Regalos
Wong Wei Him.
Mi padre guarda una agenda de 1982 en su clóset. Ahí escribe el nombre de los campeones mundiales y del jugador más valioso de los deportes que le gustan. Entre esos nombres hay pocos países latinoamericanos, pocas mujeres, pocos hombres negros, asiáticos o marrones. Al terminar el partido y antes de que entreguen el trofeo mi padre se levanta y anota una fecha y dos nombres propios. ¿Para qué escribe eso si esa información estará en los periódicos, en los noticieros, en la wiki? ¿Espera algún lector? Mi padre tiene 73 años. Le pregunto qué equipo cree ganará este mundial. Habla mal de Messi, de Neymar. Sé que le gusta Uruguay: Hola Francescoli, hola Forlan, hola Muslera. Me recuerda que a los latinos nos va mal en los campeonatos en Europa. Me pregunta si imagino cómo sería la selección de Yugoslavia. Antes de despedirnos platicamos del gol del danés Poulsen en el amistoso contra México: recepción con la pierna derecha en el borde del área, enganche y disparo al ángulo con la izquierda. Desde los 16 años he usado una libreta o cuaderno para escribir algo parecido a lo de mi padre solo que mis campeones mundiales son de lo diminuto e inútil, lo infraordinario. ¿El lector? Una de esas personas que en Italia 90 arrancaron los escudos de las banderas de los países de Europa del Este.
Eric es un cartero inglés que sufre un colapso nervioso. Tiene un amigo imaginario: Éric Cantona. Eric le pregunta a Éric cuál es el momento más dulce de su carrera. Eric recuerda goles muy hermosos. Cantona dice que no. Eric insiste, debe ser un gol. Cantona responde que la jugada más querida es un pase, un regalo. La imagen que más recuerdo de los mundiales no es un gol, es un regalo. El baile de Roger Milla en el córner para llevar a su país a cuartos de final. Ese hombre negro de 38 años con sus dientes incisivos separados sonríe feliz y baila. Durante unos segundos ese africano hace que millones bailen y busquen en los mapamundis la ubicación de Camerún. Eric después pregunta sobre la patada voladora. Éric asegura que esos días fueron los más difíciles de su vida pero aún así fueron una oportunidad. En su retiro Cantona aprendió a tocar música, otro regalo.
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