BEBER POR NO LLORAR | Vecinos tocapelotas
Vecinos tocapelotas, de Jon Igual Brun. Sin duda mejor Beber por no llorar.
ANTES DE ALQUILAR o comprar un piso nuevo, deberían de dejar probarlo una temporada. No sé, durante seis meses, por ejemplo. Sobre todo cuando compras. Si una tienda de ropa como Zara te dan un plazo de varios días para devolver una camiseta de diez euros, no parece una idea tan descabellada que se pueda hacer algo parecido con algo que vale diez o veinte mil veces más. Total, solo se trata de la mayor inversión que vas a hacer en tu vida. Pero qué va. Vendes tu alma al banco de turno y te metes allí sin tener ni idea con qué tipo de gente te vas a cruzar por las escaleras. No deja de ser arriesgado.
Un amigo, después de haber hecho la mudanza, amueblar y llevar un mes viviendo en su recién alquilado piso, descubrió que a un vecino le gustaba abrir su puerta y observar en silencio cuando alguien pasaba por delante de ella. Ni siquiera respondía a los tímidos saludos que le eran dirigidos. Bastante siniestro el asunto. Mi amigo se empezó a preocupar de verdad cuando un sábado que volvía con su novia a casa, a eso de las tres de la madrugada, el hombre siniestro abrió la puerta en pijama para verlos pasar. Puede que se hubiese levantado para mear y, al escucharlos llegar, no pudo resistirse. Puede que llevase allí horas esperando a que apareciese alguien. Quién sabe. Lo que está claro es que ninguna de las posibles explicaciones deja de ser espeluznante. A la mañana siguiente, mi amigo empezó a buscar pisos de nuevo.
Solemos subestimar la importancia de tener unos vecinos agradables. No es lo mismo subir en el ascensor con un tipo que ni te saluda y no se ha puesto desodorante, a subir con una agradable señora con la que poder charlar sobre el tiempo. No hay nada como una buena charla de ascensor. Siempre son enriquecedoras. Claro que las mejores conversaciones se dan, sin lugar a dudas, en los patios interiores. Esos en donde tienes el tendedero. Personalmente, odio tender, pero cuando me toca hacerlo, admito que me pongo algo nervioso ante la posibilidad de que se asome un vecino y me de conversación. «Tendiendo, ¿eh?» me diría una cabeza que surge del piso de abajo, a lo que yo respondería: «Pues sí. Aquí estamos, tendiendo». Apasionante. En alguna ocasión hasta me han sorprendido tendiendo desnudo. En verano, cuando el calor aprieta. Claro que no se dan cuenta, porque la parte inferior de mi cuerpo se queda dentro. Aun así, no deja de ser uno de esos momentos íntimos que solo querrías compartir con un vecino agradable.
Pero no siempre se puede elegir, y los tipos de vecinos que te pueden tocar son innumerables: los que siempre discuten en las reuniones de la comunidad, el que llama a tu puerta para pedirte un poco de sal, el que tiene un perro que siempre te ladra, etcétera. De todas ellos, los vecinos tocapelotas son los más entrañables. Aportan ese punto de sal que necesita cualquier comunidad. Cuando compartía piso con otros tres amigos, nuestra vecina de enfrente era sin duda de esa clase. Desde el momento que entramos a vivir, nos odió con todas sus fuerzas. Espiarnos se convirtió en su obsesión, y aprovechaba cualquier excusa para quejarse al presidente de la comunidad sobre nuestra intolerable presencia.
Un verano, por ejemplo, nos acusó de haber realquilado el piso a «unos sudamericanos». Puso mucho énfasis en eso de sudamericanos, como si ya fuese el colmo. Nunca supimos porque le dio por ahí. Uno de nosotros era mexicano, puede que fuera por eso, aunque llevaba viviendo con nosotros dos años, y ni siquiera era del sur de América. En otra ocasión, unos compañeros de clase pegaron en la puerta un cartel que habían robado de la universidad, ponía: «departamento de matemáticas». Solamente estuvo allí un día, pero fue suficiente tiempo para que el presidente, alertado por la vecina tocapelotas, llamase a nuestra puerta y nos advirtiese de que no podíamos montar ninguna academia.
Una vez, incluso se atrevió a decirnos que bajásemos el volumen de la música porque no le dejábamos dormir. Puede que a veces fuésemos un poco ruidosos, pero lo normal. ¿Qué persona en su sano juicio estaría intentando dormir un jueves a las cuatro de la mañana?~
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