Irreverencias maravillosas: La afinidad con lo singular
Irreverencias maravillosas, columna de Lola Ancira en vozed
We’re all pretty bizarre. Some of us are just better at hiding it, that’s all.
John Hughes
EL MIEDO, LA reacción natural frente a una amenaza o peligro, es una de las emociones más elementales. Lo fuera de lo común o extraordinario resulta interesante porque pone en duda los paradigmas, expone lo oculto y muestra lo que generalmente no es bien recibido porque provoca un cambio en la forma usual de percibir la existencia.
Freak Show, la cuarta temporada de la popular serie televisiva American Horror Story, que salió al aire en octubre de 2014, acerca a la actualidad una actividad que estuvo en boga hace dos siglos, los freak shows. Debido a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, a los avances científicos y médicos que lograron esclarecer los problemas de los «fenómenos» y a factores económicos, este tipo de espectáculos fueron disminuyendo, pero gracias a los efectos especiales podemos tener la experiencia cercana de un freak show en Florida en la incipiente década nuclear, la década de los 50.
[pullquote]La exposición de las tribulaciones de los protagonistas, la empatía y la aflicción suplantan las sensaciones de desagrado y el temor del espectador[/pullquote]
Aunque los primeros freak shows (funciones de entretenimiento protagonizadas por seres humanos con anomalías congénitas, enfermedades irremediables o trastornos genéticos) se presentaban mucho antes del siglo XIX, ganaron popularidad gracias al empresario y político Phineas Taylor Barnum, quien inició su trayectoria en Nueva York en 1834 con un espectáculo de variedades llamado Barnum’s Grand Scientific and Musical Theater. Posteriormente adquirió el gran Scudder’s American Museum, cuyo nombre cambió por el de Barnum’s American Museum, que destinó para la exhibición de algunas de sus estrafalarias creaciones, que presumía como reales, y a exponer rarezas humanas, instaurando así el primer freak show permanente. Gracias a múltiples carteles y textos redactados por él mismo y de las artimañas con las que engañaba a su audiencia, logró aumentar considerablemente su popularidad. Como resultado, un sinnúmero de personas asistían a sus presentaciones, que no eran más que grandes embustes para recaudar miles de dólares. Incluso su museo tenía muchas más visitas que el Museo británico.
Aquel reducido espacio era un sitio donde la gente «diferente» ganaba protagonismo y encontraban una forma para sustentarse, pues usualmente eran sacrificados al nacer o excluidos en orfanatos o manicomios, a pesar de que en ocasiones poseían una gran inteligencia y diversos dotes. Quienes trabajaban con Barnum lo hacían por voluntad propia e incluso varios llegaron a tener familias y una vida mucho más plena, pues por lo general sus posibilidades de desarrollo eran mínimas. La ignorancia e ingenuidad de la sociedad permitía que Barnum se beneficiara económicamente, y su repertorio era tan basto como excepcional. Tres décadas y tres incendios severos más tarde, se vio obligado a clausurarlo.
En 1871, cuando Barnum tenía ya más de 30 año de experiencia en el medio, inauguró, junto con dos empresarios más, el P. T. Barnum’s Great Traveling Museum, Menagerie, Caravan, and Hippodrome. En 1881 se unió con su rival acérrimo, James Anthony Bailey, el padre del circo moderno, para crear el afamado Barnum & Bailey Circus. Años después de la muerte de ambos, en 1919, se convirtió en el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, que actualmente continúa en funciones y es el más célebre de los circos norteamericanos.
Sabernos seguros, advertir que hay cierto espacio que divide el estrado de los espectadores crea cierta inmunidad necesaria para sentirnos a salvo. En el caso de American Horror Story, la pantalla es el salvoconducto que nos permite presenciar el horror sin exponernos, saciar nuestras ansias de terror sin tomar ningún riesgo, volver más de 60 años en el tiempo y acudir a un espectáculo que significaba una de las pocas distracciones en Jupiter, un pequeño y aislado pueblo costero.
Los freak shows confrontaban a la audiencia con sus propios estándares sobre lo diferente y lo anormal, imponiendo cierta aceptación o tolerancia, incluso quizá cierto entendimiento hacia lo «diferente». American Horror Story supera lo anterior llevando al espectador a presenciar la vida privada de estos «fenómenos», que es mucho más próxima de lo que se pudiera pensar. Las estrellas de los freak shows eran, a pesar de sus diferencias, tan humanos (e incluso más) que sus espectadores, como lo demuestran El hombre elefante (David Lynch, 1980) y Fenómenos (Tod Browning, 1932), dos ejemplos cinematográficos que representan a la perfección la ambivalencia sentimental y los prejuicios que suscitaban estos espectáculos ante el público. A través de la exposición de las tribulaciones de los protagonistas, la empatía y la aflicción suplantan las sensaciones de desagrado y el temor del espectador, logrando reconocer en aquellos seres singulares a congéneres admirables.~
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