TRIBUNA VISITANTE: Traduttore, traditore

Palermo Soho,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires

9 de mayo de 2013

Estimados traductores y lectores:

Hace diez años llegamos veinticinco personas a estudiar la Licenciatura en Traducción a un salón en el segundo piso de un edificio de perfil bajo en mi universidad. De esas veinticinco, cuatro años después nos graduamos catorce y al par de años, nos habremos titulado unas diez, no sé, perdí la cuenta. Hoy en día, la prácticamente nula matrícula de ingreso provoca que este agosto próximo no comience más la carrera en la Universidad Intercontinental en la Ciudad de México. La decisión de las autoridades educativas, así como la falta de interés del público y la poca difusión cerraron un programa formativo que en la práctica no es sencillo explicar, mucho menos llevar a cabo.

A principios de la carrera, alguna profesora nos comentó que el traductor lleva consigo el estigma de la anomalía. En la práctica, uno descubre que el talento inútil de descubrir errores en el texto original a traducir se cocina gradualmente en una prepotencia que, efectivamente, lo trepa a uno en una nube de intelectualidad que pocos visitan, pocos reconocen y que prácticamente nadie escucha, mucho menos lee. El colmo de nuestra intelectualidad frustrada probablemente sea que nos tachen de correctores de estilo, intérpretes de conferencias y subtituladores de series y salas de cine; reclamándonos por qué el título de la película dice otra cosa y por qué nunca hemos traducido de manera simultánea los Premios de la Academia.

La realidad es que la traductología transmite y permea un talento enteramente opuesto: la invisibilidad del silencio. Cuatro semestres de gramáticas española, francesa e inglesa, seguidos por dos años más colmados con literaturas y prácticas de traducción de distintas tipologías textuales son necesarios para generar, en los casos exitosos, lecturas silenciosas y trabajos invisibles. Seremos traidores y escritores frustrados, lingüistas a medias o académicos con retraso, no obstante, pocos oficios logran subsistir desde el desempeño no ruidoso, llevando lectura a tiempo real y todos los días sobre cualquier tema.

Probablemente nos superó el silencio y, con el corazón rebosante de tristeza en la mano, despido cordialmente al programa académico que me apoyó con el entrenamiento del oficio que me ha aislado en un mundo en el que el ruido gana. En México la traducción se sufre y se da por sentado, lleva años quitándose del presupuesto y se deja para el último minuto y la culpa, en gran parte, la tenemos los traductores por hablar en una lengua terciaria que nadie entiende y por no haber logrado capitalizar nuestro oficio con el valor real que porta.

Así las cosas, continuaremos desgastándonos las huellas con el tecleo interminable para que tú, lector, puedas saber cómo funciona tu cafetera, o conozcas una investigación clínica, o leas la novela que tanto te recomendaron. Así pues, caminamos en silencio el cada vez menos transitado camino de la traducción formada para volver lentamente al camino del empirismo y la imprecisión. Traductor, traidor sí, a sí mismo y a su labor, finalmente nos alcanza la consecuencia del aislamiento en un país que está abierto al mundo pero lamentablemente cerrado al trabajo que parte desde otras lenguas, y no sólo las extranjeras.

Besos,

Denisse, Licenciada en Traducción.~