El otro horror

Pareciera el inicio de un mal chiste, y en cierta forma eso era su vida: se encontraban en un bar un cazador de fantasmas y un exorcista cuando de pronto llegó la asesina de vampiros…

 

 God never talks. But the devil keeps advertising, Father.
The devil does a lot of commercials.
—William Peter Blatty, «The exorcist».

 

MAX PIDIÓ VINO de consagrar. Todos aquellos años en el seminario lo habían convertido en un irremediable adicto. Iván, por su parte, bebía un mojito. Eran las primeras rondas de la noche. Su mesa se encontraba al fondo del bar, y en la rockola se escuchaba Paint it black de los Rolling Stones.

Sara llegó media hora después, y más de un hombre se le quedó mirando. Aquella mujer con cuerpo de modelo bien hubiera podido dedicarse a cualquier otra cosa que no fuera impartir clases, porque lo de cazar vampiros era más bien un hobby.

Sara pidió una cerveza antes de sentarse entre Iván y Max, sin importarle cuidar su figura a causa de las calorías de la bebida. La bebió de un par de tragos.

—Una mierda —dijo, limpiándose los labios con la mano—. Todo es una mierda. Estoy jodida. Nadie volverá a darme trabajo. Ya ni siquiera tengo dinero para comprar estacas de madera.

—Te entiendo, Sara —dijo Max, el exorcista—. A mí me acaban de expulsar de la diócesis. El sacerdocio es lo único que sé hacer.

—Me sumo a sus vidas de fracasados, colegas —dijo Iván, el buscador de fantasmas, al momento que alzaba su mojito y brindaba—. Mi última clienta me corrió a patadas de su casa, literalmente. Creo que es lo malo de trabajar eliminando seres fantásticos: es comerciar con lo intangible, con espectros, nosferatus y demonios. Ya saben, como hacen los ministros religiosos… sin ofender, Max.

—No hay problema. Ya estoy acostumbrado a que me maltraten por ser cura.

Bebieron su ronda y pidieron lo mismo por segunda ocasión. Platicaron sobre los problemas de todo desempleado, sin importar que se dedique a una profesión honesta, deshonesta o aparentemente fantástica: qué harían con la hipoteca, con la escuela de los hijos y con la comida. Dónde dejarían solicitudes de empleo y currículos. Iván estaba divorciado, y tenía que depositar dinero para su ex esposa y su hijo de siete años. Sara tenía una novia y no podía olvidar a su última ex pareja, que perdió cuando un vampiro le arrancó la cabeza. Max era un inútil para el mundo real. Estaba acostumbrado a que si bien no Dios, sino más bien la Iglesia, lo mantuviera.

—Esto sí es un horror. ¿Casas embrujadas? ¿Demonios devorando entrañas de niños? ¿Vampiros bebiendo sangre? ¡Desempleo! Lo que estamos viviendo es el otro horror y es el horror que viven miles de personas en todo el mundo.

—Muy bonita tu reflexión, pinche Iván. Eres todo un conocedor de la conducta humana… pero no te crezcas mucho, no se te olvide que aquí la intelectual soy yo. De hecho, creo que la noche está perfecta para contar historias de terror. Pero no de las que estamos acostumbrados y de las que vivimos todos los días, sino de cómo llegamos aquí, y como es que profesiones en las que nadie cree también sufren de sueldos de mierda, desempleo y problemas con los jefes. Será lo que en literatura se conoce como «frame story».

—¿Una qué?

—Historia de marco. Un grupo de personas se reúnen en un lugar, cuentan una narración dentro de otra narración. La misma estructura de Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, El Decamerón y series de televisión como Le temes a la oscuridad o Cuentos desde la cripta… en lo personal, prefiero las dos últimas.

—Córtale al rollo, maestra de literatura, que aquí estamos pisteando tranquilos susurró Iván, arrancando carcajadas de sus compañeros.

—Me parece buena idea —dijo el exorcista, que apuraba su trago. ¿Quién empieza?

Iván levantó la mano mientras miraba a un borracho en la mesa de al lado. Muchas de las botellas que tenía en su mesa estaban descontinuadas.  Seguramente llevaba años bebiendo. En la rockola sonaba Brown sugar.

—Yo empiezo —dijo Iván. Carraspeó y vez pidió otro mojito—. Odio que siempre que digo que me dedico a la cacería de fantasmas, me hagan la misma pregunta…

 

I.—En línea

Odio que siempre que digo que me dedico a la cacería de fantasmas, me hagan la misma pregunta:

—¡Cazafantasmas! ¿Cómo Peter Venkman? ¿Tienes rayos lanza protones y toda la cosa? Tu ru ru ru ru ru, Who you gonna call? Ghostbusters!

