Mayoría es tiranía
“Si quieres que algo se haga encomiéndaselo a una persona;
si quieres que algo no se haga encomiéndaselo a un comité”
Napoleón Bonaparte
Vivimos en paz y en democracia. O tal vez debería decir en democracia y, por ende, en paz. Dentro de cualquier estado democrático las asociaciones que en él se constituyan, al amparo de leyes democráticas, deben regirse por normas democráticas, y garantizar que no existirá en su seno discriminación alguna. Una persona, una voz, una opinión, un voto. Pero en deporte esto no siempre es así. Es más, no puede ser así. En deporte la única forma de funcionar con operatividad es la dictadura. Note mi sufrido lector que hablo, por el momento, del deporte en su vertiente de práctica y competición.
No es concebible que un conjunto de personas, agrupadas en un equipo —note mi atribulado lector que no digo club— funcionen cada una por separado. La misma concepción de equipo presupone que existe una persona, una única persona, que dirige y “dicta” las acciones a emprender a cada momento.
Y no puede ser de otra forma, pues de lo contrario el equipo no funciona como tal, aunque pueda hacerlo como una suma de individualidades. Evidentemente ese director, ese “dictador”, es el entrenador, quien no sólo hace valer su hegemonía, su “dictadura”, en las competiciones, sino que extiende su reinado —su tiranía— a los entrenamientos.
No es concebible una reunión de los miembros del equipo para decidir si aceptan el número de repeticiones impuesto por el tirano/entrenador o si por el contrario deciden realizar la mitad.
Esto, que parece de Perogrullo, no es fácil de implementar en vestuarios cargados de egos y rebosantes de millonarios. Acatar las directrices en forma de órdenes y no de sugerencias de una tercera persona suele convertirse en una meta imposible de alcanzar para muchos “jefes de clan”.
Se vivieron similitudes con lo referido más arriba en la Guerra Fratricida Española de 1936. Según está documentado, en algunas fases de la contienda civil —¿para qué reflejar datos más explícitos?— ciertos sectores no militares de combatientes debían reunirse por la mañana para decidir en comité si aceptaban las órdenes que les llegaban.
En alguna ocasión la discusión llegó al punto de que para cuando quiso tomarse una determinación, el objetivo ya había sido ocupado por el enemigo. No, así no puede ganarse una guerra; ni un campeonato tampoco (perdón por la brutal comparación, pero ustedes me van entendiendo…).
Así pues, dentro de un país democrático, con leyes democráticas y con asociaciones que se regulan bajo principios democráticos, nos encontramos con que existen parcelas de autoritarismo sano.
Llegados a este punto parece que se me termina el discurso, pero aún he de justificar el título de hoy. Manteniéndome en el ámbito deportivo diré que en ocasiones surgen desplazamientos del equipo más o menos largos que exigen cierta planificación logística. Encontramos aquí una vez más la rigidez de quien aplica su criterio personal. Tendremos a un directivo planificando el viaje y sus etapas, e incluso estimando una posible visita cultural o recreativa en el lugar de destino —o en uno intermedio, que tanto da—.
No es factible que esa persona abra al conjunto del equipo las opiniones sobre la planificación del viaje. A buen seguro si cuenta con nueve participantes obtendrá doce o catorce pareceres diferentes. Se entablará posteriormente una discusión y cada cual terminará por apertrecharse defendiendo una postura en la que no confía mucho, pero sosteniéndola solamente por ser la opinión propia y entender que debe mantenerla.
Finalmente la decisión deberá ser tomada por el directivo encargado del asunto. Lectura: para acabar tomando una determinación unilateral, ¿para qué abrir el debate? Pero supongamos que el debate queda abierto y únicamente existen dos posiciones, defendida una por los del “sí” y otra mantenida por los del “no”.
No faltará quien diga: votemos democráticamente. Feliz idea; pero, ¿por qué cuatro de ellos deben plegarse a los gustos de los otros cinco? ¿Por la mayoría tiránica de uno ganarán los del “sí quiero” frente a los del “no puedo”?
Los valores deportivos intrínsecos nos inculcan otra forma de resolverlo: la solidaridad. Si un miembro del equipo no puede, nadie lo hará. O todos calvos, o todos melenudos, que reza el castizo refrán. Y es entonces cuando surge la gran frase: Somos un equipo.
La solidaridad es unidad, mientras la mayoría es tiranía.~
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