TRIBUNA VISITANTE: La Feria de los libros al mayoreo
Palermo Soho
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
16 de mayo de 2013
Estimados lectores:
Saliendo de la casa, si toman la calle Fray Justo Santamaría de Oro, unas cinco cuadras adelante llegan a Avenida Santa Fe y, sobre la misma, a la punta izquierda se encuentra Groove, un antro gigante que también funciona como boletería para conciertos masivos. No hay día que la cola de melómanos no rebase la banqueta, ni tampoco hay día en el que cualquier despistado no sobresalga de la multitud por ir ataviado de manera distinta a la de los seguidores del reggaetonero que se presentará en Luna Park: el único entre muchos que no hace fila para conseguir entradas. No obstante, llega una época del año en la que la fila de humanos viene desde la punta derecha: del 25 de abril al 13 de mayo del presente se celebró la 39ª Feria Internacional del Libro en Buenos Aires en el Predio Ferial de La Rural, un inmueble con 130 años de edad y más de 12 hectáreas de extensión histórica en la ciudad porteña.
En esta edición se dejaron ir un millón doscientas mil personas y la fila así lo confirmaba. En el momento, estuvimos a punto de abandonar la misión y volver el lunes, era sábado. Íbamos ya de camino al parque rodeando el predio cuando se nos aparecieron unas boleterías mini que atendían a los que habían tenido el valor de abandonar la línea kilométrica de tortillería en hora pico. Le pedí entonces al boletero entradas para el lunes, y todo se resolvió con la venta de un abono de tres días por cincuenta pesos argentinos (10 dólares). Con la buena fortuna de nuestro lado entramos a la belleza de lugar: una pista de tierra al centro flanqueada con tribunas que datan de 1878 con el centro de exhibiciones como vecino que, en este caso, albergaba los cientos de stands literarios.
En el mundo de libros y gente la experiencia fue, al menos en la mía, idéntica a la de la FIL mexicana: muchos niños, ruido, stands llenos y venta casi al mayoreo daban esperanza a las editoriales en decadencia. En algunos casos, los puntos de venta se despedían de sus lectores por liquidación, por cambio de domicilio o porque sí. En otros, el charolazo dorado de la editorial internacional vendía la biografía del cantante para quinceañeras del momento como pan caliente, también conocido como el sueño húmedo de las casas editoriales: vender, lo que sea.
Mi selección terminó siendo una lotería: un compilado de ensayos de traducción de un argentino que no conozco, una antología de haikus escritos por poetas menores de 12 años, un libro que literalmente juzgué por su portada con prostitutas y tatuados y una publicación de una profesora próxima que tendré en el postgrado. Con esta licuadora textual bajo el brazo bastó muy poco (como era de esperarse) para que me llegara la sensación de ‘ya me estoy engentando’. De un momento a otro, los niños se me tornaron insoportables con sus biografías de Justin Bieber y supuesto dominio de la lengua inglesa, el aroma de los puestos de comida me daban entre asco y antojo, y los humanos, ahora reses, me generaban una repulsión espacial inmediata.
Salimos con nuestros libros y los fuimos a poner a salvo, en el camino, recordé cómo la FIL de Guadalajara me había producido la misma sensación repulsiva casi inmediata debido a los pseudo intelectuales de outlet navegando con sus bolsas de tela con leyendas ingeniosas y separadores sabelotodo. Vengo de un país en el que la gente sólo lee Twitter pero opina cual receptora del Príncipe de Asturias en Opinología. No tengo nada en contra de las ventas de libros masivas, pero me llama demasiado la atención que la gente en una librería gigante se termine comportando más como bovino con epilepsia y nada como “intelectual”… cuando en teoría lee muchísimo.
Nos leemos pronto,
Denisse, la intelectual de lonchería.~
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