Antes pretendía ser cortés, ahora simplemente los mando a la chingada después de explicar que en realidad, los cazafantasmas en la vida real no cazamos fantasmas. Más bien, investigamos fenómenos paranormales usando tecnología, para posteriormente alejarlos del recinto donde se manifiestan… porque el término correcto es «se manifiestan» y no «se te aparecen».

—¿Y entre la tecnología se encuentran rayos lanzaprotones?

—…

No, los rayos lanza-protones no existen en la vida real. Las herramientas que usamos son grabadoras, cámaras de video, cintas métricas para verificar si los muebles se han movido por sí solos; detectores de movimiento, y lo que más se asemeja al medidor que usaba el doctor Egon Spengler: el Mel—8704, que detecta frecuencias electromagnéticas y la temperatura del ambiente cuando hay un cambio en la frecuencia electromagnética o cambio de temperatura en el área circundante. El objetivo de un cazafantasmas es, como ya dije, expulsar entidades sobrenaturales de un establecimiento para que pueda ser utilizado, reconstruido, o reutilizado. Puede tratarse de baños públicos, restaurantes, casas o antiguos cibercafés que serán utilizados como sex shops, que es, por cierto, el caso que traía entre manos.

Doña Elvira, la última dueña del local, lo compró el local a un precio absurdamente barato, pues nadie lo quería por dos motivos: el primero era que espantaban, y el segundo, que anteriormente había sido un supuesto lugar donde rentaban videojuegos e internet a niños de bajos recursos, pero en realidad se trataba del estudio de una red de pedófilos que grababa y fotografiaba niños desnudos. Fue un caso similar al acontecido en Acapulco en 2003, cuando la policía desarticuló a una banda de pederastas en el operativo «Piltzin» tras recibir denuncias anónimas respecto al café «Ikernet». Las autoridades acapulqueñas arrestaron a 18 pedófilos, entre ellos el hijo del entonces regidor de Convergencia, un partido político. El caso que tenía entre manos fue similar, la única diferencia era que éste era administrado por Alfonso Rábago, el arzobispo de la diócesis. Quien se encargaba de las menudencias del negocio, como fotografiar a los niños, violarlos, llevarlos al local y retocarlos con photoshop era José Campos, sacerdote de la orden de los Legionarios de Cristo (Ya es un lugar común que los curas de esa orden se dediquen a esos menesteres). Cuando la policía federal fue a arrestarlo, Campos desenfundó una pistola y disparó a los tres niños que estaba fotografiando. Después se llevó el arma a la sien. La declaración del arzobispo fue… predecible:

—Voy a rezar mucho porque el alma del Padre Pepe no pase mucho tiempo en el purgatorio —luego sonrió como lo hubiera hecho Benedicto XVI… es decir, que no sonrió.

El local quedó abandonado durante cinco años, convirtiéndose en un foco de leyendas urbanas… y de ratas y cucarachas. Finalmente, Doña Elvira, una ninfómana que cogía con todo y todos salvo niños, lo compró. Su primera opción fue un Starbucks, pero no le cedieron la franquicia, así que tomando en cuenta sus hábitos sexuales optó por una sex shop. Dos días después los albañiles renunciaron, porque veían a tres niños desnudos llorando en los rincones del local, y a un hombre obeso vestido de cura que les pedía que se fueran con una amabilidad aterradora. Doña Elvira buscó en Google «cazafantasmas», y después de que le arrojara más de mil resultados sobre Bill Murray y Pegajoso, dio conmigo y me llamó. Me explicó la situación a detalle y le dije que me encargaría de resolver su problema.

—Muchas gracias, don Iván. Y si todo sale bien, además de su sueldo le puedo regalar dildos con la figura de Gasparín.

—¡Oiga, gracias! Nomás déjeme explicarle algo sobre las manifestaciones paranormales: hay de diferentes tipos, pero destacan dos: energía residual y entidad inteligente. La primera solo es un recuerdo psíquico de un hecho violento que se repite una y otra vez. Permanecen en el mismo lugar y repiten el hecho una y otra vez. La entidad inteligente es lo que comúnmente conocemos como fantasma. Un muerto que pena eternamente y a veces tiene consciencia de sí mismo.

—Usted hágase bolas. Lo que quiero es que me quite los espantos.

Esa noche llegué a las siete e instalé mi equipo en el local, que se componía de dos habitaciones. En la del fondo era donde el cura había fotografiado a los niños.

