Poemas de Andrei Vásquez

Poemas de Andrei Vásquez. Selección de Jesús García Mora

 

2 minutos

El vagón se sentía
como si los demás
acabaran
de ser
despedidos.

La mirada en los grafittis

y en las ventanas.

En la publicidad
de pañales para adultos.

La mirada en los zapatos,
en las manos de las personas
que dormían.

Un hombre de uno noventa
y 120 kilogramos,
con audífonos
y camiseta
de Joy Division,
subió una estación antes
de llegar casa.

Encontró lugar frente a mí.

Me era imposible observar hacia otro lado.
Abarcaba toda la perspectiva.
Debía inclinar la cabeza demasiado
para ver el techo,
algún tubo,
un fragmento de la publicidad.

Bajé la mirada
hacia sus brazos,
el pecho
y el abdomen.
Subí hacia la cara.
Los ojos.

Los tenía cerrados.

Cantaba.

Lo miré,

directamente,
sin intentar
evadirlo.

Observé cada centímetro
Durante todo el trayecto que restaba
y comencé a cantar

porque la otra opción
era memorizar
el número telefónico
del anuncio publicitario.

 

Zlatan

Mi amigo Zlatan está preocupado,
destapa una caguama y nos cuenta
que es inminente el retiro.

Atrás quedaron los goles de chilena,
la champaña con súper modelos
y las guerras de comida y cocaína.

Teme
ya no sentiremos orgullo
por su apuesta:
haber elegido el nickname
antes del éxito rotundo del futbolista.

Decimos salud.

Estará solo,
nos platica,
cuando el 10 sueco abandone las canchas.

En el futuro será el único Zlatan que recuerden en la colonia.

Pero antes de cambiar de cuenta de correo,
abrir otro perfil en Twitter
o en Facebook:
prefiere darle una nueva oportunidad a su nombre,
Zlatan el trainee de informática
que invitará las caguamas
y tal vez un poco de crack
la próxima semana.

 

Vera Costco

Me extrañaba no haber advertido
las proporciones inmensas
y el potencial de desperdicio
en mis anteriores visitas.

Pero entonces recordé
que no se me habían escapado esos detalles en absoluto,
que los vi por entre las luces y los colores brillantes,
la primera vez que vinimos,
pero habían acabado por desaparecer
después de dos semanas de sueños nocturnos y diurnos,
y ahora estaba allí

y sabía

que no teníamos que haber ido.

 

La sonrisa de Hans Gruber

Alexander era parte del ataque
al edificio Nakatomi Plaza
de 1988.

Su misión era esperar dentro de la camioneta.

Sobrevivir,
vengar la causa en caso de que el plan fallara.

Escuchó a lo lejos el fracaso de sus compañeros,
las detonaciones,
el arribo de las patrullas,
las caídas,
el alivio de los familiares de los rehenes.

Volvió a casa, encendió el televisor.

Hablaban de Hans, el hombre que abanderaba la causa,
como si fuera un villano que codiciaba los 640 millones de dólares
para financiar el siguiente proyecto.

Consiguió un empleo
como operador de un tráiler
y siguió pagando la renta
para esperar instrucciones.

Recuerda
o imagina
todo esto
mientras fuma
en la esquina del edificio.

La causa lo levantó de la cama.

Pero no importa porque
una patrulla
reduce la velocidad,

el copiloto baja la ventanilla
y lo mira,

Alexander le avienta el cigarro.

 

Tarkovsky dirigió un episodio de Los Años Maravillosos

El travelling de la persecución entre el púber
y la adolescente
mientras el sol se oculta en los suburbios.

Sombras de cuervos en las
tomas del hermano mayor.

Un plano secuencia del protagonista
dentro de una ferretería.

El caballo que aparece en los pasillos de la escuela.

Nadie lo notó en su momento.
Ningún directivo quiso hacer preguntas.
Estuvo nominado al Emmy.

La teoría surgió un año después
de la cancelación de la serie.

El episodio se titula esculpir el tiempo
y es el único sin crédito de director.

Mientras expertos y biógrafos
refutaban la hipótesis
la cadena ocultó sus repeticiones.

Los empleados de videoclubes
conocían la contraseña para rentarlo.

Existe un forward del fin de Hotmail
que contiene un .avi con el episodio.

A partir de junio, disponible en Netflix.

 

Escucho el sonido de sus zapatos 

Empecé a construir la casa porque pensé que tendría hijos.
Pasaron los años y continuó en obra negra.
Las escaleras de la sala, que desembocarían en una terraza, siguieron llevando hacia
un hueco en el muro de tabique.

Fue sencillo olvidarlas.
Subía el volumen del televisor cuando llovía,
evitaba a la gente para que nadie me visitara,
hasta los albañiles dejaron de venir a cobrarme.

Hace unos meses, comenzó a llover con fuerza y el agua corrió hasta mis pies.
Avancé por los escalones como si acabara de encontrarlos.
Al llegar al hueco, vi cómo se agitaban las ramas del árbol
que debí haber talado desde que inicié la construcción.
Luchaban contra los cables cuya reubicación nunca solicité a la compañía de luz.
Me dieron ganas de quedarme ahí para siempre.

Nunca iba a terminar la
obra y sellé el hueco con una madera.
Empecé a subir con un plumón para dibujar lo que me gustaría ver el día que perdiera
sentido bajar.
A veces no encontraba ánimo para trazar, rayaba sin pensarlo hasta encontrar
animales en las intersecciones.
También comencé a recibir visitas.

Mis invitados ven las escaleras y preguntan hacia dónde llevan.
Les digo: solo hay una manera de averiguarlo, y suben con curiosidad.
Escucho el sonido de sus zapatos ascendiendo.
Algunos vuelven y dicen “yo pensé que habría un segundo piso, un ventanal o una terraza con un huerto de tomates”.
Otros bajan sonriendo porque las escaleras no llevan a ninguna parte.

Estos últimos siempre regresan y no es extraño que traigan compañía.
Incluso le abro la puerta a desconocidos.

Vienen con plumones, botes de pintura, paneles de madera.~

 

Fotografía de Rodrigo Palma

Andrei Vásquez (Oaxaca, Oaxaca, 1982). Editor, narrador y poeta. Miembro de Los KFGC.