BRA-MEX: Puras buenas decisiones | Rusia 2018

Por Josemaría Camacho

Miguel Layún baja, durante las dos horas libres del viernes, a la farmacia que queda a dos cuadras del hotel. Se dirige sin dudarlo a la sección de tintes capilares. Desde chico le han dicho güero, en Córdoba siempre fuimos muchos más los morenos. Sonríe ante dos cajas que tiene enfrente: un tono azul metálico y un platinado simple. Se le escapa una pequeña carcajada. Devuelve los tintes a su lugar, compra solo unas Halls de menta, que allá se llaman RHH3Y o algo parecido, y sale. Vuelve a su cuarto a repasar los movimientos de Neymar en un video que no ha dejado de ver desde el lunes.

Minutos antes Álvarez le confiesa al coach ontológico que viajó con ellos a Rusia que no se siente listo. Se le escapa una lágrima de honestidad, que es muy fría comparada con otras como las de rabia. El coach habla media hora sin parar con Juan Carlos Osorio, que asiente con calma.

El profe entrega la lista de los jugadores titulares al oficial de FIFA. Es el cuadro de lujo: Ochoa en la puerta, Abella como lateral derecho, Alanís y Salcedo en la central, Layún por izquierda. En media cancha Erik Gutiérrez contiene, Pizarro, Herrera y Vela completan la línea de 4. Lozano y Hernández atacan. Es una buena oportunidad para hacer historia: por fin se logró evitar a Brasil, a Argentina, a Holanda. Esta vez los octavos de final parecen más accesibles contra una Suiza ordenada, pero desabrida.

Vela está en el mejor momento de su carrera. Después del partido que se mandó contra Alemania, el penal que le anotó a Corea y los dos golazos que le hizo a Suecia, haber elegido quedarse a jugar en la liga española le ha rendido frutos. Pocas veces la delantera del Atlético de Madrid tuvo tanta clase. Griezman y él, grandes amigos, hermanos casi, se están robando el mundial.

Antes de bajar del autobús Osorio caminó por el pasillo saludando a cada uno. Les dijo que esta era la final del mundial para ellos. Les dijo que si ganaban a Suiza, todo lo que vendría después sería ganancia, gratuita, sin presiones. Serán partidos incluso divertidos. Se veía muy sonriente Osorio y, por consiguiente, cada uno de los jugadores sonreía también. Había más confianza que nunca.

Saltaron a la cancha llenos de amor y apenas al minuto 15 ya ganaban dos por cero. El resto es historia. A partir del momento en el que Lozano empujó el segundo, el equipo mexicano se volvió imparable. Rusia, tierra de grandes caídas, en verdad los convirtió en héroes.

¿Quién iba a pensar que México llegaría a la final y la ganaría con tanta holgura? ¿Quién habría apostado por estos 23, por este técnico, para cambiar el rumbo de la historia deportiva del país?

No nos queda más que agradecer profundamente a los jugadores, a Osorio, a los directivos —tan visionarios, tan comprometidos con el deporte nacional—, a los periodistas que siempre sumaron su voz al folkgeist mexicano, tan místico, y lo hicieron fulgurar.

Gracias a todos ellos podemos presumir que somos campeones del mundo. La mentalidad mexicana se transformó para siempre, nuestros hijos crecerán con otras perspectivas, con nuevos horizontes. Gracias a esta demostración el país entero sufrirá un cambio tan profundo que hará que nuestra identidad se resquebraje, que modificará la manera en que nos percibimos como cultura, que cambiará el ADN de nuestra sociedad.

Gracias, Selección Nacional. Pero gracias, sobre todo, a ti, Javier Hernández, por haber logrado que aprendiéramos a imaginar cosas chingonas.