Como todo buen cazador de fantasmas hice lo propio para pasar el tiempo: me conecté a Facebook en mi lap top mientras abría otra ventana donde podía visionar las imágenes de la cámara. No fue sino hasta la una de la madrugada, mientras miraba páginas porno, que la temperatura comenzó a descender considerablemente. ¡A mediados de mayo y yo me puse mi abrigo! En el terreno de la investigación paranormal, a este fenómeno se le llama «cold point», y se cree que sucede porque la entidad se quiere manifestar, por lo que absorbe energía térmica del ambiente… no quisiera ni imaginar si se apareciera en la Antártida.

Con el mouse, abrí temblorosamente la ventana que mostraba la cámara instalada en el cuarto. Claramente vi tres niños desnudos, cuyas cabezas eran voladas por una bala invisible. La imagen se repetía una y otra y otra vez…

Energía residual.

Corrí hasta el cuarto, y me quedé paralizado viendo las tres figuras traslúcidas: no tendrían más de diez años, estaban llorando y de súbito, sus cabezas se abrían, derramando sangre invisible. Uno nunca se acostumbra a ver manifestaciones paranormales. Siempre es como si fuera la primera vez… eso es lo aterrador y fascinante de este trabajo. Permanecí sin moverme durante varios minutos, hasta que decidí ir por el Mel—8704.

Fue cuando me di cuenta que alguien había ocupado mi silla plegable y usaba mi computadora.

Un sacerdote.

El problema era que solo podía observarse hasta su cintura. El resto de su cuerpo se difuminaba en el aire, como el dibujo borrado poco a poco por un artista al que no le gusta cómo quedaron las piernas y la cintura. Se trataba de una de las apariciones más comunes que se puede topar un cazafantasmas: la «aparición de cuerpo parcial». Creí que flotaría hacia mí, que exclamaría un alarido o que haría flotar mi lap top, pero en vez de eso, me dijo:

—¿Me prestas tantito tu lap para mandar unas fotos a unos empresarios tailandeses?

¿Y fomentar la pornografía infantil en internet? Que te den, hijo de puta —. Y le cerré mi máquina de golpe.

El fantasma del padre Campos permaneció así durante toda la noche, y se desvaneció cuando las primeras luces del alba iluminaron el local. La siguiente noche se repitió lo mismo. Y así sucesivamente hasta que un mes después, Doña Elvira me exigió respuestas. Me dijo, muy segura de sí misma, que o veía resultados o no me pagaría ni un centavo, y por ella podía morirme de hambre y hacerle compañía a Gozer el Goziano y a los niños fantasmas.

Fue cuando decidí tener un acuerdo con el padre Campos. Esa noche, como todas las noches, apareció frente a mi computadora pidiéndome si podía usar su computadora. Le pregunté si le gustaba el sexo. Me dijo que le encantaba, que la satiriasis es la característica de todo Legionario de Cristo: con mujeres, con niños, con todo el reino animal, con sus dedos y manos, con barras de acero, con todo el reino floral, con cadáveres y con pastelitos Twinky.

—Pero con hombres adultos no. Eso es de maricas y es pecado.

—Padre, usted va a estar aquí toda la eternidad. Necesita ocuparse… en algo que no sea la pornografía infantil. Le propongo esto…

Al amanecer fui a visitar a Doña Elvira a su casa, diciéndole que tenía una noticia buena y una mala. La mala era que no había expulsado al fantasma, la buena, que le conseguí un buen empleado que no cobraba ni un centavo: Así está la cosa, Doña Elvira. El fantasma es bieeeeen persistente. No se irá nunca. Pero puede darle chamba. No cobrará y es un pinche degenerado… homofóbico, pero es buen trabajador. Ideal para una sex shop. ¿No?

—¿Estás pendejo, Iván? No seas imbécil. Te contraté para expulsar un fantasma, no para que la hagas de inepto de recursos humanos del más allá. Eres un inútil. Vete a la mierda y no vuelvas.

Salí de casa de Doña Elvira sosteniendo mi equipo en una maleta. Supe que rentó otro local. El lugar sigue abandonado, y los vecinos dicen que allí espantan.

En cuanto a mí… bueno, sigo sin trabajo, aquí bebiendo como un estúpido.

 

* * *

 

—Fuiste un idiota, Iván —recriminó Sara—. Yo en el lugar de esa vieja ninfómana también te hubiera mandado al demonio. A ver mi cabrón: cualquier puto jefe del mundo o cualquier fulano que te contrate te va a pedir resultados. Y hablando del demonio, creo que será bueno cederle la palabra a Max.

—¡Yo estoy de acuerdo con la cazadora! —exclamó Max, alzado su trago y bebiéndolo de golpe—. En todo.

