La felicidad lleva nombre de cóctel | Blog vozed

Miro a toda esta gente desde el punto focal en el que me encuentro. En perspectiva las risas, el alcohol, las miradas, el aire, las luces vacilantes, la música. Hay dos o tres personas puestas estratégicamente para que hagan juego con la simetría de la barra.  Con la nueva ley no se fuma en lugares cerrados, pero hoy es un día copioso, lleno de viento, las dos o tres personas que fuman en las aceras llenan de humo del cigarrillo el interior, formando una pequeña nube dispersa entre los que estamos dentro.

El cortejo es delicioso en los ambientes nocturnos, aunque a veces el juego es «amargo» como la absenta. El bartender, corriendo de un lado a otro, sonriendo, trata de escuchar y vigilar que todo esté a tono y en orden. Mezcla tragos, prepara pócimas deliciosas producto del alcohol llevadas por los meseros, que son testigos. Deseando o padeciendo uno que otro flirteo alrededor.

Cierro los ojos e intento concentrarme en los sonidos sintetizados de la música como si fuera una cebolla que, con cada capa, voy descubriendo.  La hago ascender a través de mis venas.  Las notas recorren mi cuerpo y mezclando los sonidos contengo el sorbo de vino que sostengo y palpo con mi lengua.  La música se traduce en imágenes que no quiero recordar. Parece que todo se revira en mi contra cuando menos quiero, pero seguro es el producto del alcohol…

A veces, un bar, si no está atiborrado, es el lugar ideal para estar con uno mismo, de lo contrario, será el peor y el más artificial para conseguir compañía.

Si sigo en ese mood, no tardaré en lucir patética, con la mirada perdida, y pareceré alcohólica. Entre las mesas veo a un hombre hablando por teléfono.  La gente es más jovial que de costumbre en los bares que en horas de oficina. La voz, interrumpida por el ruido, sonidos de botellas, risas, parece levemente teatral. Descubre que le observo y me guiña el ojo.  Mejor volteo a esa terraza desde donde viene el humo, ha comenzado a llover otra vez.

Recuerdo que a los 15 años mi abuelo me dijo que si quería conocer a un hombre de verdad convenía emborracharlo. Sobra decir que mi abuelo era un sabio pero, sinceramente, nunca comprendí muy bien semejante consejo. A veces, el alcohol y el calor de las copas lo hacen a uno decir o hacer tonterías. Uno arma sus propias tormentas aunque afuera esté la primavera. Sin pensarlo mucho supongo que la pasión sin  razón puede llegar a ser un desastre. O lo que es lo mismo, uno con unas copas de más.

Me diluyo en la música, me borro, me extiendo, me transformo, me vuelvo líquida, polimórfica. De pronto llega un cambio radical del ritmo, y se acompasa con los latidos de mi corazón. La lluvia cesa pero no completamente. Tengo la costumbre de escribir en cualquier parte y la nota de consumo no se ha salvado de ese destino. Me armo de valor y después de levantarme y dejar la mesa con la propina hago un esfuerzo por no sentirme una nadadora contra corriente. En tres zancadas diviso la luz exterior, no me imagino este sitio en viernes…

Parece que prefiero la nostalgia a la rutina. La tristeza no necesita de placebos caros o botellas de fórmulas mágicas. Detrás de mí, el hombre del teléfono comenzó a caminar entre las mesas hablándome  ―en italiano― y solo alcanzo a oírle un «Bella. Vi invitado, bella», algo así.

Lo que no se me hace un fenómeno es que los extranjeros se fijen en las latinas o al menos traten de conectar.  Tampoco es raro que sean coquetos, apasionados, simpáticos y caballeros. Todos los hombres de pronto en un bar lo son, pues son sitios que ayudan a desinhibirse o a ser más osados, y no sé si sea producto de las luces,  el alcohol o los dos…  Al final, antes de que yo terminara de cruzar la puerta del bar al coqueto, apasionado, simpático y caballero italiano, se le atravesó una rubia artificial.  Y es ahí cuando reafirmé porque no me gustan los italianos, nada más la ciudad de Milán, Fellini y los helados.

Un par de martinis en medida exacta e igual número de aceitunas. Creo que la felicidad debería ser así de sencilla. De vuelta a la realidad , de golpe siento la brisa con una ligera llovizna sobre mi cara.~