BEBER POR NO LLORAR | Ganar un premio por casualidad

«He de admitir que lo más cerca que he estado de ganar un concurso fue una vez en la que hice trampas», cuenta Jon Igual Brun.


 

TODOS LOS AÑOS, sobre estas fechas, me busco entre los ganadores de los premios Nobel. Nunca se sabe. Sé que mis opciones son mínimas, pero aun así no puedo evitar sentir un hormigueo en el estómago a medida que van anunciando los nombres de los agraciados. Como cuando vas a comprobar el número ganador de los euromillones del viernes. Es casi igual de improbable que ganar un Nobel pero, segundos antes de comprobarlo, notas crecer la emoción en tu interior y, por un instante, tienes la absoluta certeza de que te va a tocar. Me sucede aunque no haya comprado ningún número. Y es que imaginarse a uno mismo como ganador es mucho más agradable que imaginarse como perdedor. Lamentablemente, en mis más de treinta y dos años de existencia, nunca me ha tocado el euromillón, ni cuento con ningún premio Nobel en mi haber. Veremos el año que viene.

La verdad es que siempre tengo cierta esperanza en ganar el Nobel de la Paz. Creo que he hecho suficientes méritos en mi vida para merecerme, aunque sea, estar entre los nominados. Para empezar, nunca he matado a nadie, que ya es mucho más de lo que pueden decir algunos de los candidatos, o incluso ganadores. Si hasta Hitler fue considerado para el premio. Su candidatura no llegó a prosperar, pero el hecho de que saliese el tema ya es bastante preocupante. Puede que el pobrecillo empezase todo eso de la segunda guerra mundial por la rabieta que le entró al enterarse de que no se lo habían tomado muy en serio. A nadie le gusta perder, claro. Aunque mucho más escandaloso es que Gandhi, adalid de la no violencia, nunca recibiese el galardón. Es difícil encontrar algo más pacífico que la ausencia de violencia, pero no fue suficiente. Otro claro ejemplo de que merecer algo no tiene nada que ver con conseguirlo.

[pullquote] He de admitir que lo más cerca que he estado de ganar un concurso fue una vez en la que hice trampas.[/pullquote]

Por eso yo sigo con mi técnica de no hacer nada y esperar a ganarlo por casualidad. Así, por lo menos, la decepción de perder no es tan grande, y tengo más tiempo para otras cosas, como beber cerveza. Tampoco sería la primera vez que se ganase un premio por accidente. Algo así le sucedió a Alexander Fleming, ganador del Nobel de Medicina por descubrir la penicilina. Poco después de recibirlo reconoció, como que no quiere la cosa, que su descubrimiento había sido accidental. Parece ser que se dejó unas bacterias olvidadas en la mesa de su laboratorio antes de irse de vacaciones y, al volver, se habían llenado de moho. Yo habría creído que era algo asqueroso y lo habría tirado a la basura, pero Alexander, que era un tipo curioso, lo puso al microscopio y miró más de cerca. Descubrió que ese moho eran hongos Penicillium, una cosa llevó a la otra, y acabó cambiando la medicina moderna. Casi nada. Me encantaría volver a casa después de una vacaciones, ver que me había dejado el ordenador encendido y, al mirar más de cerca, descubrir que mi siguiente novela se ha escrito sola.

He de admitir que lo más cerca que he estado de ganar un concurso fue una vez en la que hice trampas. Pero ni con esas. Resulta que la gente tenía que votar el relato que más le gustaba por una página web. En un principio el mío no estaba mal posicionado, entre amigos, familiares, y algún que otro lector despistado, conseguí unos cuantos votos. Pero, de pronto, algunos de los concursantes empezaron a ganar cientos de votos de un día para otro. Pensé que serían relatos buenísimos. Pero, investigando un poco, descubrí que simplemente habían encontrado la manera de poder votarse a ellos mismos todas las veces que quisieran. Decidí que no me iba a quedar atrás, y no fui el único. Se fue corriendo la voz, y al de poco éramos casi todos los que empezamos a votar nuestros propios relatos. Fue una locura. Se convirtió en una carrera de a ver quien conseguía votarse más veces, hasta que decidí que aquello no tenía ningún sentido.

Desde entonces ya no me presento a ningún concurso más. No traen más que disgustos y sacan lo peor de mi. En vez de eso, entro directamente a ver quien ha resultado el ganador, con la esperanza de algún día descubrir que he sido yo.~