Iván permaneció en silencio, visiblemente molesto. Desde que relataba su historia, no había dejado de mirar al borracho de la mesa de al lado. Se puso de pie y caminó hasta la mesa del tipo, sentándose sin pedirle permiso. Intercambió unas palabras mientras escuchaba Street fighting man y el borracho se convirtió en una nube de vapor para luego esfumarse, dejando las botellas sobre la mesa. Iván regresó con sus compañeros de borrachera.

—¿Un alma en pena? —preguntó Sara.

—Así es. El pobre ebrio llevaba desde hace dos años sin pasar al Otro Lado. Murió aquí a causa de una congestión alcohólica y el gerente, en lugar darle cristiana sepultura con un sacerdote católico lo que hizo fue llevarlo a la parte trasera del bar, donde está el contenedor de basura…

—El problema es que los sacerdotes andamos muy ocupados bebiendo.

Soltaron una carcajada. Iván había perdido su sentido del humor junto con su trabajo. No tenía ni la más remota idea de cómo daría dinero para la pensión alimentaria de su hijo, para su educación, para su primera comunión (esperaba pedirle un favor a cierto amigo cura suyo) y lo más importante: para pagar la renta y los servicios básicos. Era gracioso ver todas aquellas películas de terror donde el investigador paranormal tiene una camioneta y una casa de dos pisos. Él estaba tristemente jodido en un departamento donde un vecino ruidoso amante del reggaetón, así como las ratas y cucarachas le hacían compañía.

Ya pensaría en ello mañana, cuando la resaca le destrozara el cerebro. Por el momento, quería ahogarse en una fabulosa borrachera. Eso no lo hacía diferente de vagos, oficinistas mediocres o empresarios millonarios. Miró a Max.

—Por cierto, exorcista… cuéntanos tu historia antes de que te pongas más pedo y ya no puedas ni hablar.

Max se encogió de hombros y dio otro trago. Intentando ordenar los pensamientos que el alcohol gradualmente desordenaba. Comenzó a hablar:

—A diferencia de Iván, yo decidí convertirme en sacerdote a causa de una novela que marcó mi infancia: El exorcista, de William Peter Blatty…

 

II.—Trabajo con placer

A diferencia de Iván, yo decidí convertirme en sacerdote y exorcista a causa de una novela que marcó mi infancia: El exorcista, de William Peter Blatty.

También, a diferencia de Iván, a mi me encanta que me comparen con el padre Damien Karras, el protagonista de la novela y sin duda alguna el más famoso exorcista del cine y la literatura. Cuando vi aquella película supe que mi vocación en la vida sería justamente esa.

Decidí ordenarme sacerdote pese a las protestas de mi madre, una marxista declarada, y mi padre, un divulgador de la ciencia admirador de Richard Dawkins.

—¿Qué hicimos mal, Susana? ¿Por qué nos salió así? ¡Prefiero tener un hijo delincuente a un hijo sacerdote! —dijo mi padre, y comenzó a llorar.

—Esa película, Ricardo. Fue esa pinche película la que le hizo tanto daño. La de la niña que vomita sopa de chícharos.

Mis padres no me apoyaron cuando me uní a la Orden de San Benito, y desde que entré al seminario no volví a saber nada de ellos. Aunque los extrañaba, mis labores eclesiásticas me mantenían demasiado ocupado. Mientras unos sacerdotes se dedicaban a impartir misa o a evangelizar aborígenes que no les importa si Jesucristo murió por redimir a la humanidad o por ser un protosocialista enemigo del Imperio Romano, yo me enfoqué en el Ritual Romano de Exorcismo. A los veinticinco años expulsé por primera vez a un demonio que tomó el cuerpo de una anciana cuyos hijos llevaron al seminario, después de permanecer rezando y en ayuno durante diez días. Después, introduje al demonio en una piara, que habitaba en el chiquero. El padre superior me regañó como nunca antes en toda mi vida sacerdotal:

—¡No mames, por el amor de Dios, no mames! No vuelvas a hacer eso, Max. En tiempos de Nuestro Señor Jesucristo era muy bien visto, pero ahora nos podemos echar encima a PETA y Greenpeace, sin mencionar a las putas redes sociales. Deja que el demonio se vaya, al fin de cuentas va a regresar: son inmortales.

Poco a poco fui aprendiendo los aspectos más importantes del ritual de exorcismo y lo común que era. Sin hacer el cuento largo ni aburrirlos demasiado, los últimos tres papas han tenido que ver con los exorcismos: Juan Pablo II realizó dos en 1982 y en 2000, el primero en la Plaza de San Pedro y el segundo en Spoleto. Benedicto XVI realizó dos exorcismos a dos hombres en plena Plaza de San Pedro en 2009, y el papa Francisco I causó revuelo cuando en mayo  de 2013 realizó un exorcismo ante los medios de comunicación, aunque el Vaticano siempre lo negó. A lo largo de mi vida sacerdotal conocí a los últimos dos Sumos Pontífices, a dos de los especialistas mundiales en el tema, Gabriel Amorth y el obispo Thomas J. Paprocki… y para mi desgracia, también conocí a Meridiana.

