80P1VM/51: Hervey Bay y las ballenas jorobadas

#post_80P1VM/51 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla

 

HERVEY BAY TIENE una playa preciosa, y dos muelles que se adentran en el mar que, si uno los camina, poco a poco se va acercando a otros mundos. “¿Qué mundos son esos, payaso. Deja de decir cosas poéticas, que te salen cursis. Estás hablando de un viaje por la playa.” “Demonio de mierda, quieres dejarme en paz.” Decía, Hervey Bay es la puerta de entrada a dos mundos únicos: Fraser Island y la gran bahía donde están las ballenas jorobadas, donde paran en su peregrinación hacía el Polo Sur, en busca de aguas más frías cuando termina el invierno.

Nos subimos al enésimo barco del viaje y salimos en su busca. De nuevo un barco rápido, la distancia era larga y queríamos perder todo el tiempo del mundo buscándolas y no acercándonos a la bahía, porque, como en cualquier aventura en busca de vida salvaje, existe el riesgo de acabar el día y no haber visto nada “Cómo el cossowarry ese.” “Sí, ya sé que no lo vi, y que lo fui a buscar dos veces. No hace falta meter el dedo en la llaga.” Recorrimos casi toda la costa de Fraser Island hasta la bahía. Sí, elegimos solo ir a uno de los dos mundos posibles.

—Espero verlas. Porque vamos a lo largo de la costa de Fraser Island y es espectacular. Sería una pena perdernos ambos mundos.
—¿Humberto, estás hablando solo?
—Eh…

Pinche demonio de mierda. Vete de mi hombro, llama al ángel. Él me da buenos pensamientos, seguro que sí lograremos ver ballenas. Y no me hace hablar solo.

—Pensaba en voz alta. ¿Crees que lograremos verlas?

Todos en el bote rápido contestaron.

—Allá. Hay una saltando.

Se veía a lo lejos. Llegamos hasta donde estaban y vimos dos ballenas jorobadas, una madre y su cría. La pequeña jugaba, saltaba sin parar, parecía estar feliz de vernos.

No sé decir más. No sé describir la emoción que se siente ver el tamaño de ese animal nadar por debajo del bote. Doblaba el tamaño, y fácilmente nos podría voltear si quisiera. Solo se acercó, curiosa, y dejó que su cría siguiera saltando frente a nosotros. No sé describir la emoción de ver uno a uno, todos los saltos y juegos de la cría. El corazón palpitó, mucho. Se hinchó. De nuevo empatía y no solo simpatía. De nuevo me preocupé por el futuro de estos animales. Luego vimos un grupo de seis ballenas, las seguimos un rato… y volvimos al puerto, a Hervey Bay. Al lugar de playas hermosas y muelles que, en efecto, son pasarelas a otros mundos. Uno es el de las ballenas jorobadas. ¡Ah!, y el demonio que me perseguía dejó de chingar por un buen tiempo.~