80P1VM/49: En medio de la nada australiana

#post_80P1VM/49 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla

 

AUSTRALIA ES UN lugar cuyas soledades me abruman. Me inquieta ver pueblos con tres calles y unas cuantas casas sin nada más que tierra alrededor. Me inquieta ver casas, enormes, equipadísimas con todo lo que a uno se le pueda ocurrir para estar más que cómodo, pero solitarias, aisladas, sin ni siquiera otra casa, un vecino, nada, en kilómetros a la redonda. Australia es un país más grande que toda Europa junta y con un nivel de población idéntico a la Ciudad de México. Me abruma tanta soledad.

Avanzamos por la costa este, la de la famosa carretera del Pacífico, en una pequeña camioneta donde podemos dormir y, como buenos ruteros, lo hacemos por el camino. En campings para caravanas, en el estacionamiento de algún hotel a cambio de pagar en consumo de cervezas, en zonas de descanso gratuitas con servicios básicos, en zonas habilitadas por gasolineras de carretera principalmente para los camioneros y en pequeños descampados apenas reconocibles… A medio camino de ningún lugar, antes de llegar a Airlie Beach, hay uno de estos descampados, dónde te recibe un hombre de unos 50 años. La piel con problemas, rugosa, como de papel, y un acento cerrado casi imposible. 5 dólares por persona y 10 si cenas conmigo, nos dijo. Traemos comida, contestemos. Ok, la segunda regla, te llevas tu basura. Ok.

Había una construcción hecha de laminas de metal con dos ambientes, su cuarto y la cocina, un baño improvisado de tablas de madera para él y los que ahí duermen, un árbol y algunas otras estructuras de almacén. También un pequeño establo ahora inservible. Buscamos el mejor lugar para apagar el motor y preparar la cama de la camioneta. Cenamos unos cereales. Era luna llena, intensa, y conforme avanzaba la noche la soledad del lugar pesaba más. Éramos en total 3 camionetas que habíamos llegado ahí por una aplicación que indica lugares (caros, baratos y gratis es la clasificación) para dormir viajando en caravanas y camionetas adaptadas. El hombre tenía dos perros, uno era un dingo que daba bastante respeto, negro azabache.

Nadie cenó con él. Y sólo, como muchas otras noches, se entregó a su música a todo volumen, en medio de la nada, con nosotros de testigos y los motores de los trailes que circulaban por la carretera.~