Para quienes lo ignoren, Meridiana era un demonio femenino que fue amante del papa Silvestre II. Mucho se ha escrito sobre este terrible súcubo, que puede encontrarse en el libro De nugis curialum… lo cierto es que entre toda la basura bibliográfica, puedo afirmar que folla diabólicamente… o divinamente, como lo prefieras adjetivar.

Anoche me llamaron los padres de Diana Jaramillo, una muchacha que había sido poseída. Como dicta el protocolo, la diócesis confirmó que no se trataba de una enfermedad mental sino de un auténtico caso de posesión: hablaba arameo, latín, élfico y hasta en efe; su cuerpo se contorsionaba de formas humanamente imposibles y podía mover objetos con la mente. Llegué a la casa de la familia Jaramillo en un taxi, que me dejó a la puerta. Aquella noche había neblina y solo me iluminaba una farola. Yo llevaba sombrero, gabardina y mi maletín con los objetos sagrados que usaría para el ritual. La muchacha, que no tendría más de veintitrés años, estaba atada a su cama y tenía el rostro repleto de llagas. Le pedí a sus padres que nos dejaran solos.

—Vaya, vaya —dijo, con voz cavernosa—. Qué triste saber que el Vaticano no se ha librado del cliché de la película de William Friedkin. Son patéticos.

—Mira quien lo dice. ¿Por qué será que todos los casos de supuestos posesos se parecen a Linda Blair? ¿En el infierno no tienen egresados de ciencias de la comunicación?

—Esos son tan grises que están en el limbo. Con nosotros están los artistas y los pedófilos. De hecho, estamos esperando que el alma de José Campos, un sacerdote pedófilo que fotografiaba niños en un cibercafé venga con nosotros, pero se quedó como alma en pena y hay un cazafantasmas idiota hablando con él en estos momentos. Le está esperando una jugosa verga de un millón de metros de largo y ancho cuando caiga al lago de fuego. En el infierno no importan las dimensiones. ¡JA, JA JA!

—Eres una vulgar, una guarra repliqué, y sin más comencé a gritar el Rituale Romanum, para que sus padres me escuchasen:

Regna terrae, cantate Deo,

psallite Domino, Tribuite virtutem Deo.

Exorcizamus te,

omnis immundus spiritus,

omnis satanica potestas,

omnis incursio infernalis adversarii…

—¿Quieres que te diga cosas sucias, perro de Dios? ¿Hijo de puta? Aquí está con nosotros tu ex novia, la que murió cuando ibas en secundaria. No la que se cayó por las escaleras, sino a la que le hacías bullying arrojándole toallas sanitarias en el baño. ¡Puto hipócrita! Anda, mosca muerta. Ven. Cógeme. ¡Fóllame, puto!

—Está bien —accedí, y me quité a ropa para después hacer lo mismo con las cuerdas que ataban las muñecas de Diana Jaramillo. Fornicamos durante horas hasta que yo estuve lo suficientemente agotado.

Caí recostado en la cama y la chica poseída me dijo:

—Nunca pierdes el toque, Max. Eres el mismo cerdo sátiro que conocí por vez primera cuando poseí a aquella anciana. Recuerdo que me llevaste atrapada en un relicario y me soltaste en el cuerpo de aquel seminarista. Después de eso solo nos vemos las caras para coger.

Y así era: desde que conocí a Meridiana e investigué sobre ella, descubrí que era uno de los demonios más insaciables que existían. Y como yo soy igual de insaciable, hicimos química. Cada que realizaba un exorcismo y me daba cuenta que era ella, fingíamos realizar el ritual cuando en realidad teníamos sexo. Nunca nos habían descubierto hasta aquella ocasión, que el padre de Diana entró en la alcoba que olvidé cerrar con llave.

—Padre… ¿Ya terminó el exorcismo? Los noto muy callados y…

Me puse de pie, agitando mis testículos y agarrando la botella de agua bendita, que rocíe en el cuerpo de la muchacha poseída por Meridiana.

—Este… eh…. Este… Yo… ¡YO TE EXPULSO!

—¡Me quema, idiota! —gritó la posesa, estremeciéndose— ¿Olvidas que soy un demonio?

Inmediatamente después llegó la madre de Diana. Meridiana la miró y, regresando a su papel de entidad infernal, dijo:

—¡MIRA LO QUE HA HECHO LA CERDA DE TU HIJA!

«Más frases sacadas de El exorcista. Mierda», pensé.

