos, bares, playas, piden les muestre uno de mis libros, lo leen en voz alta, siento tanto pudor que me lleno la boca con café para evitar responder  a sus opiniones. Luego me encierro a inspeccionar los poemarios que me regalan y a pensar en estos días que se abren, que se dilatan como pedazos de madera. Días para meter en ellos calles, rostros y olores. Días hechos de muchas semanas.

3.
Miércoles. Luego de averiguar la ubicación de la Calle Trocadero, camino durante hora y media. Son las nueve a.m. cuando estoy frente a un edificio con una placa que asegura que ahí fue el hogar de Lezama Lima. Intento entrar pero una mujer me advierte que la boletera no ha llegado y que tal vez no lo haga porque su hija sufrió un accidente. No respondo. No intento otra alternativa. Me quedo en el umbral. Uno de los objetivos del viaje se encuentra frente a mí pero me quedo fuera, como un peregrino que se contentara con el camino que recorrió. «Hay que revelar los secretos pero nunca el misterio» aseguró Lezama en alguna de sus reuniones.

4.
Entro a uno de los locales de comida italiana. Me sirven pasta y un vaso de jugo. Me fascina comer de pie, escuchar las preguntas que hace una muchacha a su madre mientras esperan su turno, mirar las ollas muy limpias y muy viejas donde hierve agua con cebolla y aceite.

Mi siguiente lectura es en la noche, así que me da tiempo a ir a Casa de las Américas. Otro de los sitios míticos para mí. En ese lugar estuvieron Cardenal, Dalton, Teillier, Rojas, Parra y un etcétara tan largo y tan hermoso como una de las carreteras del desierto que observaba en mi infancia. Antes de llegar pruebo un zumo de guayaba, espeso y rosa, que se convierte en una especie de tesoro, les presumo a mis compañeros su existencia pero no les doy la dirección del local.

Casa de las Américas es un edificio alto y blanco frente al malecón. Cuenta con una pequeña biblioteca con mapas y primeras ediciones enmarcadas en los muros. En este momento hay cinco usuarios. Al mirarlos pienso en lo difícil que sería concentrarme en la lectura teniendo tan cerca el mar y los autos y las personas. En la librería compro un Arturo Carrera y en los pasillos y en las escaleras me emociono con algunas fotografías de Graciela Iturbide.

5.
¿Qué es la identidad? ¿Qué es la colección de fragmentos que la forman? ¿Por qué considerarla unívoca?

¿Imaginas nuestra memoria carente de poros o de grandes extensiones ciegas?

¿Una crónica cuánta ficción admite?

6.
Hay una cuestión que no se nombra pero que se encuentra presente en la mayoría de las conversaciones referentes a Cuba: la suerte de conocerla con Fidel vivo, antes de que la Isla entre al mito de la redención democrática.

El contraste, cuando un cubano me interroga por México lo ineludible es la violencia, el nacotráfico y la tontería del presidente.

7.
A las ocho p.m. los participantes del encuentro de escritores estamos en una residencia universitaria. Cientos de estudiantes de Ciencias compartiendo una vivienda: imagino las borracheras, el sexo interminable y las ideas que deben rondar. Los directivos nos aseguran que el interés por la literatura es enorme. No creo nada hasta que pasa hora y media y los muchachos soportan tres rondas de cuentos y poemas. La lectura es frente al mar y sin micrófono así que su permanencia puede servir como pretexto para no entregar un proyecto al siguiente día.

Entre los escritores hay una novedad, el ecuatoriano Juan Fernando Andrade. Un tipo que parece más joven que cualquiera de los adolescentes científicos. Me siento junto a él y noto que no puede estar quieto: escribe en su libreta, truena los dedos, hace muecas, habla, muerde sus nudillos, lo anterior solo para anotar sus actividades realizadas en 15 segundos. Tiene una pinta de niño genio, de infante irascible. Comenzamos a platicar. Me hace reír. Recuerdo aquellos momentos en que conocí a mis amigos. A las diez p.m. el asunto de la lectura termina. Juan Fernando me dice que vayamos a tomar algo. Caminamos durante una hora. Me enseña el hotel de lujo donde se aloja, Ecuador es el invitado de honor y Juan es una de las estrellas. Llegamos a un bar de jazz. Mientras nos sirven él me cuenta que se gana la vida haciendo reportajes. A la mesa se unen otros ecuatorianos. No paro de divertirme. El grupo de jazz que se presenta tiene en los timbales a un japonés que lleva viviendo treinta años en la Habana, un oriental que abandonó lo que era para hacer música en el Caribe. Juan Fernando tiene ahí su reportaje. Luego de unas rondas de mojitos me despido. Regreso a Vedado por una calle donde a las 3 a.m. las personas juegan domino.

8.
Leo el inicio de la novela de Juan Fernando. Es una definición de la identidad o de la memoria. Es el intento de escribir un nombre no en una columna sino en las sogas de un puente colgante: «Estoy pero no pertenezco. Esto de estar y no pertenecer me pasa mucho, demasiado, si de verdad quieren saberlo. Las cosas desaparecen en cuestión de segundos.»

9.
Viajar es hacer amistades instantáneas en lugares a los que no podrías regresar por tu propia cuenta.~

 

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