Camioneta con migrantes
Llegamos a la frontera sur, Tapachula. El patrono del lugar es San Benito. La playa, los ríos y los puentes llevan ese nombre, igual que la calle donde Andrea y yo vivimos en Ciudad de México.
Hace años. Frontera norte. Tijuana. Los turistas buscamos diversión en forma de sexo y drogas. En la Avenida Revolución cada diez minutos pasa una camioneta con migrantes. Uno de los policías los sujeta del cabello. En Tecate miro a dos adolescentes que lavan sus playeras con el agua gris del drenaje.
Otra vez el mar de Reinaldo Arenas.
“El mar. Azul. Al principio no. Al principio es más bien amarillo. Cenizo, diría… aunque tampoco es cenizo. Blanco, quizás. Blanco no quiere decir transparente. Blanco. Pero luego, casi también al principio, se vuelve gris. Gris, por un rato. Y después, oscuro. Lleno de surcos todavía más oscuros. Rajaduras dentro del agua. Quizás sean las olas. o no: sólo espejismos del agua, y el sol. Si fueran olas llegarían a la costa. es decir, a la arena. Pero no hay olas. Solamente, el agua. Que golpea, casi torpe, la tierra. Pero no la golpea. Si la golpeara se oiría algún ruido. Hay silencio. Solamente el agua, tocando la tierra. Sin golpearla. Llega, blanca, no transparente, la toca, torpemente, y se aleja. No es la tierra: es la arena. Cuando el agua sube, sin olas, la arena quizás suelte un ruido. Satisfecha. Desde aquí no oigo nada. El agua sube, pero no se ve bajar. La arena la absorbe. Por debajo vuelve al mar… y, más allá, ya no es gris, sino pardusco. Muy obscuro. Casi negro. Hasta que al fin, efectivamente, es negro. Pero ya es muy alto. Se une con el cielo. Los dos, por separado, no se pueden distinguir. Así que entonces, mirando fijamente, nunca es azul…
Los taxistas evaden nuestras preguntas. A los desconocidos hay que evitarlos en las fronteras.
La relatividad y la prepotencia. Escribo estas pocas líneas mientras esperamos a que nos atiendan en un restaurante. En la capital de México los meseros ya nos hubieran traído pan, las bebidas y el primer plato. Cuando termino la primera corrección el joven que nos atiende arregla la mesa. Nos sonríe. Pierdo el impulso de burlarme de la lentitud del servicio en las provincias. No tenemos ninguna prisa. Dejaremos el país hasta la medianoche y aún faltan cuatro horas.
Aparecen varios videos donde algunas personas lloran. Aseguran que la ignorancia venció en las elecciones. Si la derecha o el partido oficial hubieran ganado los simpatizantes progresistas también habrían culpado de ese hecho a la ignorancia. Son los pobladores blancos sin educación los que llevaron a Trump a la presidencia. Son los pobres morenos sin preparación académica los que eligieron a Obrador. La sabiduría autoproclamada es la cara de la derrota de este siglo.
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