Los padres de la muchacha dijeron que no tenía vergüenza, que era un cerdo, que merecía morir, que por culpa de animales como la gente ya no cree en la Iglesia, que inmediatamente llamaría a la diócesis para informar a mi superior la clase de basura que era, que cómo puedo aprovecharme de la fe de la gente, que cómo violo a una muchacha aprovechando que está poseída… salí de la casa salvándome de que el hombre me moliera a golpes.

En cuanto llegué a la diócesis, el padre superior me regañó peor que aquella vez que casi introduje a Meridiana en los cerdos. Cuando se tranquilizó intentó dialogar:

—¿Para qué mezclas trabajo con placer? Lo siento mucho, Max. Pero te vamos a tener que dar de baja de la Iglesia Católica… o excomunión le dicen, ya sabes. Es que si violaras niños te podríamos perdonar y hasta proteger, pero con mujeres adultas la cosa sí se pone irreparable.

Salí de la diócesis y me dirigí al bar. Y heme aquí, bebiendo como un idiota.

* * *

Max e Iván se quedaron mirando el uno al otro, mientras Sara avisaba que se ausentaría para ir al sanitario. Lo último que vieron fue que entraba al baño de caballeros tras los pasos de un tipo mientras sonaba Satisfaction.

Sara esperó al hombre que seguía se distrajera. Algo que la gente que no trabaja como cazadores de vampiros ignora, era que el lugar favorito para que los vampiros maten a sus víctimas son los baños de los bares, cantinas, discotecas y antros. Sobre todo cuando los clientes ya están muy borrachos para reaccionar. La pobre víctima mareada, borracha, a punto de vomitar, no presta atención cuando alguien le muerde el cuello y bebe su sangre. Los vampiros dejan una poquita de sangre. Es un método casi perfecto: nadie creerá que se trata de un vampiro, y en caso de que la víctima escape, ni ella misma dará crédito a lo que vio a causa de la borrachera.

Sara se acercó a un hombre de tez morena que aguardaba sentado en el lavamanos. Antes de que pudiera reaccionar, sacó su estaca y la enterró en su corazón. El procedimiento en la vida real era más tardado. Uno debía tener mucha fuerza en las manos y presionar el cuerpo contra la pared y destrozar el pecho.

El hombre mostró sus afilados colmillos y sus ojos inyectados de sangre. Siseó como una víbora de cascabel.

—¡Hazzzzz lo que quierasssss, puta! —decía el vampiro— Monsieur Blaise ya se encargó de que tu vida sea un infierno. Hiciste enojar a uno de los vampiros más poderosos de México.

—Oh, cállate, ya no me lo recuerdes —susurró, mientras  atravesaba el cuerpo del vampiro con la estaca y sin más, regresaba a su mesa.

En realidad que su vida era una mierda. Así lo pensaba Sara. Ya tenía bastante con ser lesbiana en un país homófobo como México para que además, un vampiro… sí, eso: un vampiro, un pinche engendro del infierno, osara echarle en cara sus errores. Era cierto que ser cazador de vampiros es más bien un hobby, y pocos son quienes saben ganar dinero de la actividad, como el académico Stephen Kaplan o el obispo anglicano Sean Manchester, por ejemplo. Pero tampoco era como para que el bebedor de sangre se burlara de ella. Tenía suficientes problemas con una novia que la mantenía y se encargaba de todos los gastos mientras ella cultivaba ajos y afilaba estacas. «Preciosa» le decía. «¿Cuándo te vas a conseguir un hobby común y corriente? No sé… la filatelia y la numismática, por ejemplo, no la muerden a una…» Entretanto, ella gastaba la cuenta de ahorros de ambas en bolsas de plata. Afortunadamente México era un importantísimo productor de ese metal a nivel mundial, así que no tenía problemas con la escasez.

—Max, Iván… acabo de matar a un vampiro. Cuando alguien vea el cadáver dará aviso a la policía y creo que nos tendremos que ir a otro bar a seguir la farra. Lo siento. Creo que empiezo mi historia de una vez. ¿Saben algo que nunca mencionó Bram Stoker en Drácula?

 

III.—Ni una gota de sangre

¿Saben algo que nunca mencionó Bram Stoker en Drácula?

