EL CASTILLO DE IF: Los primeros y los últimos hijos de Antonio Ramos Revillas
Un texto de Édgar Adrián Mora
Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977) es una de las voces literarias en México que se ha consolidado en la creación de una poética a la cual se le reconocen temas recurrentes y eficacia narrativa. Hay en la narrativa de Ramos una búsqueda de la empatía, cuando no la llana complicidad, con su lector. A partir de la lectura de algunas de sus obras, saltan a la vista aquellos temas que parecieran consolidarse como sus obsesiones creativas: las relaciones filiales, la muerte, la exploración de una estética del arrabal urbano y la amistad, o su cuestionamiento, como motor de la tragedia.
En los cuentos de Dejaré esta calle (FETA, 2006), el tema de la maternidad incondicional aparece, por ejemplo, en “Salón de belleza”, en donde una madre se angustia ante las represalias violentas que otra progenitora del barrio tomará en su contra por haber ofendido a una de sus hijas; en “Barda alta”, los códigos de la amistad en el arrabal se rompen por la urgencia de la iniciación sexual; en “Un Mil Máscaras”, el autor acude a uno de los símbolos de la cultura popular, la lucha libre, para dar sentido a una trama en donde la simulación y el descubrimiento de ésta desata la violencia; “Día de suerte”, por su lado, es un homenaje, quizá consciente, a “La ilusión viaja en tranvía” (Luis Buñuel, 1953), en donde el conductor de un camión suburbano de pasajeros secuestra a una de estas unidades para explorar el destino y el sentido de la vida de ambos, antes de que la máquina se convierta en chatarra.
En su novela El cantante de muertos (Almadía, 2011) el autor aborda la reflexión con respecto de los orígenes. El protagonista que funge como narrador cuenta la historia de su padre, el cantante de muertos del título, que se dedica a acompañar con música los sepelios. Hay en esa imagen una referencia a la lucha generacional como alegoría de la resistencia a desaparecer de las tradiciones. La música en los sepelios es algo que censura la concepción contemporánea de la muerte como algo solemne y que debe de acompañarse en silencio. Incluso la presencia del cuerpo es algo que en muchas ocasiones se omite en las ceremonias de despedida del muerto. Al igual que las plañideras, los cantantes de muertos van desapareciendo del ritual del sepelio por considerarlos poco apropiados, resabios de un tiempo lejano. En esa tensión paterno filial, Ramos teje una historia en donde elementos como la amistad, la muerte, una cierta idea del destino y la irrenunciabilidad al legado genealógico son motores de la trama. La historia no es sólo la del narrador y su padre, sino también la del padre de éste, el cantante de muertos originario. El tocado inicialmente por el don de decidir qué música debe acompañar el descenso de los difuntos al polvo:
Cada que veo a un muerto pienso en qué canción le debería cantar en su funeral, cuál es la canción que define su vida. La mayoría de las veces escucho una cumbia o un vallenato escandaloso, porque si algo tiene la muerte es su vulgaridad, y hay gente vulgar. Pocos son los que me animan a pensar en un aria o alguna composición en la que un artista haya dejado su vida. La muerte de la mayoría de las personas suena a la estridencia de las guacharacas y timbales, el sordo retumbar de algún hip hop o el sonsonete vulgar de un corrido.
Pocos son los muertos que merecen con su partida canciones dignas. Por lo general la gente no piensa en la canción con la que habrán de enterrarlos y si en vida se lo ganan. Piensan sólo en las lágrimas que dejarán y se sienten orgullosos de eso.
Muerte, paternidad, amores quebrados, contrastes entre la marginalidad y la clase media urbana son temas que se asoman en su otra novela bajo el sello de Almadía, ahora en coedición con Conaculta, Los últimos hijos (2015). En esta pieza conmovedora, por la temática pero también por el terror que emana, Ramos Revillas describe la soledad, el dolor y la incertidumbre que anida en una pareja después de haber perdido a su hijo. Como si fuera una historia cyberpunk o un capítulo de Black Mirror aparece el objeto sobre el cual desplazar todas esas sensaciones: un bebé mecánico, el reborn, que los convierte en padres de un artilugio mecánico condenado a quedar eternizado en la edad primera. La experiencia se acompaña de la pertenencia a un exclusivo club de tenedores de reborns que actúan de manera natural al considerar a los engendros electrónicos como si fueran sus hijos (una reminiscencia quizá de AI, la reinterpretación que Spielberg hiciera del Pinocho de Collodi). El protagonista narrador se cansa de la situación y en un impulso desconecta al robot y parece dejarlo en el olvido.
Pero siempre es el azar el que viene a romper con las decisiones que se asumen irrevocables. Un conjunto de ladrones entran a saquear la casa del matrimonio y el protagonista decide descubrir quién los ha sumido en un ambiente de miedo perpetuo, de temer la vida dentro de esa casa mancillada. A partir de ese momento, la historia toma un ritmo vertiginoso que llevará al protagonista a robar al bebé de una pareja que participa del robo de la casa y a huir a la ruralidad profunda, alegoría del purgatorio, en medio del desierto y los rastros de pollos. Hay una serie de eventos que marcan la ruptura de los personajes con su contexto de referencia inmediata, cómo el deseo y la impotencia los orilla a concebir la posibilidad de construirse una vida nueva, con el nuevo bebé, lejos del espacio donde la pesadilla primera se había consumado. Resaltan, en este sentido, los monólogos internos y las reflexiones que sobre la paternidad externa el protagonista:
¿De qué mueren los bebés? A los meses, tras la pérdida del mío, me puse a navegar por internet para ver cómo morían los bebés del resto del mundo. La mayoría de muerte blanca, porque estaban demasiado arropados, porque el bebé dormía boca abajo y eso oprimía demasiado el estómago. Una madre, empleada postal, había perdido a sus recién nacidos al bañarlos en la ducha y quedarse dormida mientras los aseaba: en la India, una mujer había dado a luz a diez bebés muertos; se encontraban a recién nacidos fallecidos en los basureros en las favelas brasileñas. Cada historia disminuía mi ánimo; junto con los libros para madres primerizas que le había comprado a Irene, apenas nos enteramos de que seríamos padres. Una noche me quedé viendo blogs, leyendo consejos, pensaba en cómo adecuaría la casa para él. Hice planes.
¿De qué murió tu bebé?, me preguntó un amigo hace años, el único que supo lo que nos había pasado. Le respondí que de amor. Mi hijo se murió de amor. De eso. El amor lo mató. Lo amábamos tanto que eso no existe. Fin. Un hijo producto de la imaginación.
Hay en estos libros una voz poderosa, experimentada. Una voz que ha crecido con cada una de las obras que entrega, aunque las obsesiones se mantienen. Pero eso, las obsesiones, son quizá lo que constituye la poética de uno de los autores más reconocidos de las letras mexicanas actuales; y no cualquiera puede presumir de tal cosa. Además de la consistencia de su obra, se debe mencionar el hecho de que a pesar de los temas profundos y las situaciones escabrosas que describe, la narrativa de Ramos Revillas es entretenida y ágil. No permite fácilmente abandonar la lectura una vez comenzada. Y esa, quizá, sea su mayor virtud.~
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