¡Abraham Van Helsing es catedrático y médico porque cazar vampiros no deja un solo centavo! Sí, ser cazadora de vampiros es más bien un hobby… un hobby que te puede costar la vida, como la escalada y el rappel cuando eres un idiota con manos de jabón. Por eso, los cazadores elegimos otra profesión. Yo me dedico a impartir cursos y talleres sobre el mito del vampiro y su cazador en la cultura. Modestia aparte, es un curso muy popular entre estudiantes veinteañeros adictos a la saga Castlevania y a jovencitas que tienen sus primeros sueños húmedos con Edward Cullen, pero me he ganado el odio de los intelectuales y académicos serios. Nunca falta el director que le interese mis cursos siempre y cuando ponga a leer a adolescentes güevones algo de Le Fanu, Stoker, J. R. Bailey o George R. R. Martin. El asunto es que tampoco nunca falta un idiota que desdeñe mi trabajo porque me dedico a enseñar a los jóvenes «mala literatura». Son los mismos imbéciles que luego me comentan:

—¡Los vampiros no existen!

Como si tuvieran la seguridad de lo que hablan, hijos de puta.

A diferencia de Iván, yo sí tengo todas y cada una de las armas cliché de los cazadores de vampiros salvo los crucifijos y el agua bendita, porque esas ya las tienen los del trabajo de Max y la Iglesia es muy quisquillosa para eso de los derechos de autor, ya ven cómo se han puesto con las estampitas de Juan Diego, que de indígena pasó a tener facciones de Robert Downey Jr, o del fascistoide cara de roedor de Escrivá de Balaguer.

Suelo utilizar ajos, estacas de roble, luces infrarrojas, dagas, boomerangs de plata, hachas y un látigo que cuando lo muestro parezco una dominatrix más que una heredera del clan Belmont… y es que las cazadoras de vampiros debemos tener una excelente lucidez y condición física. Hacemos ejercicio y tratamos de mantenernos delgadas y alejarnos de todo vicio, porque necesitamos estar en la mejor disposición para luchar contra los no—muertos. El problema es que una se llega a poner tan buenota y deseable que además de evitar ser mordida por un vampiro tiene que cuidarse de que algún pelado frote su pene contra tus nalgas en el autobús. Cuando es un ser de ultratumba puedo romperle un brazo, pero si es un humano, para fingir que no soy más que una profesora común y corriente, hago cara de desagrado y susurro «ash, naco».

Sin embargo sigo haciendo lo que hago. Cazo vampiros porque me apasiona, aunque no me retribuya un méndigo centavo… hasta ayer.

Impartía mi curso «Estacas y colmillos: el mito del vampiro a lo largo de la historia, el arte y la cultura pop» en una preparatoria privada de seis de la tarde a nueve de la noche a estudiantes interesados y a padres que pudieran pagarlo… que gracias al nivel adquisitivo de la institución y al interés de los adolescentes más por Jonathan Harker que por Juan Preciado eran suficientes para pagar mis facturas. Eran un total de veinticinco estudiantes… hasta que apareció uno muy misterioso. Llegó de improviso a la mitad del curso que duraba un semestre. Era moreno pero aún así demasiado pálido, vestía de negro y tenía unos ojos azul claro. Desde la primera noche que llegó, dos alumnos se reportaron enfermos, pues habían perdido sangre. Lo mismo sucedió con un profesor y una sirvienta.

Bueno… creo que no tengo que explicar nada. Cualquiera con un poco de conocimiento por muy básico que sea en historias de vampiros sabe de qué va la cosa.

Esa noche cité al muchacho después de clase a mi cubículo, quien obedientemente asistió. Se movía con la elegancia y seguridad de un hombre de sesenta y tantos años, no con la impulsividad de un adolescente.

—A ver, pendejo: a mí no me sales con tus chingaderas. Sé quién eres y lo que quieres, puta sanguijuela.

—No te pongas así, Sara. Te hace falta un hombre.

—Púdrete, pinche chupasangre. Sabes que soy lesbiana.

El muchacho se acercó a mí y me miró fijamente. Sus ojos tan claros que parecían estar ausentes me intimidaron. Esa mirada del vampiro es indescriptible. Miles de escritores a lo largo de la Historia de la Literatura han intentado describirla sin éxito, desde genios como Stoker hasta la ñoña de Stephenie Meyer. Nada, creeme: nada intimida tanto como la mirada de un vampiro. El muchacho agitó su mano derecha haciendo pases similares a los de un jugador de poker y de golpe, todas las luces de la escuela se apagaron. Lo último que pude ver fue una silla volando hasta la puerta del cubículo y atrancándola.

—Sara, estamos muy, muy, muy molestos contigo —susurró entre la oscuridad—. Durante todos estos años hemos perdonado tu intromisión. Te considerábamos un perro sarnoso que se acerca al hogar de uno a ladrar y se le corre con una simple patada, pero todo tiene un límite.

—No dejaré de cazar monstruos como ustedes.

—¿Quién está hablando de eso? No nos importa si matas vampiros, por mi mata a toda mi especie. Con  el simple acto de drenar un cuerpo y darle de beber nuestra sangre podemos crear toda una camada nueva. Hablo de tus clases. De tu labor como profesora. Estás enseñándole a las nuevas generaciones que nosotros somos depredadores, seductores y altamente peligrosos. El conocimiento es poder. ¿Te das cuenta? Los vampiros le debemos mucho a la saga de Crepúsculo. Toda aquella mierda: Drácula, Carmilla, Blade, Hellsing, Castlevania… nos hacía ver como seres a los que había que tener cuidado. Pero llegó el bendito Crepúsculo para afirmar que nosotros somos novios educados y con brillitos. Pero tú, con tu información, estás jodiéndolo todo. Estás arruinando la bonanza de sangre más grande en la historia de los vampiros de lo que va del siglo XXI… al menos en este país. ¿Sabes lo que haremos al respecto?

—No tengo ni idea —dije, mientras abría lentamente el cajón de mi escritorio, buscando mi estaca de madera.

—Te lo diré… y suelta esa porquería de estaca. La percibí desde hace horas —de súbito pareció caer en cuenta de haber olvidado algo importante, y se disculpó cortésmente. Era irónico que me amenazara y simultáneamente hiciera una educada referencia—.  Pero no me he presentado: soy Blaise Villers, vine a México en tiempos del porfiriato, cuando a su presidente le encantaba todo lo francés. Desde hace años me dedico a controlar a muchos políticos. Y lo que hare será joderte de la peor manera. Los vampiros antes que nada somos depredadores, y a los depredadores nos gusta joder a la presa hasta que no encuentre salida alguna. Esta vez no usaremos maleficios, ni mataremos a tus seres queridos… nada de esas acciones violentas de los vampiros de Europa Oriental. Vamos a joderte de la misma forma que a cualquier mexicano de clase media: de mi cuenta corre que nunca volverás a conseguir trabajo como profesora. Basta con que hipnotice o asesine a uno que otro secretario de educación… quiero ver como sigues cazando vampiros sin tener dinero para estacas de madera, con lo caro que está el roble.

Y soltó una carcajada que más que asustarme, me hizo enfurecer.

—Que pases bonita noche. Bienvenida al mundo del desempleo, Sara.

En ese momento, Villers se convirtió en niebla que salió por la ventana de mi cubículo. Inmediatamente después las luces se encendieron y la silla que atrancaba la puerta volvió a su sitio.

A la tarde siguiente, el director me mandó llamar para darme «las malas noticias» junto con mi finiquito. Esa es la historia de cómo un vampiro derrotó a un cazador: no fue necesaria una batalla épica en un cementerio ni una casa abandonada: bastó con arrinconarme de la peor manera que se le puede hacer a cualquier persona en medio de un mundo que atraviesa por una crisis económica y dejarme sin una gota de sangre… sin tener siquiera que haberme mordido.

 

* * *

 

—Muy anticlimática tu historia, querida Sara —dijo Iván—. Yo esperaba… no sé… algo así como la película de Van Helsing, o un episodio de Buffy la cazavampiros. No sé qué escritor narra esta historia de mierda, pero debería aprender a Joss Whedon.

Acordaron cuanto sería en total. Los tres estaban lo suficientemente ebrios como para reflexionar, así que derrocharon lo último de su escaso efectivo en la cuenta. El mesero llegó a recoger el dinero, diciendo «Gracias». Aquella palabra dejó impactado a Max… porque el mesero había hablado con una voz gutural, inhumana.

—Meridiana —susurró Max, llevando sus manos a la cara—. ¿Qué haces en el cuerpo de este pobre muchacho?

—¿Qué otra cosa crees que haría? Vine a buscarte. Las súcubos siempre andamos cachondas… y tú no te quedas atrás. Te llevas a la cama cualquier cuerpo en el que entro. Hasta aquellos chacales.

—¿Te gustan los chacalitos? —exclamó Sara, horrorizada— ¿Los hombres tatuados, morenos, barbados y agresivos?

—No, no —dijo el mesero poseído—. Chacales, los animales: una vez se tiró a uno de esos perros del zoológico en el que entré yo, justo detrás de las jaulas.

—¡Degenerado! —exclamó entre carcajadas Iván—. Sacerdote, tenías que ser tú.

El mesero se acercó a Max y acarició su pecho con una delicadeza totalmente femenina. Los cuatro salieron del bar justo cuando una patrulla se estacionaba y unos policías bajaban de ella para correr rumbo al sanitario de caballeros. La rockola reproducía Ruby Tuesday.

Tal vez fueran a sus casas. Tal vez a otro bar. No lo sabían… su única certeza era que en un mundo donde la tasa de desempleo iba en aumento, los vampiros, fantasmas y demonios ya no daban miedo.~